Dirección: Guillermo del Toro. Guion: Guillermo del Toro, Kim Morgan. Novela: William Lindsay Gresham. Intérpretes: Bradley Cooper, Cate Blanchett, Rooney Mara, Toni Collette y Willem Dafoe. País: EEUU. 2021. Duración: 150 minutos.
l origen del relato que atraviesa El callejón de las almas perdidas hay que situarlo en plena guerra civil española, en 1937. En esos días terribles, William Lindsay Gresham, militante entonces del partido comunista norteamericano y voluntario de la Brigada Lincoln, escuchó de un compañero referir historias fabulosas sobre circos y criaturas fantásticas. Años después, Gresham escribiría, inspirado en aquellos ecos, su única gran novela cuya adaptación cinematográfica, que hizo en 1947 Edmund Goulding con Tyrone Power y Joan Brondell, contribuiría a poner en sus manos dinero y fama. No fortuna entendida como suerte favorable; la suerte, esa que tanto se convoca a través del Tarot tanto en el film de Goulding como en el de Guillermo del Toro, jamás le acompañó a Gresham.
Gresham fue un alcohólico al que la idea del suicidio le acompañó hasta el final de su existencia. Por eso mismo, el alcohol impregna todas y cada una de las circunstancias que rodean el periplo de Stanton Stan Carlisle (Bradley Cooper). Guillermo del Toro ha querido conferirle un tono fabulador y trágico, epopéyico y cinéfilo, puesto que en todas y cada una de las secuencias resultan perceptibles las huellas que el director mexicano ha ido esparciendo a partir de sus querencias cinematográficas.
Como el cartel que sirve para anunciar el filme, Guillermo del Toro ha compuesto su película en tres actos emblematizados cada uno de ellos por una mujer, aunque el trasvase temporal de unas y otras las haga confluir en el conjunto del éxodo del infeliz protagonista. Hay bastante consenso en certificar que la primera parte, la que transcurre en el universo Freaks, la que le permite a del Toro dar rienda suelta a su creatividad de devorador de tebeos y de novelas fantásticas, se eleva tanto que se tiene la sensación de que este callejón poco a poco se estrecha.
La ascensión al infierno de Stan, un hombre ambicioso al que al comienzo del filme retrata del Toro en medio de llamas de fuego, se realiza a través de tres mujeres: Zeena (Toni Collette), la pitonisa y madre-maestra; Molly (Rooney Mara), la mujer eléctrica y esposa; y la doctora Lilith (Cate Blanchett) la psicoanalista y femme fatal cuyo nombre evoca a la mujer que abandonó a Adán; la creada, como el hombre, de arcilla y por lo tanto, no sujeta al heteropatriarcado. Ellas, con ellas, se establece ese periplo existencial en el que abundan referencias.
Del Toro no se aleja demasiado del orden narrativo que aplicó Edmund Goulding, el director de Amarga victoria (1939), al relato de Gresham. Respeta la cronología y los detalles, cambia el tono y evita el final reconciliador del filme de 1947 porque en 2022, esa lucha entre el bien y el mal ya se ha dirimido fatalmente. Cada fase de este filme solemne y poético, brutal y, sin embargo, piadoso, se centra en el retrato de un proceso de envilecimiento. En esa transformación/deformación. En 1947, en el nacimiento del monstruo un emergente Tyrone Power se embrutecía convincentemente pese a que el tono era marcadamente realista. En el filme de Del Toro, Bradley Cooper se metamorfosea de manera menos evidente. Su hacer contrasta con el estar de una Cate Blanchett de maldad mefistofélica. Un claroscuro que imprime un tono lúgubre y amenazador.
De fondo se subraya un duelo entre los métodos del psicoanálisis y los protocolos del mentalismo y la magia. Ciencia y conciencia para dar voz y vez a lo que siempre navega en la incertidumbre. En este caso, anegado por el dolor de la culpabilidad de quien soñó con dominar la voluntad de los hombres sin ser consciente de que eso lo convertiría en bestia. Eso contaba el alma atormentada de Gresham y eso ilustra la pasión devoradora de fantasías y redención del autor de La forma del agua.