Junto a Gonzalo del Val (batería) y Manel Fortiá (contrabajo), el pianista mirandés Adrián Royo se va a encontrar a partir de las 20.30 horas con el público del Principal –todavía quedan entradas disponibles– para desgranar su primer disco, un Pangea que grabó con el mismo trío y que ha visto la luz este mismo año.
Es el concierto inaugural de un certamen como el Festival de Jazz de Vitoria y además en una ciudad a la que usted está muy vinculado. ¿Un concierto especial o es uno más?
–No, desde luego no es uno más. Tengo vinculación con Vitoria, trabajo allí y, al final, si soy músico de jazz es porque de pequeño iba a las campas de Armentia. Les pedía a mis padres que me llevaran también a donde los mayores, a los conciertos de Mendizorroza.
¿Qué tiene el agua de Miranda para que salgan tantos músicos de tantos estilos?
–(Risas) Algo debe haber, sí, porque somos unos cuantos los que nos dedicamos a esto, no ya al jazz, sino a la música en general. Convivimos muy bien entre todos y, de hecho, solemos trabajar y colaborar juntos de vez en cuando. Mira a Gonzalo del Val, que tiene una trayectoria del copón; o Lara Vizuete, Rubén Salvador, Marcelo Escrich (que no es nacido allí pero como si lo fuera)...
Ahora que menciona a Del Val, en este primer disco se ha rodeado de dos músicos con una trayectoria y una personalidad bien marcadas. ¿Por qué apostar por dos primeros espadas en un álbum que es su tarjeta de presentación, en el que en teoría debe usted destacar?
–Porque la música necesitaba de esa apuesta. Una de las cosas que a mí más me gusta es aprender de los demás. Claro, tocar con dos musicazos como Gonzalo y Manel siempre es un aprendizaje. Para mí es una suerte que hayan aceptado estar este proyecto. Una suerte y una oportunidad.
Además, a pesar de la agenda de cada uno, están pudiendo llevarlo juntos al directo con frecuencia.
–Sí, de hecho, acabamos de hacer una minigira de tres conciertos en Santander, Soria y en Miranda de Ebro. La verdad es que hemos conectado musicalmente muy bien y estamos con muchas ganas de llegar a Vitoria.
¿Está evolucionando el disco desde la grabación?
–En esta música sabemos que los temas son de una manera pero que a la hora de improvisar, todo va cambiando. Es lo bueno. Es la sorpresa para el público y para nosotros mismos. Es muy interesante y gratificante que este tipo de música sea así.
¿Por qué el nombre de ese supercontinente para titular el disco?
–El primer disco, el primer continente. Es la idea. Luego ya no sé cómo será mi propia tierra (risas). Es también una oda a lo natural. Al final, soy un chico de pueblo. Es un término muy geológico pero también se puede usar en otros aspectos.
El concierto será el disco y... ¿habrá algún guiño especial?
–Buena pregunta (risas). Habrá una sorpresa, sí. Pero permíteme que nos quedemos ahí.
Para quien todavía no se haya dejado llevar por el disco, ¿qué se encuentra el público en ‘Pangea’, a qué suena Adrián Royo en esta tarjeta de presentación?
–Espero que suene a Adrián (risas). Sobre todo, que suene a lo que a mí me gusta, que es la fusión. He intentado hacer un disco que no sea de trío de jazz al uso. Es un trabajo sin complejos, con arreglos modernos. Se trata de compartir lo que me ha ido saliendo poco a poco desde que me gradué en el Liceo y de lo que he ido mamando de otros músicos y de otras sonoridades del mundo. Ni en la música ni en otras cosas estamos los humanos tan separados. De eso se trata.
Está o ha participado en proyectos de todo tipo, más allá de su apuesta personal. ¿Cada propuesta tiene su momento y filosofía?
–Sí. Pangea ha sido algo más personal por el tema de la composición. Es un panorama diferente cuando tocas temas tuyos o de otros.
Lo que supone tener la cabeza en muchos sitios. Una pequeña locura.
–Sí. Ser músico es complicado pero ahora ya no me voy a hacer encofrador (risas). Si ya estamos locos, no podemos venirnos abajo.
Buena parte del disco se compone durante la pandemia. ¿Influyó?
–Venían cosas de antes, aunque es verdad que durante la pandemia tuve más tiempo para hacer. Pero no hay una influencia determinada. De hecho, el broche final lo puse cuando la vida ya había vuelto a la normalidad.
Sale el disco este año y la reacción del público es...
–Creo que he tenido mucha suerte con las críticas. Pensaba que lo de las críticas era que te criticaban, pero qué va, hasta hablan bien (risas). Estoy muy contento, sobre todo teniendo en cuenta que es el primer disco. Claro, dices: como este ha salido bien, habrá que tirar para delante y hacer el segundo, el tercero... De momento, vamos a estar con Pangea una temporada larga.
¿Y cuando lee en esas críticas lo de joven promesa, qué?
–No sé, creo que no soy ni tan joven ni tan promesa (risas). Me halaga, obviamente. Es como echar gasolina para seguir en la carretera de este viaje. Me lo tomo así.
En Gasteiz también desarrolla su faz pedagógica. ¿Qué consejo suele darle a los alumnos que quieren hacer camino?
–Horas. Y que te guste mucho. Me acuerdo que Iñaki Ascunce decía lo de tener afición. Es lo que suelo aconsejar. Les pongo mucha música a los alumnos y creo que es el camino, que se interesen por ello.
Componer, tocar y enseñar. ¿Qué es más difícil?
–Uff... En un primer momento, te diría que componer. Pero las tres tienen sus huesos. Hay que llevar las tres con mucho optimismo y no venirse ni muy arriba, ni muy abajo. Es intentar estar equilibrado como personas en las tres áreas. Eso es lo más difícil.
Cuando esta noche el público salga del Principal le gustaría que se marchase, ¿cómo?
–Espero que nadie pille la salida de emergencia (risas). Espero que podamos dar el pistoletazo a un festival que creo que va a ser muy chulo. Tengo que dar las gracias a Iñigo Zárate no solo por llevarme a mí con el proyecto, sino también por todo lo demás. Yo quiero ver a Yamandú Costa, a Marco Mezquida con Moisés P. Sánchez, a Brad Mehldau... Es que vienen figuras importantes. Así que espero enganchar al público a todo el resto de días.