Se dice pronto, pero son ya más de 15 años los que A Contra Blues lleva cimentando un camino inigualable en la escena estatal. Con ese aniversario todavía en mente, el grupo catalán regresa este sábado a Gasteiz, a la ciudad que Jonathan Herrero siempre tiene presente aunque el cantante, guitarrista y profesor ya lleve tiempo viviendo en Barcelona. Hell Dorado volverá a ser el punto de encuentro con el público. Lo será en un día en el que la sala no va a parar. Al mediodía hará acto de presencia Anna Dukke. Por la noche será el turno de A Contra Blues y Koko-Jean & The Tonics. Vamos, rock, blues y soul por los cuatro costados y más. Todavía quedan algunas entradas disponibles para poder acudir a la cita.

El pasado fin de semana recuperaron la agenda de conciertos tras el pequeño parón del cambio de año. ¿Todavía celebrando, aunque sea con retraso, los 15 años del grupo?

–La verdad es que es una celebración postergada por la pandemia. En realidad, A Contra Blues cumple ya 17 (risas). El covid nos pilló con el disco hecho, con todos los preparativos diseñados y bueno, al final, aunque después de lo previsto, hemos tirado con todo lo que teníamos en la cabeza. Este 2023 cerramos este capítulo y ya estamos pensando en que para finales de este año debemos tener material nuevo.

Es Hell Dorado un sitio que conoce a la perfección y a él regresan en un sábado completito.

–Se han liado mucho la manta a la cabeza, sí. Nos han puesto una buena dieta de rock and roll para todo el día (risas). Ahora que tengo 42, no sé, pero si me pilla cuando vivía por allí, con unos años menos, no me iba a perder nada de esta jornada.

A Contra Blues no deja de ser una de esas rara avis que, más de tres lustros después, por fortuna sobreviven aún siendo lo contrario a todo lo que se supone que está de moda.

–Es que es un grupo guitarrero y ya la juventud, en general, no considera la guitarra como un instrumento esencial. Para mí, lo es. Claro que sigue presente, más allá de que haya cambiado un poco el paradigma de cómo se toca e integra en la música. Pero es cierto que un grupo que toca rock, el rock and roll clásico, hoy está demodé. La experiencia nos dice que allí donde nos ponen, a la gente le gusta. Es una cuestión de que no se oferta en el menú, no de que los comensales hayan perdido el gusto por esto. También es cierto que cada vez cuesta más que haya Hell Dorados. La pandemia tampoco ha ayudado en ese aspecto. Así que estamos en la trinchera y vamos a la guerra con un tenedor y una cuchara. Y así llevamos 17 años. Aún hay fuerzas y ganas pero no voy a negar que es algo que demanda muchas energías. Ante ese esfuerzo, lo que vuelve en el plano laboral es algo mínimo. En lo emocional, sigue siendo importante. De todas formas, me estoy dando cuenta de que casi parezco una folclórica en esta respuesta (risas). Pero hay un punto de verdad, empezando por el mero hecho de que cada vez hay menos espacios donde ejercer. Encontrar en Barcelona una sala de unas 100 o 200 personas de aforo para tocar con una batería es sumamente difícil, por ejemplo.

La pandemia no ha sido nada sencilla en lo personal...

–Para nada. De hecho, por H o por B, todavía estoy un poco en medio de la tormenta. Perdí a mi padre, a mi abuelo y yo estuve ingresado, a ratos más fuera que dentro. Aún arrastro a nivel físico cosas que me ha dejado el bichillo. Además, en mi sector estamos en la pelea constante, sobre todo la gente que vuela por debajo del radar como es nuestro caso y la de mucho otros compañeros, no solo de rock. Está siendo una rampita pronunciada.

Tras un 2022 marcado por una oferta desmedida, ¿se asoma un 2023 un poco más tranquilo?

–Espero que sí, incluso pensando en que vayamos a tener menos trabajo. Es necesario volver a una cierta normalidad, que no es tal. Pero no se puede seguir en ese exceso del año pasado. En 2022, llegamos a festivales en los que o no había técnicos o equipos disponibles. Se estaban trayendo de Portugal y del sur de Francia. Un poco The Spanish Way, es decir, el todo o la nada y sin ningún tipo de seso ni conciencia. Esa forma de hacer las cosas es hambre para hoy y hambre para mañana porque no hay pan en ningún momento. El pan se lo quedan otros. Por ejemplo, A Contra Blues venía presentando todos sus discos en la sala Apolo, metiendo nuestras 700 personas, que para nosotros es un privilegio. Pero fuimos a pedir hora, como aquel que dice, para presentar el álbum del 15 aniversario y nos encontramos con que los promotores grandes tenían las salas copadas, y sin decir ni siquiera quién iba a tocar. Es imposible competir con esto. Por eso tienes que estar inventando la pólvora cada dos pasos para poder generar un poco de movimiento.

Pero aún así, usted se lía la manta a la cabeza con A Contra Blues, Rambalaya, El Kujo... Proyectos no le faltan.

–Sí, hago muchas cosas. Más de las que debería seguramente (risas). Es que el pluriempleo está a la orden del día. No me meto en jaleos grandes porque ya pelearme con dos, en el mejor sentido del término, me lleva lo suyo. Además, mi papel en las bandas no permite sustituto. Las cosas son así: a la gente le puede dar igual que haya un batería u otro, pero si no ve al cantante que espera, es que la banda no ha venido. Antes tenía las manos en más sartenes, pero me di cuenta de que eso eran más úlceras para mí. Así que con A Contra Blues y Rambalaya tengo suficiente. Luego voy haciendo cositas pequeñas que me permite el calendario, pero son proyectos que me tomo con tranquilidad, que no requieren un nivel de ensayo grande. Se pueden preparar rápido.

¿De todo se aprende algo diferente o al final el cantante siempre es el mismo?

–Siempre se aprende. Yo sigo buscando, de hecho. Tengo 42 años y no sé si me gusta cómo canto o no. Siempre sigo buscando cosas e imputs nuevos. También el hecho de dar clases de música me tiene en contacto con gente muchísimo más joven que yo, y eso me hace conocer muchas de las propuestas actuales. Unas me gustan y otras no, pero estoy con la antena puesta. Es importante mantenerse fresco de oído. Siempre he sido reticente al enclaustramiento de los estilos y a esa manera de compartimentarlo todo tanto musical como estéticamente. Y eso me hace estar siempre hambriento de otras cosas. Por ejemplo, con A Contra Blues tuvimos la suerte de girar con Tote King. Todas estas cosas son necesarias, vitalmente necesarias.

Cantar es complicadísimo, pero enseñar a cantar debe ser terrible, ¿no?

–(Risas) Es que no es un instrumento normal. La parte visual que tiene la enseñanza musical en los instrumentos físicos no existe en la voz. Es algo más sensorial, por lo menos hasta cierto punto. Hay algo que a veces se nos olvida: si eres mínimamente melómano y repasas tu colección de discos, encontrarás que más de la mitad no tiene grandes vocalistas en el aspecto técnico y estético. A mis alumnos siempre les digo que más que tener técnica, lo importante es tener algo que decir. La voz es algo íntimo y personal porque el instrumento eres tú. Eso deja ver muchas vergüenzas y hay que tener ganas de enseñarlas. Si esto está, el resto es relativamente fácil. Yo he trabajado con oídos de madera que se han sacado para delante (risas). Todo se puede aprender.