Dirección y guión: Mateo Gil inspirado en la novela de Jack London. Intérpretes: Luis Tosar, Marta Belmonte, Guillermo Toledo y Marta Milans. País: España. Netflix. 2020. Duración: 6 capítulos de aprox. 50 minutos cada uno).
n 1998, Mateo Gil dirigió un cortometraje lleno de mala leche: Allanamiento de morada. Entonces tenía 26 años, pero no era un recién llegado. Dos años antes había triunfado con Tesis, suyo era el guion -como lo serían la mayor parte de los que luego filmó Amenábar-, y ya, en 1993, es decir con 21 años, había dirigido su primer cortometraje (re)conocido.
Era el tiempo en el que la figura cinéfila y precoz del llamado rey Midas de Hollywood, Steven Spielbeg, se ensalzaba como el modelo a seguir. Allanamiento de morada, un cruel relato sobre unos sujetos sin escrúpulos, vendedores de enciclopedias a jubilados incautos, había sido macerado por Mateo Gil a partir de su propia experiencia laboral. Antes de guionista y director, Gil se ganó la vida en oficios diversos, supo de lo real al tiempo que devoraba libros y soñaba con hacer cine. Desde entonces, el imaginario de Mateo Gil se ha movido en esa clave de fabulación narrativa y caricatura grotesca con los que retrata sin complacencia una realidad corrupta y agresiva. Un proceso dialéctico que enseñó sus señas de identidad desde su primer largo: Nadie conoce a nadie (1999).
Hijo de agricultores, nacido en Las Palmas en 1972, Mateo Gil aparece como un guionista-director cuyas posteriores películas, Blackthorn (2011), Proyecto Lázaro (2017) y Las leyes de la termodinámica (2018), abundaron en definir una personalidad singular. Y sin duda, singular resulta esta miniserie en 6 capítulos que acaba de estrenarse en Netflix.
Inspirada en un relato de Jack London, escrito en 1901, cuando el escritor decidió abiertamente abrazar ideales sociales y solidarios, Mateo Gil se ha servido de la idea primigenia para adaptarla a un mundo del que le separan 120 años.
En un siglo han cambiado muchas cosas y en esta adaptación Mateo Gil también ha cambiado casi todo, incluido el desenlace. El ciudadano del Madrid del año 2020 respira un oxígeno mucho menos rico en utopías sociales que el que imperaba en el Londres del comienzo del siglo XX. Así que su principal personaje, la víctima de un perverso chantaje a cargo de los favoritos/sicarios de Midas, posee un modo de entender el poder, el amor y la muerte muy distinto.
El mecanismo que mueve el argumento, como acontecía en el primer largometraje de Mateo Gil, el citado Nadie conoce a nadie, posee alma de folletín y huesos conspiranoicos. El caso es que la serie, capítulo a capítulo, muerte a muerte, disecciona el proceso emocional de su protagonista, en esta reinterpretación, llamado Víctor Genovés. Gil y su equipo de colaboradores en este proyecto, ha sembrado el camino de su narración con muchas referencias que nos obligan a ver parentescos con la realidad madrileña de este momento. Este personaje elevado a la cumbre de un emporio mediático, la sombra de El País reverbera al fondo, deviene en víctima y verdugo de un proceso de tentación.
El mundo revolucionario del socialista utópico que London fue, se torna aquí en el superviviente cínico al que Gil cuestiona como exponente del pesimismo contemporáneo. La cuestión es que ese hombre puesto en el disparadero de renunciar a su fortuna, porque de no hacerlo los favoritos de Midas irán matando a gente inocente, abre en la serie un abanico de dilemas éticos. Como contrapunto sobresalen dos personajes que rodean al empresario millonario, un veterano policía en la recta final de su jubilación, inquietante e inclasificable registro el que conforma Guillermo Toledo, y una periodista que cree que su profesión puede mejorar el mundo, amante del chantajeado dueño de su empresa. Con esos dos contrapuntos, Tosar se erige en el centro de una trama, nada complaciente para el espectador, que culmina con un final lo suficientemente abierto como para merecer una continuación.