- Hace siete días les conminé aquí mismo a que hicieran lo que buenamente pudieran. Hoy no puedo hacer otra cosa que repetir el mensaje corregido y aumentado por la evidencia. Anteayer entre la CAV y Nafarroa sumamos 16.000 positivos. Una cifra de mareo que lo es más si hacemos la correspondiente regla de tres para comprobar que uno de cada tres test certifica el contagio. Jamás habíamos imaginado algo remotamente parecido, aunque la pura intuición (no ya el conocimiento científico) parece apuntar a que en las próximas jornadas cada récord se irá pulverizando sistemáticamente. Ahora mismo solo hay una forma efectiva de frenar esos números y no tiene que ver ni con la cacareada responsabilidad individual ni con las nuevas restricciones. Se trata lisa y llanamente de dejar de hacer pruebas diagnósticas o de limitarlas a los casos de síntomas de enjundia. Creo que estamos a un minuto de que las autoridades sanitarias nos comuniquen que si sospechamos que hemos sido alcanzado por el virus pero no estamos echando los higadillos ni nos ahogamos por las esquinas, es mejor que nos quedemos en casita hasta que creamos que ha pasado el peligro.
- Sería lo lógico después de haber reducido las cuarentenas, incluso en caso de positivo contante y sonante, de diez a siete días. Pronto serán cinco. Luego tres, y al final, como decía con su habitual puntería sardónica la tuitera Ángela Martínez de Albéniz, nos saldrá a devolver. Es altamente probable que sea una medida de alto riesgo, pero la cruda realidad no ha dejado otro camino. Y como vengo diciendo, ya no son solamente las razones económicas las que empujan en esta dirección. Resulta que esta ómicron que iba a ser anecdótica según el sabio Fernando Simón (lo siento, pero si no lo escribo, reviento) nos ha puesto entre la jodida espada y la más jodida pared. No hay actividad que no se esté viendo abocada a la parálisis, empezando por las esenciales.
- Más allá del cansancio indecible, las bajas por covid se multiplican entre el personal sanitario o los cuerpos de seguridad. No me digan que no es casi posapocalíptico que en la CAV se haya anunciado que la Ertzaintza no hará controles de alcoholemia —¡en estas fechas!— para prevenir contagios, que bastante diezmada va la plantilla. Atendiendo al mismo principio, la vigilancia del cumplimiento de las restricciones de esta noche se va ver afectada por narices. Será otro indicio de que con el año estrenaremos una nueva forma de gestionar la pandemia. Quizá no tanto por convicción como por necesidad.