Labatut: “La literatura tiene que hacer las preguntas fundamentales”

A su juicio, “la literatura es un arte oscuro” y en este caso utiliza la ciencia como pretexto para “hablar de aquello que se escapa de la ciencia, todo aquello que el ser humano puede ver pero no puede comprender” y traslada esa experiencia al libro a través de diversos ejemplos de la ciencia.

Por sus páginas desfilan descubrimientos reales en una cadena perturbadora: el primer pigmento sintético, el azul de Prusia, creado en el siglo XVIII gracias a un alquimista que buscaba el Elixir de la Vida, se convierte en el origen del cianuro de hidrógeno, gas que el químico judío alemán Fritz Haber empleó para elaborar el pesticida Zyklon, sin saber que los nazis lo utilizarían para exterminar a miembros de su propia familia.

Una carta enviada a Einstein por un amigo moribundo desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial, con la solución de las ecuaciones de la relatividad y el augurio de los agujeros negros es otro de los ejemplos inspiradores. “En la ciencia hay muchas ideas, pero lo fundamental es que el descubrimiento se convierta en una experiencia que transforma”, apunta el autor, quien percibe que “la literatura siempre ha estado fascinada por la ciencia”.

Poe escribió Eureka en uno de sus delirios alcohólicos, un libro que sus editores rechazaron por considerarlo “la obra de un loco”, pero en el que inspiró a la ciencia los agujeros negros. Es la demostración de que, “mientras el ámbito de interés de la ciencia es la verdad, la literatura se centra en el delirio, en la paradoja”.

“La mirada de la ciencia es muy cruel, porque deja fuera cosas sin las que no podemos vivir, pero la literatura también deja fuera cosas que no queremos ver. Más que creer en las cosas, hemos de pensar en ellas”, añade.