- Amália Rodrigues fue utilizada para vender la cara amable de la dictadura portuguesa y tuvo que cargar con la etiqueta de cantante del régimen. Pero lo que pocos sabían es que la Reina del Fado financió a la resistencia antifascista, una ayuda que sólo salió a la luz tras su muerte. Considerada la voz de Portugal y conocida en todo el mundo, Amália (1920-1999) sigue siendo una figura en parte desconocida cuando se cumple un siglo de su nacimiento y más de 20 años de su muerte, con matices y contradicciones que se escapan a la imagen de mito.
“Su divinización y su mitificación impiden frecuentemente que se estudie a Amália como debe ser, una mujer imperfecta como los demás, muy contradictoria, pero humana”, explica a Efe el periodista Miguel Carvalho, que se sumergió en la vida de la cantante desde uno de los ángulos menos abordados. El resultado es la biografía Amália: Dictadura y Revolución, en la que relata cómo convivió con la dictadura, fue vigilada por la Policía del régimen, ayudó a presos políticos y comunistas y financió a la resistencia antifascista. “La misma Amália con la que el régimen flirteaba y que fue usada por la dictadura, y que en ciertos casos se dejó usar, a lo largo de varias décadas prestó una ayuda preciosa a familias de presos políticos, a la resistencia antifascista y a diversos movimientos de la oposición a Salazar”, cuenta Carvalho.
Sin perjuicio del innegable talento que la aupó al éxito, su promoción internacional fue propulsada por la dictadura, responsable de su debut en el extranjero, en el Madrid de 1943, y de viajes, películas y espectáculos que cimentaron su fama más allá de las fronteras lusas. Pese a la intervención del régimen, “Amália nunca dejó de mantener su independencia”, asegura el periodista. La fadista vivió su adolescencia en Alcántara, una zona popular de Lisboa con gran influencia obrera y donde conoció los movimientos contestatarios. Una de sus mejores amigas, con quien tuvo contacto durante décadas, era Alda Nogueira, importante militante comunista. La fadista incluso era nombrada en un informe de la policía política de 1939 sobre la “organización comunista en el fado”, que destacaba su conocimiento de idiomas y su contacto con poetas y músicos. Y aunque no fue militante, prestó ayuda desde los años 40 hasta el fin de la dictadura a familias de presos políticos y a movimientos de oposición al régimen ligados al Partido Comunista Portugués (PCP).
La fadista nunca habló públicamente de esos apoyos, ni siquiera cuando, tras la Revolución de los Claveles, sufrió una persecución por parte de la izquierda, que la relacionaba directamente con el régimen y la acusaba de fascista. “Yo simbolizaba la noche y Zeca Afonso el día”, llegó a decir la cantante en referencia al autor de Grândola Vila Morena, símbolo de la revolución. Tampoco entonces los dirigentes y militantes del PCP que conocían su lado clandestino la defendieron en público. “Hubo un culto de lo secreto por parte de ella y del PCP”, considera Carvalho, que dice que la cantante “estuvo prácticamente sola en el rescate de su dignidad”: Amália recorrió Portugal de aldea en aldea para reconciliarse con su país -“que nunca dejó de amarla”, insiste- e incluso cantó el Grândola.
Fue el día de su muerte, el 6 de octubre de 1999, cuando José Saramago, Nobel de Literatura y militante comunista, dejó atónitos a los portugueses: “Esa misma Amália que dicen que era celebrada por el salazarismo algunas veces hizo llegar dinero a través de personas, que sabía que iba al PCP”, dijo a la prensa. El PCP lo confirmó y arrojó un poco más de luz sobre la figura de la Reina del Fado, que en el centenario de su nacimiento -el 23 de julio de 1920- todavía está rodeada por un aura de misterio.