El pasado 3 de febrero se cumplieron diez años de la inauguración de la sala La Cuadra en Alegría-Dulantzi. Una década después, Ana Díaz de Espada López de Heredia, propietaria y gestora de la sala ubicada en la calle Mayor, repasa cómo surgió la idea, sus inquietudes y sus retos futuros.

"Ha pasado ya más de una década desde que me di cuenta de la necesidad de un espacio así en mi vida. Siempre cuento que todo surgió de un enfado, cuando recién llegada de Cuenca con mi proyecto de final de carrera aun fresco, subí al Ayuntamiento para poder exponer en sus salas los más de 150 retratos que pinté. Muchas de esas caras eran conocidos del pueblo, mi familia, amigos, vecinos y me hacía mucha ilusión que ellos pudieran ver lo que había hecho, pero no hubo forma de poder exponerlos en el pueblo, aunque sí que lo hice en Getxo, Balmaseda y Zarautz", explica.

Aquí comenzó su aventura. "Sentí que me hacía falta un lugar en el que poder exponer cuando, como y lo que a mí me apeteciera". Casualidades de la vida, el local de la calle Mayor en el que se ubica el espacio artístico "estaba en venta. Había sido de mi familia, allí había guardado leña, visto cerdos engordar para la matanza, montado en tractor y vivido muchos momentos en mi infancia". A lo emocional se sumó que el espacio estaba dividido en dos unido por un pasillo y "pensé que no solo podría tener sitio para exponer, sino que también podría tener mi taller y dar clases allí, así que no lo pensé demasiado, la cuadra de la abuela volvería a ser de la familia, ahora tocaba pensar un nombre pero tampoco fue difícil jugar en mi mente con la absurda idea de cuadro en femenino cuadra, total que se quedó como estaba: La Cuadra", relata.

Animada por sus padres y tras rehabilitar el espacio, un año más tarde su sueño se hacía realizar. Reconoce que los inicios fueron duros. "Al principio no fue fácil encontrar gente que quisiera exponer, yo había estudiado fuera y a penas conocía gente del gremio de la zona así que llamé a los pocos amigos pintores que estaban cerca para que expusieran, entre ellos Miguel Ángel Salgado, Adrián Cortadi o Víctor Alba, pero la vida te va sorprendiendo, aparecía gente allí con su dosier como Juan Pablo Álvarez, grabador y dibujante de Elburgo, o como Blanca Abajo Alda", señala.

La apertura del local fuera de la propia capital alavesa permitió que la provincia contara con un espacio que da la oportunidad a los artistas y al público de poder encontrarse en el territorio de donde son o donde trabajan unos y otros, Álava. Algo que debería ser sencillo o cuando menos habitual pero que se ha convertido en los últimos años en misión imposible, sobre todo por la inacción de lo público.

Poco a poco, con el boca a boca y con la escasez de lugares para exponer se iba acercando más gente a Alegría para "proponerme exposiciones con las que yo seguía conociendo gente, artistas e iba llenando la sala mes a mes". Lourdes Vicente, Juan Sagastizabal, Eduardo Alsasua, Ander Gómez, José Cos, Beatriz Abascal Hermosilla, Carlos Marcote y Gerardo Armesto, entre otros, han sido algunos de los artistas que han pasado por La Cuadra dejando rastro en los espectadores "y también en mí, porque muchos de ellos sino todos, son ahora amigos".

En estos años, las paredes de la sala de exposiciones han visto desde pintura acrílica, óleo, acuarela, grabado, óxidos, pasarela de moda, cuadros vegetales, hasta lucha de dibujo con música en vivo. "Esto último ha sido de las cosas más bonitas de las que he sido participe en estos años", apunta.

Ángel Luzuriaga, un vecino del pueblo, pasaba a fotografiar en las inauguraciones y en una ocasión expuso sus fotos de conciertos. "Un día me llamó para proponerme algo novedoso. Igual te parece una locura recuerdo que me dijo y yo me reí y le dije, adelante dime lo que necesitas. El caso es que sí era una locura pero muy fácil de ejecutar. Ángel y David Tavares (otro grande del gremio que expuso cabezudos entre las paredes de La Cuadra) solo necesitaban una sala con enchufes, un proyector, dos máscaras de luchadores mexicanos y música. Yo me encargue de la sala, el proyector y los enchufes, ellos de todo lo demás, y el día de la inauguración en La Cuadra se llenó de gente viendo como dos hombres tapados con máscaras dibujaban en sus tabletas la música que sonaba en un tocadiscos con álbumes que el público elegía, mientras veíamos sus dibujos avanzar en la pared. Ellos sudaban, los demás disfrutamos. Ese día un vecino del pueblo me dijo: Ana, esto que habéis hecho si llega a hacerse en Nueva York o en Londres, sería la ostia. Estáis locos, pero lo que ha pasado esta tarde ha sido brutal", se emociona.

Otra de las facetas de La Cuadra, además de la expositiva, es la educativa. "Las clases me hacen también muy feliz. Ver cómo mis pequeños grandes artistas crecen a nivel plástico y personal, y lo que yo aprendo con ellos, es fantástico. A veces creo que aprendo yo más con su compañía que ellos de la mía". Son ambos aspectos, el expositivo y el educativo, "los que me hacen sentir orgullosa del proyecto de vida que creé, la gente de la que me rodeo".

A lo largo de los años han sido decenas los alumnos que han pasado por su taller para aprender las técnicas del lienzo o la acuarela y muchos los artistas que han colgado sus cuadros y fotografías en las blancas paredes de La Cuadra, cuyo logotipo es un cerdo rosa en alusión a los animales que la propia Ana vio corretear por donde hoy descansan los pinceles, los lienzos y el aguarrás. Antes de la llegada de la pandemia, cada mes programaba una exposición, "menos en verano", como camino para encontrar, impulsar, coordinar, e incluso generar un espacio digno y dirigido al arte que sirve además para cohesionar a artistas y colectivos locales y de fuera del territorio, de manera que pueda generarse interculturalidad y un trabajo en red.

"Como en Vitoria hay mucha fotografía procuro no traer mucho, aunque por aquí han pasado fotógrafos de la talla de Estíbaliz Díaz o Ángel López de Luzuriaga", apunta. "Me gusta que la gente vea muchas técnicas, aunque destaca la pintura porque yo me relaciono con muchos pintores", reconoce desde su taller.

Los primeros miedos, esos que se plantean sobre "si la gente ya vendrá aquí" se han diluido con el tiempo y admite que se ha creado tal interés que incluso "hay gente que me pregunta constantemente cuándo es la siguiente exposición, quién será el próximo artista o qué vamos a aprender". Díaz de Espada también destaca "la acogida de la gente de Alegría, los que mes a mes se han acercado para aprender a dibujar, a pintar, los que vienen a ver las exposiciones que no son sólo los vecinos dulantziarras". En su repaso del proyecto no quiere olvidarse del "apoyo de mi familia y amigos que es esencial en todo esto. Ellos me levantan cuando creo que estoy cayendo y ellos me han ayudado a no desesperar durante este año".

El 11 de marzo de 2020 al igual que el colegio cerró las puertas. "La pandemia hizo que durante meses La Cuadra estuviera cerrada y mi cabeza echó humo para reinventar el proyecto". Distancia, limpieza, gel, mascarilla... para poder seguir con las clase si problema, y así ha sido. "Este año parece que mucha gente se ha dado cuenta mientras estábamos en casa que el dibujo y la pintura puede ayudarnos a enfrentarnos a situaciones diferentes, a evadirnos o simplemente a pasar el rato, y esto es muy positivo tanto para ellos como para mí, que he visto un mayor interés por recibir clases". Tanto es así que este curso Díaz de Espada cuenta con 6 grupos llenos o que se completan en cuanto alguien se da de baja. "A parte algo que me hace especial ilusión es que he vuelto a tener grupo con mayores de 18 años", señala.

Es un año difícil para celebrar a lo grande, con exposición, música, globos y comida esta década en la que La Cuadra ha traído tantos buenos momentos llenos de arte a este pueblo, "pero mis pequeños artistas han cantado Zorionak zuri y disfrutado a la salida de un caramelo con palo o un regaliz. Ha sido lo máximo en estas circunstancias, pero ya habrá tiempo para celebrar cuando está pesadilla acabe".

Se emociona al reconocer que "no estarán todos los que quisiera, pero eso también me hace pensar en el futuro y en lo orgullosos que se sentirían si me vieran seguir adelante con La Cuadra, haciendo las cosas que me gustan y dejándome llevar como hasta ahora por el instinto y el corazón para que la gente de Alegría-Dulantzi y todo el que se acerque por la calle Mayor pueda seguir disfrutando de la cercanía con la que el arte se muestra en esta sala".

En este momento tiene un deseo: "seguir siendo feliz con lo que hago, dibujar, pintar y enseñar, y volver a sonreír sin mascarilla rodeada de arte y de mi gente, a la que agradezco de corazón toda la ayuda y el apoyo recibido en este año". Hoy, diez años después, su sueño es toda una realidad y el local que un día fuera la cuadra de su abuela se ha convertido en un espacio de encuentro cultural y de visibilización y acercamiento al público de artistas.

"Hay gente que me pregunta constantemente cuándo es la siguiente exposición"

"Deseo seguir siendo feliz con lo que hago, dibujar, pintar y enseñar, y volver a sonreír sin mascarilla"

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