Fue un genio que cayó en desgracia por cometer el delito -fue juzgado por ello- de ser homosexual. De hecho, hasta no hace tanto, el Reino Unido no le concedió el indulto. A las autoridades británicas solo les costó reconocer el error 59 años tras el fallecimiento de Alan Turing. Tal vez por ello no sea tan conocido un hombre que fue decisivo en la lucha contra el nazismo al conseguir descifrar Enigma, la máquina de comunicaciones utilizada por los alemanes en la II Guerra Mundial. Para reivindicar el legado y la figura de quien está considerado como uno de los precursores de la inteligencia artificial y la informática moderna, La máquina de Turing llega este sábado al Principal, a partir de las 19.00 horas.
Fue salir las entradas a la venta y volaron en segundos. La situación es muy complicada por el covid pero, por lo menos, llegar a un teatro lleno tiene que ser reconfortante, ¿no?
-La verdad es que sientes mucho agradecimiento. Siempre que el patio de butacas está lleno, un actor se siente agradecido, pero con este panorama no sabíamos qué iba a pasar. Puedo entender que la gente se desanime y que no entre en sus planes ir al teatro, pero desde el estreno de la obra, que ya nos pilló con la pandemia, nos estamos encontrando con llenos dentro de los aforos permitidos en cada caso. Además, en los lugares donde hemos podido tener encuentros con el público, ves que esa sensación de agradecimiento es recíproca, que la gente tiene la necesidad de teatro, de encontrarse con otras historias.
Después de los meses que han transcurrido desde la vuelta a las tablas, ¿acostumbrado a encontrarse a la gente separada, con mascarillas y estas cuestiones o desde el escenario poco se puede ver?
-Esta obra es peculiar hasta en eso porque el arranque, yo rompo un tanto la cuarta pared y hay una mirada directa al espectador. En las primeras representaciones, me llamaba un poco la atención ver el patio de butacas con las mascarillas y la separación, pero, al final, la relación entre el espectador y el actor en un teatro es mediante otros caminos, mediante la respiración, las risas, los silencios... y eso sigue intacto, está ahí. Notas cómo el público hace un viaje contigo. Es la comunicación que nos importa y no hay mascarillas ni nada que la pueda estropear.
Seguro que así pasará este sábado, en un montaje que toma como referencia a una persona real, destacada e importante, pero muy desconocida. ¿Por qué afrontar este proyecto, que además tiene momentos bastante duros a tenor de lo que tuvo que vivir Turing?
-A mí me llegó el texto de manos de Claudio Tolcachir y esa ya fue la primera buena señal porque confío mucho en su criterio. En ese momento sabía muy poco de Alan Turing, más allá de que era la persona que había descifrado Enigma y que eso consiguió que los nazis perdieran la II Guerra Mundial y que aquel conflicto durase dos o tres años menos según se estima. Y me sonaba que tenía cierta conexión con la creación de la inteligencia artificial y de los ordenadores. Pero poco más. Cuando leí la función supe que era una persona con una inteligencia superdotada que, según se dice, tenía cierto Asperger, tartamudeo y un tanto de, por así decirlo, torpeza en lo social. Y vi como el sistema, toda vez que lo utilizó, lo acabó condenando por homosexual, silenciándolo durante tantísimos años. Ahí mis ganas de interpretarlo se multiplicaron. La gente tiene que conocer a este ser tan excepcional. En hacer esta obra hay algo hasta reivindicativo. Hablas de que hay momentos duros en la función y es verdad, pero Claudio los dramas no los acentúa, todo lo contrario, les aporta cierta luz e incluso algo de comedia. La primera parte de la función, de hecho, tiene varios momentos entrañables y cómicos.
El público se encuentra con un texto que, en realidad, viene a demostrar que en 2021 el ser humano, en algunas cosas, no ha cambiado mucho que se diga.
-No, no tanto como creemos al menos. En los encuentros con el público ha habido personas que nos han comentado que, por lo menos en nuestro país y en Europa, sí ha habido cambios con el tema de la homosexualidad. Bueno, habría que discutirlo porque no creo que esté todo el trabajo hecho. Pero más allá de eso, si no es la homosexualidad, muchas veces se usan para hacer lo mismo que con Alan las cuestiones raciales, políticas... Hay quien cree que si el que está frente a él no encaja, es raro o le incomoda, puede ser intolerante sin, en realidad, conocer a esa persona. Da igual quién sea. Incluso si es el inventor de la cura de esta pandemia, por ejemplo. Ahí está la esencia de la función, en cómo muchas veces al distinto se le trata tan mal y no se le da la oportunidad de acercarse, conocerle y ver quién hay detrás, que no deja de ser un persona igual que tú.
Usted da vida a Turing y a Carlos Serrano a diferentes personajes en torno a él. ¿Qué es más complicado a la hora de trabajar?
-Todo tiene su aquel. Carlos, y lo hace fantásticamente bien, debe tener esa flexibilidad para entrar y salir de un personaje a otro. Eso tiene su dificultad, por supuesto. Por mi parte, es estar en todo momento dando vida a un personaje como éste con todo lo que conlleva. Carlos y yo no nos conocíamos personalmente antes de la producción, pero muy desde el principio ocurrió algo que nos hizo ver que estábamos en la misma cuerda. La obra requiere mucha complicidad, es un baile encima del escenario y es un gustazo poder hacerla.
Todo con el sello de Tolcachir, que es un director exigente.
-Exigente pero muy amoroso (risas). El hecho de que sea también actor hace que si tienes cualquier dificultad, enseguida lo note e intervenga. Es la segunda vez que trabajo con él y es un auténtico placer. Siempre dice que el menos interesado en tener un actor tenso es él y notas que siempre trabaja con mucha mano izquierda.
Tanto Carlos como usted trabajan mucho en cine y televisión. De hecho, en su caso está que no para a pesar de las circunstancias. No nos vamos a engañar, el teatro da menos visibilidad pública que los otros dos medios, también menos dinero, implica cuadrar agendas durante muchos meses con los fines de semana siempre de un lado para el otro... ¿Por qué estar de forma permanente sobre las tablas?
-Porque una vez que te pica el bicho del teatro, te genera una necesidad vital. No puedo elegir entre teatro, cine o televisión. Quiero hacerlo todo. Empecé trabajando sobre todo con la cámara y me interesa mucho ese mundo, pero el teatro es adrenalina pura, es un sentimiento que no sé si puedo describir cuando se produce el contacto con el público. En el teatro hay algo de saltar al vacío cada vez, que me encanta. Cada noche es hacer algo nuevo otra vez y eso no lo puedes comparar con nada.