ijo de molineros y analfabeto, el francés Louis Vuitton tuvo uno de esos destinos excepcionales retratados en la literatura del siglo XIX al construir una industria prolífica marcada por las invenciones técnicas y sus relaciones con la alta sociedad.
Vuitton, una de las primeras personas en comprender la importancia y el valor de dar su nombre a un objeto, no fue en realidad el primer Louis Vuitton. Nacido en Anchay (frontera con Suiza) el 4 de agosto de 1821, recibió el nombre de su hermano mayor, que murió con apenas un año de edad. Con 16 años llegó a París tras dos años de camino a pie y solo aprendió a leer y a escribir pasados los 20, tras decidirse a crear su negocio. Cuando murió, en 1892, casi a modo de testamento elaboró un catálogo con todas las creaciones que había hecho sin quitar ojo a las novedades de la Revolución Industrial y la emergente industria del turismo, que él acompañó al crear las primeras maletas planas con telas, cerraduras inquebrantables y otros accesorios de ocio. "Fue sobre todo un gran visionario. Los monogramas en sus maletas, los pedidos especiales... Él desarrolló todos los códigos del lujo", explica a Efe Stéphanie Bonvicini, autora de Louis Vuitton. Une saga française, cuyo documentado libro revela las grandes sombras de los Vuitton.
Comenzó como aprendiz de Romain Maréchal, fabricante de baúles y embalador de vestimentas en los desplazamientos de la realeza y la nobleza, y en 1854 creó su propia empresa de objetos de viaje con la que pretendía llegar a los poderosos que visitaban el mundo. "Entonces el equipaje no era algo lujoso. Se viajaba con baúles de madera. Su mayor innovación fue personalizar las maletas con telas, no sólo protegerlas de la lluvia, sino también vestirlas e incluir sobre ellas su monograma, lo que sirvió como una forma de publicidad y de reconocimiento social", añade Bonvicini. Tener una maleta Louis Vuitton era señal de estatus social: entre sus clientas destacaron la emperatriz Eugenia de Montijo, casada con Luis Napoleón Bonaparte; la reina Victoria de Inglaterra, Isabel II de España y su hijo Alfonso XII, y aventureros como Pietro Paolo Savorgnan di Brazza.
Vuitton ideó accesorios para picnic, camas plegables, portasombreros, maletas con cajones o la primera maleta-armario que permitía transportar hasta veinticinco vestidos sin que se arrugasen. Creaciones que respondían al espíritu de su tiempo, no solo por la innovación sino también por esa búsqueda insaciable de ocio y consumo que se promulgó como una forma de frenar las continuas revueltas de la primera mitad del siglo XIX. Fue además un precursor de prácticas industriales y de la mejora de condiciones de los trabajadores, para quienes creó un preludio de caja de pensiones y seguro social, de la globalización de marcas: fue uno de los primeros en abrir una tienda en el extranjero -en Londres, toda una provocación para los ingleses- y en recurrir a las franquicias para vender sus productos.
Una de sus grandes batallas fue contra las imitaciones. Su primera maleta de lona gris fue pronto copiada, como sus creaciones de rayas o el damero, en el que hizo marcar su nombre -algo nunca visto hasta entonces- para evitar plagios. Pese a la lucha feroz contra sus imitadores, comprendió que, si le copiaban, es que sus maletas eran un objeto deseado.
Su hijo, Georges Vuitton, entendió que nunca lograría despojar a la marca de la fama de su padre y creyó solucionar el problema de las copias con un dibujo de flores geométricas a las que añadió un LV. No lo logró. Más de cien años después sigue siendo uno de los estampados más copiados del mundo. A Georges, que impulsó la expansión en EE.UU., le siguieron Gaston, un amante de la innovación como su abuelo; o su bisnieto Henri, cuyos éxitos comerciales quedaron ensombrecidos por su muy probable colaboración con el Gobierno del mariscal Pétain en Vichy, para quien fabricó objetos de propaganda. En los años 1980, la ambición de los herederos por integrar la marca en un grupo más grande propició que fueran fagocitados por un empresario del norte de Francia, Bernard Arnault, quien la integró como faraona del que es en 2021 el mayor grupo del lujo mundial, LVMH. La marca celebra ahora su bicentenario con una serie de videojuegos y reinterpretaciones de sus diseños. Y este año se publica una novela de ficción sobre su vida y un documental biográfico.
Al nombre de Louis Vuitton aún le quedan muchos viajes.