La directora de cine laudioarra, Estíbaliz Urresola Solaguren (1984), anda asumiendo los últimos galardones obtenidos en Málaga con su cuarto cortometraje, Polvo somos, y preparando las maletas para embarcarse en una nueva residencia artística, nada menos que en Grecia, de la que espera salir en octubre con el guión ya definitivo de su primer largometraje de ficción, 20.000 especies de abejas, con la intención de entrar a rodar en verano de 2022. Logros todos ellos a los que bien se les podría atribuir una pizca de factor suerte, pero basta hablar con ella unos minutos para entender los años de trabajo que hay detrás, y los que quedan, si se quiere no solo ya despuntar en esta industria, sino simple y llanamente mantenerse.

Ella lo ha intentado en solitario siendo guionista, directora y hasta creando su propia productora, Sirimiri Films, con resultados bastante notables a lo largo de su trayectoria, de los que el premiado corto Adri o el largometraje Voces de papel, con el que obtuvo en 2017 la Txapela de oro al mejor documental en el Zinemaldia.cat, son solo un ejemplo. Con todo, reconoce que la cooperación es indispensable. Algo con lo que ya cuenta, pues Gariza Films e Inicia Films se han sumado al proyecto de su primer largo de ficción. De igual forma, junto a Katz Estudio y, de nuevo Lara Izagirre en lo que ya parece una coproducción formalizada, sacará adelante este mismo otoño su quinto cortometraje: una historia de ficción basada en hechos reales, que la emociona e inspira pues aúna feminismo y ecología.

Para quien todavía no la conozca, ¿quién es Esti Urresola?

-Una laudioarra que estudió en Bilbao Comunicación Audiovisual y que, tras una temporada trabajando en producción televisiva en Euskadi, decidió apostar por irse a Barcelona a estudiar un máster de dirección. Ahí empezó un poco todo a coger forma hace diez años, porque allí escribí un proyecto de cortometraje, Adri, que fue seleccionado por el tribunal de la escuela para producirlo y que funcionó muy bien. Ello me otorgó una carta de presentación en el mundo del cine, así como una beca en la misma escuela sobre marketing y distribución que, desde entonces, me ha permitido hacer realidad un sueño que ya tenía de pequeña, cuando pasaba largas horas escribiendo cuentos y dibujándolos. Otra de mis pasiones, la pintura, que nunca he trabajado de forma profesional.

Málaga, Zinebi, Cortada... todos estos festivales han premiado 'Polvo somos'. ¿Se lo esperaba?

-La verdad es que todos los festivales que nos han seleccionado han sido una gran sorpresa. Primero porque para mí Zinebi siempre ha sido como referencial en cortometraje en España, y encima en una sección oficial muy potente, que nos otorgó dos premios, sin olvidar que es un festival calificador para los Bafta y los Oscar, con lo que ello conlleva a nivel de repercusión internacional. La ceremonia de entrega de premios fue muy curiosa, porque fue en pleno confinamiento y recuerdo que estaba en el salón de mi casa, con mi pareja en frente, viéndolo en directo en Instagram, y cuando publicaron que nos habían dado el premio al mejor guión fue una especie de alegría máxima. El segundo, el gran premio del cine vasco, inesperadísimo, porque pensaba ¡con uno voy que chuto!. Con Cortada más de lo mismo, mejor cortometraje alavés, sin olvidar que también fuimos mejor corto de la Semana de Cine Vasco; y Málaga ya, ni te cuento, porque siempre me había parecido como algo inalcanzable, y estar también en sección oficial y llevarte otros dos premios -la Biznaga de Plata a la mejor actriz para Goize Blanco y el Premio del Público- es algo que no se puede explicar con palabras. Además, el del público es algo muy bonito, solo de pensar que gente con experiencias tan extrañas y dispares se ha puesto de acuerdo para reconocer mi trabajo, me emocionó. No olvido que hago las películas para el público, no para los festivales. Lo que ocurre es que éstos son necesarios para poder seguir haciendo lo que haces y a lo que te dedicas.

¿Llegará algún reconocimiento más?

-No ha cumplido un año desde su estreno, y calculamos que le queda medio año de recorrido, y hay unos cuantos festivales a los que estamos inscritos para los que esperamos que estos premios recibidos ayuden, ya que Málaga o Zinebi es en los que se fijan los demás para seleccionar. De hecho, tenemos el reconocimiento de tres festivales calificadores para los Goya, pero necesitamos uno más para acceder. Con ello, en todo caso, entraríamos en una sortlist, luego los académicos votan de esa lista cuales son los cuatro nominados. ¡Vamos!, que el lograrlo no te garantiza estar nominado, pero la posibilidad sigue ahí. Sí nos ha resultado curioso que hemos sido seleccionadas para pocos festivales, pero a los que estamos yendo son muy importantes y estamos saliendo con premios, dobles y de los grandes. Hay mucha producción de corto y quieras que no la mayoría de los festivales mete ese filtro a la hora de seleccionar. No es lo mismo presentar una cinta con la carátula limpia que plagada de galardones previos y de festivales de renombre. De ahí nuestra esperanza. Alguien por libre lo tiene muy difícil, aparte de lo que supone económicamente inscribir un trabajo a festivales.

¿Cómo ha afectado la pandemia a sus proyectos?

-La verdad es que, afortunadamente, la llegada del covid-19 en marzo de 2020 me pilló en la fase óptima, si te toca vivir una pandemia, de los dos proyectos que tenía iniciados. Por un lado, la postproducción de Polvo somos y a menos de una semana de haber finalizado el rodaje. Yo tenía una misión, avanzar día a día en la edición y me centraba en el corto y en tenerlo montado en un mes y medio, para poder llegar al calendario que teníamos previsto de mercado, y eso psicológicamente te da como un tempo y un qué hacer, y te centras y agarras a eso. Luego por otra parte, con el largometraje 20.000 especies de abejas estábamos en la fase de desarrollo, lo menos dañino dentro de lo que cabe. La pena con la película es que justo habíamos sido seleccionadas para La Incubadora de The Screen y nos vimos obligadas a hacer la mayor parte de ese programa, que fue un regalo absoluto, de forma online y sí que se perdía mucho del valor añadido que tiene, que es establecer vínculos, lazos, redes y contactos, pero bueno, es verdad que poder lo pudimos hacer, no era algo que se vio completamente condenado a posponerse. Lo fuimos haciendo virtual y eso nos fue también vertebrando el paso de los meses, porque las sesiones fueron desde marzo hasta junio, y fue un tiempo que también aproveché para reescribir el guión del largo y montar el corto. O sea, bastante ocupadita (risas).

¿Qué le ha aportado el paso por La Incubadora?

-Realmente, un antes y un después, tanto para el proyecto como para mí profesionalmente. En primer lugar fue como un impulso para que creyera más en el proyecto. Sacar adelante una película es un camino muy largo, y hay muchos momentos en los que flaqueas. A nada que en algún momento no consigas uno de los objetivos te puedes ver muy afectada a nivel de autoestima o de la simple energía que requiere poner, y entonces que te seleccionen para La Incubadora fue como: ¡venga, para delante!. En segundo lugar, a nivel de abrir el proyecto y exponerlo, compartirlo con otros compañeros cineastas también seleccionados y con los profesionales que nos tocaron para acompañarnos (Pablo Berger, Neus Ballús, Nacho Vigalondo, Emma Lustres, Marisa F. Armenteros y Sandra Tapia), fue muy enriquecedor, porque en ese diálogo también ves y aprendes muchas cosas, y te sugieren otras ópticas. Es como una pared al que lanzas un balón y, depende de la fuerza, te vuelve de una forma o de otra, con más efecto o menos. Sabes que eres igual de vulnerable que el resto de tus compañeros mostrando sus trabajos en proceso de desarrollo, y por tanto que no son perfectos que tienen sus deficiencias, pero lo expones sabiendo también que es un espacio de seguridad en el que todo el mundo va a recoger desde un espíritu lo más constructivo posible, y eso es muy bonito. Me encantó compartir mi proyecto con mis compañeros y compañeras (Álvaro Gago Díaz, Alberto Martín Menacho, Cordelia Alegre y Yayo Herrero) y he conocido a gentes de la industria que de otra forma hubiera sido imposible llegar a contactar. Además, como no solo asistí a La Incubadora como guionista y directora, sino también como productora, he aprendido muchísimo. Ha sido como un máster intenso y muy efectivo.

'20.000 especies de abejas', aunque va más allá, habla de transexualidad infantil. ¿Cómo se le ocurrió la idea?

-Estaba iniciando una residencia artística convocada por Gariza Films, con la idea de desarrollar un proyecto documental. En ese momento tuvo lugar el suceso del suicidio de Ekai, el niño transgénero de Ondarroa de doce años, y la verdad es que fue algo que me conmocionó profundamente y me tuvo impactada durante días. Lo recuerdo otra vez y se me ponen los pelos de gallina. Cuando leí la carta que escribió su aita en los medios, no podía entender cómo un niño aceptado en su familia y también en el colegio, tomara esa drástica decisión. Era algo que me generaba muchas preguntas y decidí contactar con la asociación Naizen (por aquel entonces Chrysallis Euskal Herria), y me adentré en esta realidad que era bastante desconocida para mí. No di crédito cuando empecé a encontrar no ya niños y niñas de doce, sino de cinco, cuatro y hasta tres años que ya se expresaban en el sexo distinto que se les asignó al nacer y con una rotundidad y una vehemencia impresionantes. Tuve acceso a los escritos conmovedores que escribieron las familias en primera persona, con experiencias que han sido recopiladas por Naizen en el libro Relatos de vida, y después entrevistas personales, y cada familia me contaba una historia que podía ser perfectamente una película, y sentí que de alguna forma estaba asistiendo de forma privilegiada a poder captar experiencias que, yo creo la mayoría de la gente todavía en ese momento, 2018, no podíamos ni imaginar que se podían vivir en familias con niños tan pequeños y decidí que era muy importante visibilizar esas vivencias. Acercar esta realidad al público en general para que podamos comprender de una forma mucho más natural la transexualidad infantil como una experiencia de diversidad más, porque todos somos diversos en múltiples ámbitos. Así que le planteé a Lara si podíamos cambiar un poco el rumbo del proyecto que estábamos realizando para llevarlo hacia la historia de una familia que tiene que confrontar el momento de vivir la transexualidad de su hijo.

Gariza Films están con usted desde el primer momento del proyecto, pero también ha recibido ahora el apoyo de Inicia Films, responsable de 'Las niñas'.

-Sí, se trata de una coproducción entre Gariza e Inicia, con mi Sirimiri como productora asociada. Inicia Films entró a principios de este año, y ha supuesto para mí un respaldo y una tranquilidad enorme. La lleva Valérie Delpierre, una mujer con una trayectoria inmensa que viene del documental y haciendo unas ficciones con una relevancia destacada que, aunque no sean grandes producciones, sí que están teniendo un gran reconocimiento. Verano del 93 o Las niñas creemos que son películas que podrían tener que ver con el espíritu que impulsa nuestra peli. También nos apetecía un montón trabajar con una mujer y cuando leyó el guión y nos dijo que le interesaba mucho la historia y la forma en la que estaba contada, fue una alegría inmensa, porque contar con su saber hacer creemos que va a ayudar mucho a mejorar el proyecto.

Para sacarlo adelante han logrado diferentes ayudas, pero ha comentado en varias ocasiones que una película no se hace solo con ayudas, y que es casi vital la presencia en festivales. ¿Por qué?

-Una película es un proceso que se gesta, como poco, en cinco años, si todo va bien. Es un proceso muy largo y en el que intervienen muchísimos profesionales. Es decir, tiene una dimensión cultural, pero también otra industrial muy fuerte. Hablamos de presupuestos altos, aún en el caso del cine low cost, porque creemos y defendemos un cine en el que se profesionalizan todas las labores implicadas, y en el que la gente cobra como ocurre con los profesionales de cualquier otro ámbito, porque es un trabajo. Nos parece muy peligroso ese discurso que muchas veces ensalzan los medios de esta película se consiguió hacer con tan solo equis euros, porque en esos casos la gente está trabajando de forma precaria, muchas veces sin contratos, sin seguros y esa no es la forma en la que entendemos se debe hacer cine. Además, el cine como industria también genera tejido económico ya no solo en el sector, sino que abarca muchos otros servicios de hostelería, alojamiento, transporte, de alquiler y venta de maquinaria de cámara e iluminación... que al final revierten en el territorio en el que se rueda y es algo a tener muy en cuenta. Por otro lado, está el tema de que una película no se puede financiar al 100% desde subvenciones públicas, eso está limitado y acotado. Entonces hay una gran parte que es capital privado, y eso hay que buscarlo, y sobre todo se encuentra en ese tipo de mercados de cine que suelen estar siempre ligados a un festival. Por eso ser seleccionadas en festivales es tan importante.

¿Lo han podido comprobar con 'Polvo somos'?

-Por supuesto, con este cortometraje ya nos hemos colocado en un ámbito donde, de repente, vas a conocer agentes de ventas, distribuidoras o coproductores, que van a poder facilitar la consecución de la financiación de tu futuro largometraje. En este sentido, es importante que el cine pueda ser beneficiario de ayudas públicas, como lo son otros muchos sectores como el automovilístico o grandísimas empresas de capital privado, de cara a que la cultura pueda gozar de una libertad creativa. Y es que, de solo financiarse a través de plataformas privadas, cada vez mayores y que operan de forma más holgada en nuestro territorio, al final los relatos, las formas de contar y los sujetos discursivos acaban estando limitados y filtrados por intereses privados. Por ello, insisto en que es fundamental que el cine y su vertiente cultural pueda tener la garantía y el respaldo de las instituciones públicas.

¿Ahora mismo cual es la agenda de '20.000 especies de abejas'?

-Voy por la novena versión, pero justo en julio participo en una residencia de laboratorio de guion, del Instituto Mediterráneo de la Filmografía (MFI) y tengo la fortuna inmensa de que va a ser en Grecia. Es un premio que gané justamente en un mercado de coproducción, que se celebró el año pasado en el Cross Roads Coproduction Market. Un mercado ligado al festival de Tesalónica, al que presentamos el proyecto de la película y fui beneficiaria del premio que consistía en una beca para continuar desarrollando el guión. Así que espero lograr una versión mejor, la décima y definitiva, gracias a esta beca. Con la que estoy ahora me siento satisfecha, pero aún así siempre le veo las costuras por donde podría afinar más. Empezamos en julio, son dos grandes fases, en formato presencial y online, y terminamos en octubre. Todo este año lo hemos dedicado también a la búsqueda de financiación, elaboración de dossieres y preparación del proyecto, y lo ideal sería empezar a rodar el verano de 2022, si es que para entonces logramos la financiación necesaria. Estimo que serán ocho semanas de rodaje, con la idea de estrenar en 2023.

Es pronto para hablar de localizaciones pero ya avanzó que su idea era partir de Iparralde con un cruce de frontera para volver al hogar, y el suyo es Llodio. ¿Esta Álava en agenda?

-No hay nada decidido pero sí, mi idea siempre ha sido rodar en Álava. A la hora de escribir el guion, irremediablemente me inspiro en espacios y lugares que he transitado desde pequeña y que tienen lugar en mi entorno, cercano a Llodio (el río, caminos aledaños...), siempre hay una gran parte de uno mismo en las historias que contamos. Además, por mi experiencia anterior en otros trabajos, siempre he sentido mucho apoyo de mi pueblo, a nivel tanto vecinal como institucional, como se vuelca en facilitarte de todo (cederme espacios para castings y rodajes, cambios de calendario por imprevistos, voluntarios para extras...) y es algo muy de agradecer y que también se tendrá muy en cuenta a la hora de planificar la producción de 20.000 especies de abejas.

¿El casting y el tener que dar con esa niña protagonista de seis años, le sigue quitando el sueño?

-En realidad ya he empezado a hacer encuentros con las niñas de la asociación Naizen, que están en la franja de edad que me interesa para el papel, porque también sería súper bonito y auténtico que pudiera ser una niña en situación de transexualidad la que relate su propia historia, aunque en el fondo es un compendio de detalles de muchas historias de muchos otros niños, no la de uno en particular. Sé que es un proceso delicado que va a llevar mucho tiempo, por eso hemos empezado ya y sí que hay una niña con la que he empezado a establecer unos encuentros más personales para ver si podría llegar a hacerlo.

Supongo que, con todo esto entre manos, de nuevos proyectos ni hablar.

-¡Pues sí tengo, sí! (risas). Este otoño la idea es entrar a rodar un quinto cortometraje, que aúna dos cuestiones que me emocionan e inspiran: la lucha ecofeminista, contada desde la ficción pero inspirada en la lucha real que emprenden un grupo de mujeres contra una multinacional que está contaminando el entorno de todo el valle en el que viven, y que habla de sororidad, de apoyo mutuo y de empoderamiento de mujeres de edad avanzada. Es una historia de denuncia social pero que, como en muchos de mis anteriores trabajos, lo enfoco desde lo personal y creo que eso le da fuerza, porque nos permite como público identificarnos mucho más con lo emocional de la historia. También tiene mucho que ver con el corto Nor nori nork que nació de la voluntad de la asociación de padres y madres del colegio Lamuza de Llodio y en el que yo retraté la realidad que se vive, pero tras una inmersión personal en ella, en la que me empapé y conecté con las niñas, hasta hilar algo que tiene que ver más con una ficción pero muy basado en hechos reales. Ese formato híbrido en el que no se reconocen las líneas entre el documental y la ficción me resulta muy interesante.

¿Lo va a producir sola?

-Lo voy a hacer con Sirimiri Films, sí, pero contaré, por primera vez, con la coproducción de Katz Estudio y Gariza Films, que me hace especial ilusión porque, desde luego, en esta industria o articulas una red de sostén y de cooperación o no subsistes durante mucho tiempo.

"Lo ideal sería empezar a rodar '20.000 especies de abejas' el verano de 2022 con la idea de estrenar la película en 2023"

"El filme quiere acercar la realidad de la transexualidad infantil al público para que la podamos comprender de una forma mucho más natural"

"Este otoño la idea es entrar a rodar un quinto corto, que aúna dos cuestiones que me emocionan e inspiran: la lucha ecofeminista"