Pasadas ya las tantas de la madrugada del sábado al domingo, en el Ciudad de Vitoria los últimos resistentes al final de la cuadragésimo sexta edición del Festival de Jazz de Gasteiz se dieron por vencidos.
El certamen de 2023 es historia. Es por tanto momento de empezar a mirar a un 2024 que, sí o sí, vendrá con novedades por el cierre del Principal para su reforma.
En este punto, el certamen está valorando diferentes opciones, aunque parece que el Europa está ganando puntos. Ya se verá. Tiempo hay para resolver esas y otras dudas, como si se mantendrá, como parece, la idea de hacer un aperitivo en el Prado antes de que arranque la programación oficial, como se ha hecho este año.
De todas formas, todavía es pronto para hablar de certezas. Lo inmediato pasa por hacer balance de lo acontecido durante estos días, un análisis que deja un buen sabor de boca por lo vivido en los distintos escenarios.
A eso han contribuido dos factores esenciales. Por un lado, la variedad del programa, con propuestas muy diferentes entre sí pero que han compartido una calidad interesante. Por otro, que tanto el Principal como Mendizorroza, que son, al fin y al cabo, los espacios de pago, han conseguido mantener una asistencia media estable y, en cierta medida, esperanzadora.
En ambos casos, ni ha habido conciertos estratosféricos que pasarán a la historia ni llenos absolutos. Pero es que no todo en esta vida tiene que ser por obligación extraordinario.
Sin embargo, se han visto actuaciones –todas– que han aportado, cada una desde sus características, y se ha notado una mayor presencia de espectadores cada una de las jornadas. La regularidad, en los dos apartados, tiene su importancia.
Es cierto que ha habido fallos como el mareo con los horarios del Principal y lo sola que se quedó la programación de lunes y martes con un único concierto por día.
Pero más allá de circunstancias como estas, el cómputo global es positivo de cara a futuro, siempre y cuando el certamen regrese a sus fechas habituales, porque el adelanto forzado este año por terceros para coincidir con el arranque del Tour no ha tenido mucho sentido.
Propuestas muy diferentes
En un año que sí se recordará por la granizada del jueves 6 –el ruido en el interior de Mendizorroza fue sobrecogedor–, ni siquiera la baja de última hora de The Bad Plus fue un problema. Aquí hay que destacar el papel del pianista Aaron Diehl y su trío, no ya por estar magníficos cada noche en el hotel –se vivieron varias jam sessions muy interesantes– sino por ser el comodín perfecto para solventar la papeleta de la cancelación junto a Melissa Aldana.
Eso sucedió en un Mendizorroza que hacía tiempo que no vivía un año tan completo. Sin dientes de sierra, con dobles sesiones bien equilibradas, con jóvenes promesas como Immanuel Wilkins –¡qué corta se hizo su actuación!– pero también con nombres de relevancia como Maria Schneider –que no se le pidiera un bis fue pecado mortal– o Brad Mehldau, con propuestas exclusivas como la de Baldo Martínez Sexteto, con conciertos para divertirse como el de Kandace Springs, con momentos mágicos como la cita con Sílvia Pérez Cruz... se construyó una edición para públicos con intereses muy diferentes.
Otro tanto se podría decir del Principal. La diversidad de las seis propuestas fue tal que es imposible establecer un hilo común, salvo el hecho de que en esa variedad, el público fue el que salió ganando. Eso sí, el regalo que le hicieron Marco Mezquida y Moisés P. Sánchez al teatro fue para recordar.
Con todo, tampoco hay que perder de vista lo que sumaron al ambiente de estos días otras tablas.
Fue el caso del Dublín, que con los años ha convertido la Virgen Blanca en un escenario que atrae a centenares de personas, incluso a pesar de que la granizada estuvo a punto de llevarse por delante la actuación de Ni Fu Mi Fa –se pudo recuperar el viernes antes de la cita de ese día–.
También más de uno se va a acordar de la que montaron los integrantes del Joyful Gospel Choir en el Farolón el miércoles por la tarde. Al fin y al cabo, todo suma.