- Tras 30 años en Fráncfort, Rosa Ribas sitúa su última novela, Lejos, en una urbanización de las muchas que quedaron inacabadas en España hace una década, “ruinas inmobiliarias en las que había que imaginar el futuro, no el pasado, como hacemos ante un castillo”.

En Lejos (Tusquets), la autora evoca esa urbanización medio construida y que se prometía lujosa en la que se desenvuelve la protagonista y narradora, una mujer recién separada, volcada en el trabajo.

Más allá de la urbanización, perviven las calles asfaltadas y las rotondas que no conducen a ninguna parte, y viviendas sin acabar y sin vender, ocasionalmente ocupadas por gente que no se deja ver, entre ellos un hombre recién llegado que arrastra un secreto.

En una entrevista, Ribas, que combina sus novelas negras con otras fuera del género, señala que el punto de partida de Lejos fue un viaje en 2013 por Toledo y Castilla-La Mancha, donde vio muchas de “estas urbanizaciones que cayeron por la burbuja inmobiliaria o cuando los promotores se largaron con el dinero”.

La autora de El pintor de Flandes ve la urbanización de la novela como “un reflejo de la sociedad, de cómo se forman los grupos, de cómo se construye el nosotros y el ellos, el enemigo”.

Reconoce que, “aunque no había un propósito de tratar el rechazo social a determinadas personas o la inmigración, sí hay una mirada crítica al comportamiento humano: la creación de un grupo excluyente, que impone unas normas y exige tu pertenencia”.

Refuerza el dramatismo, el aislamiento del lugar, con una capital lejana, vista como una “nave nodriza” y en ese contexto, la comunidad siente la necesidad de protegerse creando “un aura de civilización” en un lugar que “ni siquiera es un paisaje idílico”, frente al exterior, “la barbarie”.

Admite Ribas que en cierto modo Lejos podría ser una novela distópica, porque “no hay referencias temporales”, aunque el lector puede intuir que sucede después de la crisis de 2008, cuando quedaron como herencia “ruinas arquitectónicas por todo el país” como en Seseña o en L’Aldea.

“Es todo lo contrario de lo que nos pasa contemplando las ruinas de un castillo, donde intentamos ver cómo fue la vida en el pasado, porque frente a las ruinas inmobiliarias tratamos de imaginar la vida que podría haber sido”.

Más allá de la trama, en la que no faltan muertos, la preocupación de Ribas era “reproducir la asfixia de vivir en un sitio del que no puedes salir, la presión social, el miedo, la noche”.

Y lejos de describir a los personajes, que se dibujan con “breves pinceladas”, la autora recurre al diálogo para que “el lector sienta las voces de unos protagonistas sin nombre a los que “conocemos por lo que nos cuentan y cómo nos lo cuentan”.

Ribas percibe que hay un tema común en sus novelas que no son de género, “la desubicación de los personajes, que no acaban de situarse en el lugar en el que están”, como pasaba en Pensión Leonardo o en El pintor de Flandes.

Y añade Ribas que quizá tenga algo de autobiográfico: “Los treintas años que he vivido en Alemania, que he disfrutado como extranjera, me han hecho más observadora, de aquella realidad, pero también de la de aquí, siempre desde una posición ligeramente descentrada”.

Ribas atraviesa un momento dulce creativo, después de haber acabado su primera novela escrita en alemán, “un desafío” que afrontó por puro placer, que tiene “algo de picaresca y con una trama criminal”.

Esta novela corta, aún sin editorial en Alemania, está protagonizada por una mujer cincuentona que trabaja en una residencia de mayores, que trampea con pequeños chanchullos para mantener a la familia y pagar las deudas que dejan un marido jugador y una madre enganchada a la teletienda; pero la acción se desata cuando llega un hombre que ha sufrido un ictus y no recuerda que era un matón de bandas criminales.

Sobre su personaje de género más popular, la policía alemana de origen español Cornelia Weber-Tejedor, Ribas espera poder sacarse la espinita de “concluir la quinta y última entrega de la serie”, de la que tiene los apuntes y sabe cómo cerrar, en contra de la opinión de su marido. “Desde la nostalgia, sería volver a Fráncfort, al menos mentalmente”.