Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez son el principio y el fin de Teatro en Vilo, que hoy regresa a tierras alavesas con Man up, una mirada desde la ironía y la irreverencia a los códigos masculinos tradicionalesMan up. Esta noche, la obra -que el pasado otoño estuvo en Vitoria agotando todo el taquillaje con tiempo de antelación- pondrá el broche a la segunda jornada del Festival de Teatro de Humor de Araia desde el Arrazpi Berri, sobre cuyas tablas también se encontrarán Fernando Delgado-Hierro, Pablo Gallego Boutou, Alberto Jo Lee, Juan Paños y Baldo Ruiz.
¿Qué es esto de trabajar en medio de agosto?
-(Risas) Me toca todo el mes, así que tampoco me cansa. El problema es que estamos demasiado acostumbradas a trabajar cuando en teoría no se debería. Mira los fines de semana, por ejemplo.
Noemi Rodríguez y usted son, entre todas las facetas que desempeñan en la compañía, también las productoras, que es una labor que supongo que se ha vuelto todavía más complicada en el último año y medio para intentar sobrevivir en el teatro en plena pandemia.
-En los meses del confinamiento pasamos verdadero miedo y terror. En los momentos en los que no existía el horizonte, una llegó a pensar que el teatro nunca volvería a ser como había sido. Pero desde que se abrieron las puertas, hemos tenido mucha suerte y trabajo. Hemos recuperado e incluso diría que ampliado el ritmo de trabajo que llevábamos. Lo que nos ha hecho la pandemia es plantearnos muchas cosas sobre el ritmo alocado y excesivo de trabajo que teníamos. Ha propiciado una reflexión profunda sobre el tiempo, el lugar del trabajo y esta relación entre teatro-vida que es muy controvertida.
En esta nueva situación, ¿es diferente estar sobre las tablas que en el patio de butacas?
-Al principio, lo más chocante para mí era estar sobre el escenario. Pero esa sensación me duró como tres funciones y después nos acostumbramos, como si hubiera sido toda la vida así. Y como espectadora creo que me ha pasado algo parecido. Quizá es una situación un poco más molesta para mí como público. De todas formas, te diré que lo más duro, según mi experiencia, llega en los ensayos. Tener que estar con la mascarilla cuando estás creando es lo más difícil.
Vuelven hoy a Araia, esta vez para presentar 'Man up', un montaje con humor pero sobre todo con unas cuantas cargas de profundidad. ¿Qué es lo que se va a encontrar el público?
-Es una reflexión escénica desde el humor en la que intentamos trascender el debate que puede llegar a oponer hombres y feminismo, para aunarlo en un mismo bando desde el que mirar cómo la construcción de género nos hace ser menos nosotros, menos libres. Todo eso hecho con mucho humor y ternura.
Con lo tensos que están algunos debates en torno a estas cuestiones, alguien puede pensar que no se puede hacer humor, pero el espectáculo lo consigue.
-El espectáculo es un destensador. De hecho, percibes desde el escenario cómo hay personas que los diez primeros minutos de la obra están visiblemente tensas, aunque suelen ser las mismas que acaban la obra aplaudiendo de pie. El nudo existe y hay tensión porque el conflicto existe ya que hay dolor. La tensión viene del dolor de tantos siglos de opresión hacia las mujeres. Hay muchos dolores que no se han reconocido, que no se han puesto sobre la palestra, y por lo tanto no ha habido ocasión de un acto de perdonar algo de eso o de entenderlo.
Y también del dolor de los hombres que se sienten no entendidos, acusados y enfrentados. En esa especie de tabú está el origen del espectáculo: ¿cómo reconciliar lo irreconciliable, cuando ni siquiera está expresado en palabras? Para nosotras, era importante que la obra no fuera un ensayo o un panfleto, sino que de verdad fuera un diálogo en el que lo más importante fuera el cuerpo, la emoción, la honestidad y la vulnerabilidad de quien está en escena.
Cuando empezaron los ensayos, ¿qué les decían los actores que toman parte, que no dejan de ser también hombre, claro?
-Fue un proceso muy bonito, muy meticuloso y también muy arriesgado. Nosotras queríamos ir a hablar mucho de los temas que importaban, a hablar de perdón, de consentimiento, de violencia, de la rabia que le puede generar a un hombre el feminismo, de hablar de cuestiones que un hombre de a pie de calle no quiere entrar porque sabe que es meterse en camisa de once varas. Es verdad que hubo alguna reticencia, pero siempre desde el sí, desde el juego, desde las ganas de entenderse y entendernos. Ahí fue fundamental que primero a nuestras amigas y luego a más gente, les pedimos audios sobre que querían verle hacer o decir a un hombre sobre un escenario. Eso, de alguna forma, nos quitaba a nosotras la presión de la autoría y la ponía en el mundo.
Supongo que las reacciones del público suelen ser muy dispares.
-Lo que nos llega a nosotras es lo necesario que la gente considera que es este espacio. Generalmente es: tengo que traer a mi hermano, a mi padre o a mi jefe. Hay muchas mujeres que quieren traer a los hombres para encontrar en Man up un espacio de entendimiento desde un algo muy sencillo. Nos han llegado muchas historias sobre gente que se ha atrevido a decir un te quiero, un te admiro, que ha pedido perdón o dar un gracias. Al final, la obra va de eso. Es una pieza que toca la realidad de las personas y que te lleva a preguntarte: ¿estoy haciendo todo lo que puedo hacer para estar mejor? Y, claro, está lo que no nos llega, que supongo que será lo que opina la gente a la que no le gusta, que tal vez piense que ridiculizamos a los hombres o lo que sea. No ridiculizamos al hombre. Para nada. Nosotras ridiculizamos al ser humano.
Teatro en Vilo va camino de cumplir su primer década. ¿Satisfechas con lo realizado?
-Es verdad que estamos como muy agradecidas por lo que han sido estos años, y también orgullosas. Siempre hemos estado en vilo y alertas al cambio, y lo seguiremos estando. De hecho, tenemos un nuevo proyecto que se estrenará en mayo en el María Guerrero. Nos hemos metido en algo más loco e imposible todavía porque hemos decidido hacer un espectáculo para cambiar el mundo.
Casi nada.
-Bueno, con Man up dijimos: vamos a hablar de un tema imposible. Y nos parecía una locura. Pues aquí estamos con otra. Creemos que desde el teatro todavía existe un espacio de posibles.
Pues con ganas de verlo.
-Yo también (risas).