Luis García Montero (Granada, 1958) transmite una gran dosis de humanidad al otro lado del teléfono. Posee el relieve y la hondura de un filósofo, y la calidez explicativa de un pariente cercano. Sin pretender de ningún modo hurgar en su herida, la entrevista debe iniciarse en un plano personal y sensible. En febrero se cumplirá un año y tres meses del fallecimiento de Almudena Grandes, su pareja. El mismo tiempo que él tuvo para cuidar y acompañar en su convalecencia a la escritora, fallecida en noviembre de 2021. Un año y tres meses que dan título a su último poemario, publicado en septiembre de 2022. El poeta, ensayista y articulista apela a la “necesidad de sobrevivir”, defiende las políticas de los cuidados ante una realidad biológica y antropológica incontestable, y aborda retazos de su pensamiento político, social y cultural sazonado de esperanza, convencido de que “la alegría es una responsabilidad de cambio”.

La primera pregunta es ineludible. ¿Cómo se encuentra?

–Estoy recordando aquella canción de Joaquín Sabina: La vida siguió como dicen que siguen las cosas con poco sentido. Cuando uno tiene una pérdida fuerte, la vida se queda con poco sentido, pero es la propia vida la que te da motivos para resistir. Nosotros tenemos tres hijos, el trabajo ayuda a concentrarte en otras cosas que tienen menos que ver con la soledad, y según van pasando los días, otro tópico que por fortuna es verdad, del dolor se va pasando a la tristeza y al duelo, y poco a poco el tiempo va suavizando las cosas.

Constatando, decía, el privilegio de haber vivido años de felicidad.

–Claro, es que han sido casi 30 desde que nos conocimos y empezamos a compartir la vida con una alegría y una complicidad que son una fortuna, porque lo mismo que el amor, puede ocurrir el desamor y la ajenidad. Es una suerte, a la hora de pensar en la propia biografía, haber podido compartir una experiencia feliz con una persona a la que se ha querido mucho.

Una toma de conciencia abrupta de nuestra vulnerabilidad también se traduce en experiencia política, por ejemplo, sobre la sanidad pública.

–Inevitablemente, tanto en la literatura como en la política, las reflexiones sobre la propia intimidad son inseparables del contexto. Hay una idea del amor, que tiene que ver con la vulnerabilidad; de que lo que nos une es que nos necesitamos, que necesitamos cuidar y que nos cuiden, porque somos vulnerables. Un amor de complicidad es de cuidados, y cuando hace su irrupción la enfermedad eso se extiende, y comprendemos que uno de los compromisos fundamentales es sacar de la intimidad al espacio público la conciencia de vulnerabilidad y el sentido de los cuidados. Un contrato social tiene que basarse en la necesidad de cuidar y de ser cuidado, y la sanidad pública me parece una metáfora y una realidad trasversal de esa necesidad de una sociedad que tiene que concretarse en el respeto y la preocupación por la gente. Para mí, ser un buen ciudadano y un buen patriota es preocuparse por las pensiones que cobran los ancianos y sus condiciones si tienen que ir a una residencia, por la situación de la sanidad pública y de los hospitales, o por los derechos de la gente que trabaja, y que estén tratados con dignidad. Creo que esa es la mejor forma de ser patriota. A nosotros nos ha tocado vivir en primera persona la sanidad pública. Mi agradecimiento a la gente que cuidó de Almudena. También la preocupación por lo social, y el compromiso de decir que nosotros hemos tenido mala suerte, pero que en el año y tres meses que estuvimos en contacto con la enfermedad, conocimos a mucha, mucha, mucha gente que ha salido para delante, que se ha recuperado y que un día ya no tenía que ir a quimioterapia. Hay que cuidar también a una necesaria confianza en la vida, aunque tengas que aceptar la muerte.

Defiende que “hablar de literatura supone siempre hablar de política”.

–Yo creo que sí. Decía Antonio Machado que la historia no solo ocurre en las guerras o en los parlamentos, sino que pasa también por los sentimientos. La sentimentalidad es histórica, dependemos todos de nuestra educación sentimental y respondemos a una situación histórica. Cuando mi abuela decía soy mujer afirmaba algo muy distinto a lo que dicen hoy mis hijas. La literatura, que intenta contar siempre la vida por dentro, bajar de las grandes ideas y batallas al corazón de las personas, a lo cotidiano, está muy en conexión con la política, al meditar sobre la condición humana y la necesidad de convivencia.

“Yo creo que un poema de amor es un poema político”.

–Lo digo por mi propia experiencia, porque cuando empecé a escribir había mucha poesía social que creía que debía convertirse en una consigna del partido en el que el poeta militaba. Y yo decía que no hacía falta para comprometerse políticamente. Porque el poeta necesita su libertad, y porque escribir sobre el amor y las relaciones tiene una dimensión política, como lo podemos ver, por ejemplo, en los debates sobre el aborto, sobre la igualdad o sobre la necesidad de respetarnos entre hombres y mujeres. Por otra parte, cuando empecé a escribir en un lenguaje no heredado de los dioses, sino de la sociedad, de mis vecinos y de mi familia, decía que a España estaba llegando la moda del neoliberalismo, que surgió en la Inglaterra de Thatcher o en los Estados Unidos de Reagan, y que la destrucción del lenguaje público iba en paralelo con la de los espacios públicos que se estaba imponiendo en el mundo económico de las democracias. Ya se piense en el lenguaje o en cualquier cosa, yo creo que esa conciencia de lo público es importante.

Para un poeta, ensayista y articulista preocupado por escarbar en la superficie de las palabras, lo político es llegar a transmitir.

–Hay que saber cambiar de registro, pero me interesa mucho eso que comenta: en las palabras caben muchas cosas. Hay declaraciones políticas en titulares como un emigrante mata, o 30 personas ilegales han naufragado. Están formulando una manera de sentir, pensar y decir que no tiene nada que ver con un hombre mata o 30 personas naufragan.

Por eso ha escrito que “la defensa del periodismo es una de las tares principales de la vida democrática”.

–Me parece fundamental, sí.

El relato parece dominado a menudo por la derecha, que tiene altavoces muy grandes.

–Sí. Hay que tener muy claro que para la democracia es fundamental la información del periodismo. Por eso, conviene mucho distinguir entre la información de los profesionales que constatan los hechos y la comunicación a veces hecha por profesionales pero a veces también por todo el que quiere manipular los datos, o generar corrientes de opinión. La información, los hechos, los datos, y la manera objetiva de contarlos es fundamental. Es verdad que entran en juego muchas cosas, las condiciones en las que trabajan los periodistas, los poderes económicos que controlan los medios de comunicación, los partidos políticos que quieren controlar los medios de la información pública, o la difusión de las redes sociales que ha creado ahora una nueva dinámica, porque antes había que ser multimillonario para tener a tu servicio un generador de opiniones, pero ahora cuatro se reúnen en una red social y tienen mucha capacidad de extender bulos.

El lenguaje sin matices tiende a ser más viral. Pero hace años recibimos el auge de las redes como una democratización del discurso.

–Me parece fundamental hacer una reflexión sobre las redes, como se ha hecho a lo largo del tiempo sobre la revolución industrial, pues la digital es una nueva revolución. Hay que mirar sus ventajas, que son muchas, y advertir de sus peligros, que son muchos también, porque nos fichan como ciudadanos, nos convierten en consumidores, manipulan nuestros instintos y sirven para extender bulos. El New York Times acusó a Donald Trump de crear 30 mentiras al día en internet. Y la jefa de gabinete dijo: No, el presidente no crea mentiras, lo que hace son realidades alternativas. Bueno, pues era muy consciente de que se puede sustituir esa información de la que da cuenta el buen periodismo. Como ciudadanos creo que nos corresponde tomar conciencia de que si queremos una información justa debemos pagarla y suscribirnos a los periódicos o comprarlos, y no dedicarnos a consumir lo que ofrecen las redes, que el trabajo del periodista hay que pagarlo. También evitar que los gobiernos se sientan legitimados para controlar los medios de comunicación con el argumento de los bulos y las mentiras, porque eso es abrir una puerta a coartar la libertad de expresión. Y rehuir eso del todos son iguales. No es verdad que todos los políticos sean corruptos, ni todos los periodistas sean lo mismo. Vamos a esforzarnos en distinguir la información de los bulos, porque el todos son iguales va siempre en contra de la dignidad de quien trabaja bien, del compromiso con la sociedad y de la propia democracia.

Es un año electoral. Con nerviosismo en la derecha, que tal vez entiende que una segunda legislatura de la actual mayoría sedimentaría muchas de las iniciativas presentes. –Es verdad que una nueva legislatura sedimentaría las cosas y hay mucha gente y mucha élite preocupada por que no se estabilice algo que nos acercaría a nuestro entorno democrático europeo, que es una fiscalidad más justa e igualitaria, entre otras cosas, y suavizaría la prepotencia económica que tienen unas élites españolas muy desentendidas de la solidaridad social. Por otra parte, detecto una necesidad de encubrir la España real por una especie de España oficial, que desconozca la variedad española, la diversidad, que es muy grande, lo mismo que las necesidades. Hay gente a la que no le interesa reconocer que no es lo mismo vivir en Barcelona que en Pamplona, que en Madrid o que en Sevilla, y que no se puede hacer un patrón homogeneizador, sino que hay que respetar la diversidad de lo que significa una España grande. O que hay muchos problemas que solucionar, muchos, de tipo económico. Y en ese sentido, inventan proyectos como el de la lista más votada.

¿Qué le parece?

–En las últimas elecciones, el hecho de que gobernara la lista más votada significaba que el Partido Socialista, que sacó el 28% de los votos gobernara desatendiendo al 72% de la sociedad española. Es un intento de crear una España oficial falsa que tape la verdadera España real. Los acuerdos, los pactos son enriquecimiento democrático, y esto a mí me parece importante. Creo que la derecha está muy preocupada entre otras cosas porque su política le ha llevado a alejarse de toda la vida democrática, y ahora mismo el Partido Popular el único socio posible que tiene es Vox, de una derecha muy extrema, que está poniendo en duda no solo la memoria democrática, sino muchas de las conquistas sociales que ha conseguido la democracia, con una especie de patriotismo fundamentalista en el fondo muy poco preocupado por las necesidades de España. Ese es el nerviosismo. A mí me parece que el Gobierno más que entrar en guerras debe seguir gestionando. Y que puede dar buenas explicaciones sobre cuál ha sido su gestión económica, su gestión a la hora de salvar la crisis, a la hora de conseguir que Europa apoye la realidad española y peninsular, o su gestión laboral. Si comparamos la factura que pasó a nuestra sociedad la crisis anterior a cómo estamos saliendo de esta, me parece que hay que estar tranquilos con el trabajo que se ha hecho, y esto merece la pena sedimentarlo, para que tenga largo alcance. Al Partido Socialista le interesa explicar los logros que ha conseguido en colaboración con Podemos, la otra parte del Gobierno. Y creo que la izquierda que no es el PSOE debería hacer un ejercicio de responsabilidad, porque si se fracciona va a poner en peligro la permanencia de un Gobierno progresista. Todos los esfuerzos de llegar a acuerdos son tan importantes como los de explicar todo lo que se ha hecho bien por debajo del ruido que se está armando en estos días.