Desde hace algunos meses, las puertas de ARTgia permanecen cerradas al público. No quiere decir que el proyecto nacido en Judimendi no siga adelante, pero la labor artística de su fundadora y directora, Irantzu Lekue, fuera de Gasteiz ha llevado a hacer un pequeño paréntesis.

No para, pero en los últimos meses las puertas de ARTgia están cerradas al público.

La idea es continuar con ARTgia, pero de forma igual más pausada. Hemos estado a tope cinco años, ofreciendo cada mes exposiciones, acogiendo eventos y proponiendo actividades. Pero el tener que trabajar fuera, en el túnel de Huecomadura y también en Irun, llevando un programa de barrio creativo, y en otras propuestas en Gorliz y Cataluña, ha hecho que no haya estado casi en Vitoria. Creo que es necesario reposar un poco y repensar el proyecto, tal vez enfocándolo de otra manera. Me gustaría que tuviera un actividad más autogestionada, es decir, que la persona que quiera exponer, se involucre un poco más en mostrar los trabajos, que no haga falta que esté un tercero o tercera allí de manera permanente. Pero bueno, son cuestiones que estoy valorando. Ahora en agosto voy a parar un poco y será un buen momento para tomar decisiones. Hay un montón de personas enviando propuestas expositivas y hay que saber canalizar las cosas con calma porque en los últimos años estábamos metidos en un ritmo desenfrenado. La vida nos ha parado y hay que tomarlo como enseñanza.

Son varios los espacios artísticos de Gasteiz que comparten una crítica, sobre todo hacia las instituciones, de falta de ayudas para poder contratar personas que estén en la gestión, administración y atención de estos lugares. Al final, quien impulsa un proyecto termina haciendo de todo y termina siendo agotador.

Sí. Lo que se subvenciona por parte de las instituciones, a la hora de presentar un proyecto, es la ejecución del mismo, pero todo lo que es la gestión, administración y atención al público no se suele contemplar. Por ejemplo, en la última convocatoria de nuestras ayudas EmART –destinadas a promover el trabajo de las artistas emergentes de Araba– tuve un montón de problemas con las administraciones. Con la pandemia no se pudo desarrollar el programa en los periodos establecidos en un principio. Eso supuso devolver el dinero de la primera subvención concedida por parte de las instituciones y volver a presentarse a una segunda. Claro, todo ello ha llevado una labor de papeleos tremenda, una labor extra que sumas a todo lo demás que supone llevar un lugar como ARTgia.

Pero la intención es no cerrar.

Eso es. De hecho, tenemos un montón de propuestas sobre la mesa. Por ejemplo, hay un artista alavés del que la familia tiene varios cuadros con los que quiere hacer una especie de subasta. O hay varias y diferentes muestras que están pidiendo la posibilidad de fechas. Pero hay que ir encajando todo y ver cómo lo podemos hacer.

Todo esto pasa mientras está llevando una agenda laboral más que apretada tanto en Euskadi como fuera. ¿Cómo están siendo los últimos meses?

Me siento bastante nómada (risas). El trabajo en el túnel de Huecomadura tuvo lo suyo y fue salir de esa propuesta, mientras estaba yendo y viniendo a Irun, y acudir a Gorliz, donde he estado pintando el muro exterior del hospital que está situado allí. Todo eso también desarrollando actividad artística en Treviño, Araia, Zalduondo y Valderejo, donde hicimos con un grupo de astrónomos un reloj solar. Además, he vuelto a Cataluña, a Santa Coloma de Gramenet, porque en el trabajo que hice en el edificio CIBA –un espacio de recursos para mujeres, innovación y economía feminista–, realizaron alguna pintada y se tapó. Me llamaron para repintar y hemos probado a darle el famoso barniz antigrafitis. De un lado al otro, sí, pero contenta. Aún así, como te comentaba, a veces necesitas parar y reposar un poco lo vivido. Eso es importante.

Entre medio ha estado también exponiendo en el espacio de creación tTok, ubicado en Uztaritze (Iparralde). ¿Le queda tiempo para dedicarse a su obra, a su propia producción más personal?

Menos. De hecho, en esa muestra había obras, en su mayoría, anteriores. No me da mucho la vida para crear a pequeño formato. Pero me gustaría retomarlo porque es otro tipo de trabajo, más relacionado con la introspección. Es crear tú en otras condiciones y quiero volver a ello, pero bueno, cuando haya tiempo (risas).

¿Cómo es el resto del año, también todo fuera de Vitoria?

En principio sí, aunque aquí hay algún proyecto pendiente de confirmación. Y vamos a acabar en la ikastola Barrutia, dentro del trabajo que desarrolla este centro con Artium, la intervención artística en el perímetro del espacio. De hecho, en el museo de arte contemporáneo también hicimos una instalación hace nada. A finales de julio está previsto que completemos también la propuesta en Irun y en septiembre hay que retomar diferentes cosas que están a la espera.

Cuando le llaman de estos proyectos y localidades, ¿qué es lo que cree que acuden buscando en Irantzu Lekue?

En algunos lugares, más que nada la participación ciudadana, que lo que se haga sea una obra colectiva, realizada desde el pueblo y para él. En otros casos, igual más una creación más particular. Ahora, por ejemplo, en dos semanas me voy a Zaratamo. Allí ha sido participativa la elección del diseño de la intervención que se va a realizar dentro de las cuatro propuestas que hice, pero la ejecución será mía.

La calle es un medio muy complicado para trabajar. ¿Qué suele ser lo que más le preocupa?

Lo primero, que con lo que represente, la gente se sienta identificada. Eso es fundamental, que la gente se sienta involucrada y participe. Ya que es obra que está en la vía pública, que sea para todos y todas. A partir de ahí, no puedes perder de vista algunos condicionantes. Por ejemplo, las condiciones meteorológicas. En el túnel de Huecomadura he pasado un frío tremendo. Además, es un lugar con unas paredes muy porosas, con mucha piedra suelta, donde es necesario reparar primero unas cuantas grietas. En Gorliz, sin embargo, ha sido trabajar en la playa. Es decir, todo lo contrario. Fuera toda la ropa térmica y bien de crema para el sol (risas). Y está el factor humano, quiero decir, que hay lugares por donde pasa más gente que por otros, y muchas personas cuando te ven trabajar, además en sitios con los que tienen una unión, se paran, te preguntan, te cuentan. Cada trabajo es un mundo. En todos ellos, de todas formas, siempre te preocupa la ejecución, sobre todo si hablamos de espacios de grandes dimensiones. Bueno, en realidad son retos más que preocupaciones.

No deja de ser llamativo que tanto a usted como a otras creadoras se les llame desde fuera de Vitoria para hacer intervenciones artísticas en espacios públicos, mientras que aquí se ha cortado de raíz cualquier tipo de acción. De hecho, parece hasta pecado. ¿Por qué?

No lo sé. Creo que es una herramienta muy potente para la transmisión de valores y para la reivindicación de diferentes cuestiones. Igual no interesa eso. O igual hay gente que no es partidaria de hacer este tipo de intervenciones y su opinión vale más que otras. No lo sé. Pero sí creo que es un canal muy potente que en otros sitios se está usando cada vez más.

No solo con las intervenciones que ha hecho usted, sino también con otras, como los murales del Casco Viejo, pero ¿le preocupa que no se esté atendiendo al mantenimiento de estas obras, algunas de las cuales se están cayendo a trozos?

Hay que partir de que nuestro trabajo, aunque parezca que la intención es que sea permanente, es efímero. A lo largo del tiempo, su vida se deteriora. Sí creo que, teniendo un valor cultural, siendo producto de una ejecución colectiva y que algunas obras como los murales se usan en rutas turísticas, sería conveniente mantener estas piezas, dando además trabajo a restauradores y otras profesiones.

¿Cómo está siendo readaptarse tras estos dos años de pandemia? ¿Ha cambiado algo para el sector cultural?

Estamos en un ritmo frenético ahora. La gente ha cambiado un tanto su forma de disfrutar su ocio. En las salas de exposición, durante la pandemia, se notó un fuerte descenso de público. Quizá se ha buscado más una actividad cultural en el exterior, en la vía pública. Pero creo que la gente que se mueve en el sector, seguirá acudiendo a muestras, conciertos, representaciones teatrales y demás.

¿Hay nuevas generaciones de artistas a las que les va afectar, en su proceso de profesionalización, el paréntesis de estos dos años?

Igual la pandemia ha permitido parar y centrarte más en la producción a pequeño formato, ha facilitado más indagar en una misma. En ese aspecto, para mí ha sido una forma de parar dentro de una vida de ritmo frenético y ha sido un regalo en ese sentido. Con respecto a las nuevas generaciones, sigue habiendo espacios para poder difundir los trabajos y todo consiste en que ellas y ellos trabajen, también en esa difusión de su obra, que es muy importante. También a la hora de ponerle precio a lo que hacen. En ARTgia hemos visto que uno de los mayores problemas es que no sabemos valorar nuestro trabajo, no le damos la relevancia que tiene en realidad. Hace falta incidir en ello. También desde la universidad y desde otros espacios formativos.

Lo que se ha vivido en los dos últimos años, ¿cree que va a tener algún reflejo, en un futuro próximo, en lo que hace, en las formas o en los fondos?

Tiene que pasar un tiempo para que el poso se asiente. Pero sí, es una vivencia que hemos tenido todas y nos va a afectar en la forma de ver el mundo. Para mí ha supuesto una transformación muy importante en mi vida y supongo que, más tarde o más temprano, eso se reflejará en los trabajos que haga. Creo que la sociedad ha cambiado en este tiempo y hay muchas personas que se han dado cuenta, aunque muchas otras no, del valor que tienen el arte y la cultura para desarrollarnos como personas, canalizar nuestras emociones y entender también a las otras personas. El arte tiene ese valor de trabajo del mundo emocional que es muy necesario, imprescindible en este momento de vida tan frenética, de vida tan orientada al trabajo, al éxito, a lo corporal...

¿Próximos objetivos para lo que queda de año y 2023?

Me gustaría un poco más de estabilidad porque a veces te encuentras con que entran mil trabajos a la vez y en otras ocasiones parece que no hay nada. Lo ideal sería encontrar un equilibrio, poder trabajar con algo más de calma e ir dando pinceladas más allá del País Vasco.