Un proyecto en el que no haya ni un solo impedimento -económico, social o del tipo que sea- para que cualquier persona pueda aprender de y con la música. Nada. Ni un límite, ni una frontera, ni una excusa. De forma muy resumida, esa idea básica se encuentra en los cimientos de Tximurka, una propuesta educativa y cultural que el pasado otoño se puso en marcha en la capital alavesa y que ahora está ultimando su sede. Un total de 13 personas se encuentran ahora involucradas en la aventura cuya chispa está en la pianista Joana Otxoa de Alaiza pero que tiene las puertas abiertas a todo aquel que quiera aprender, colaborar, enseñar, sumar y, en definitiva, compartir.
Mientras se trabaja en rematar los últimos detalles en el local ubicado en la calle Panamá que sirve como punto de encuentro físico para el proyecto -y que ha llegado a Tximurka gracias a su colaboración con Músicos Sin Fronteras-, las primeras clases ya se llevan dando desde el pasado otoño. Por supuesto, es un primer curso especial por muchos motivos, también porque la pandemia ha obligado a que el arranque se haya ralentizado un tanto. "En una situación de crisis como ésta, toda actividad que sirva de herramienta de distensión, formación y disfrute es bienvenida" apunta Paula Aspizua, una de las profesoras voluntarias participantes.
Partiendo de la base, como dice su compañero Mikel Zurdo, de que "todo lo que se da sin esperar nada a cambio es bienvenido", la escuela no fija requisitos previos para acceder a ella, pero sí establece una prioridad a la hora de atender las necesidades musicales de aquellas personas sin recursos económicos. En este punto es fundamental la implicación de terceros, por ejemplo, a través de donaciones de instrumentos y partituras, como las cedidas por la tienda vitoriana Carrión tras bajar la persiana y que van a formar parte también de una biblioteca que Tximurka quiere activar.
Eso sí, la iniciativa no pretende ser una competencia hacia ninguna escuela pública o privada de la ciudad, ni tampoco al conservatorio. Todo lo contrario. "Lo que queremos es ofrecer un servicio a la gente que no se plantea o no puede ir a esos otros sitios. Ojalá en el futuro podamos crear una red en la que tener unas dotaciones económicas aquí que nos permitan que si alguien quiere seguir estudiando música le podamos ofrecer algo parecido a una beca para que pueda ir, por ejemplo, al conservatorio. Queremos romper fronteras ofreciéndonos como un punto de inicio o intermedio" describe Iñigo Sarasola.
Además, la propuesta se caracteriza también por la implicación que tienen tanto profesores como alumnos. Es una escuela autogestionada que escapa de jerarquías verticales y busca la participación asamblearia, incluyendo a quienes acuden a formarse. La idea es que la academia sea participativa, que toda persona que se acerque a ella de una manera u otra tenga la posibilidad de aportar lo que considere. "Hay, ahora que estamos con las obras en la lonja, quien se ha ofrecido a pintar o a lo que toque", sonríen.
Además, mientras se acondiciona el espacio y se sigue con las clases -"nos adaptamos a las necesidades de las personas que vengan en cuanto a horarios o lo que sea"-, el proyecto va dándose a conocer, empezando por El Pilar, barrio en el que, por ejemplo, ya han tenido contacto con los educadores de calle o con el centro de personas jubiladas. "La idea es seguir dando pasos, también con el resto de la ciudad" para ir construyendo redes y complicidades en torno a la música.
"Una de las grandes referencias que tenemos es el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, que tiene ya 45 años de historia gracias a José Antonio Abreu. En realidad, ese proyecto nació, más o menos, de la misma manera. Claro, ojalá nosotros podamos crear algún día orquestas o grupos de música moderna contando con la participación de los alumnos", comenta Sarasola, al tiempo que apunta que sería deseable que "dentro de dos o tres años podamos tener una red de estudiantes ya asentada, y que hayamos podido crear una conexión con el resto de centros educativo-musicales de la ciudad".
Todo se andará. Paso a paso. De momento, toca rematar el local de la calle Panamá y seguir con las clases. "La verdad es que el alumnado también nos enseña a nosotros. No solo aprenden ellos y ellas. Están con muchas ganas de ser parte de esta aventura", de una iniciativa que ahora busca seguir creciendo para ser esa oportunidad de acercarse a la música por parte de quien hasta ahora no podía o nunca se lo había planteado. Éste es solo el primer curso, además en unos tiempos bastante complicados. Aún así, "a todos los que nos han propuesto participar hemos dicho que sí al instante". No es de extrañar.
Desde el pasado otoño, la iniciativa ya está en marcha, más allá de que ahora está ultimando su sede en la calle Panamá
Aunque la escuela no solo está pensada para personas sin recursos económicos, sí tiene una atención prioritaria hacia ellas