Dirección y guión: Hong Sang-soo. Intérpretes: Shin Seok-ho, Park Mi-so, Kim Min-hee, Kim Young-ho, Seo Young-hwa y Cho Yun-hee. País: Corea del Sur. 2021. Duración: 66 minutos.
ong Sang-soo no hace películas al estilo tradicional. No trabaja como la mayoría de los directores. Ni va en busca de nuevos temas, ni se adentra en territorios inhóspitos ni desconocidos. Se podrían pasar una tras otra casi todas sus películas y en su conjunto serían percibidas vistas como variaciones sobre un mismo tema. Reconstrucciones de la misma pregunta; aquella que se muestra especialmente vulnerable al azar y al amor. En esas dos muletas vive encaramado el cineasta coreano y sobre ellas parece caminar el mundo, independientemente de si se esté en el lejano Oriente o se viva en la aldea de al lado.
En Introducción se nos invita a asistir al mismo ritual, algo que presenta una ventaja; la persona avisada ya sabe de antemano si le interesará o no esta propuesta dado que Hong Sang-soo no parece moverse del lugar en el que decidió montar su campamento base hace ya más de veinte años.
Como un cazador en su paranza de espera, Sang-soo se dedica a observar a sus personajes. Son criaturas carentes de grandes vicisitudes; no se revisten de historias extraordinarias, salvo que se crea que la vida es en sí misma algo maravilloso. En ese caso, el cine de Hong Sang-soo comienza a mostrar un alto interés porque pocos como él saben fijar con tanta confianza su mirada en personajes tan comunes como discretos. No los conocemos pero se diría que se parecen mucho a muchos de quienes vemos de vez en cuando. Se cuenta que Hong Sang-soo se ubicó en esa tierra de nadie, en esa perplejidad patéticamente cósmica, tras emborracharse con el cine francés de los años 60. De ahí esa insistencia en emparejarlo con Rohmer.
Probablemente no carezcan de razón ni de argumentos quienes así lo perciben, pero hay algo más que se puede escuchar en el fondo de sus películas, si se fuerza el oído. Ese algo provoca una agridulce sensación de extrema delicadeza y fugacidad. Es cine efímero como las flores de esos árboles que tanto adoran quienes aciertan a reposar el aliento para admirar las cosas pequeñas. Se olvida su singularidad porque todas son semejantes pero, cada vez que se nos aparece, nos vuelve a estremecer la sensación de que somos aves de paso.