Un racheo de viento despegó y lanzó al aire la esquela sujeta con dos trozos de celo a una de las puertas de entrada a la iglesia de los Ángeles.

Jelen la pisó sin querer y al avanzar dos pasos notó que algo se pegaba y despegaba al suelo desde la goma de una de sus botas. Se detuvo a pocos metros de la entrada a la iglesia. Vio un papel que sobresalía de la puntera de su bota derecha. Iba a intentar cruzar las piernas para conseguir con el empeine de su otra bota despegarlo de la derecha, cuando pensó que si lo hacía podía aplastarlo y romperlo, cuando intuyó, no sabía muy bien por qué, que aquel papel era importante. Puede que las letras de imprenta que Jelen vislumbró al trasluz desde su altura le hicieran desistir de aquel hacer.

Se arrodilló. Levantó los dedos de su pie derecho de tal forma que consiguió despegar la esquela. Antes de llegar a la puerta de entrada la leyó mientras caminaba despacio.

Teresa Mendoza Landaburu falleció en la pequeña ciudad el 24 de abril del año 2020 a la edad de 73 años. Su esposo: Alberto Atxa Ortiz de Zárate. Hijo: Landa. Hija política: Aranzazu. Nieta: Nagore. Con motivo de la crisis sanitaria existente los actos fúnebres y la despedida se realizarán en la más estricta intimidad. Nahiz eta gure mundutik joan, beti gurekin egongo zara.

Jelen dobló la esquela en tres. Se la guardó en un bolsillo y agarró con fuerza y decisión la maneta alargada de acero de la puerta para atraerla hacia sí. Entró. El portón se cerró tras su andar como lamiendo el suelo sin ruido.

Esther había encajado su móvil a un soporte de muelle enroscado a la vez a un pequeño trípode. Eduardo le indicó el día de antes el lugar de su habitación donde estaba aquello. Esther puso aquel invento sobre la mesa del salón.

En aquel esmarfon se podía ver el interior de la iglesia a partir de la señal que llegaba desde la videollamada de otro dispositivo, el de Landa, colocado a su vez encima de dos misales y recostado contra una biblia en el altar de la iglesia de los Ángeles. La pantalla estaba dividida en tres. Un rectángulo superior que recibía la señal de Landa. Dos cuadrados inferiores en los que se podían ver a sí mismos tanto Esther como Eduardo.

No duraría mucho así. Poco después de que el sacerdote comenzara con las exequias, el móvil se deslizó contra la piel de becerro de la biblia hasta quedar tumbado encima de los misales. Nadie se dio cuenta.

De esa forma Edu y Esther escucharon todo el in memoriam religioso, pero lo único que vieron durante los quince minutos que duró aquel, fueron sus caras en una mitad de la pantalla y en la otra el emparrillado, las cerchas de acero laminado, la gran cúpula en forma de quilla invertida que parecía flotar en el techo, los listones de madera y el hormigón armado de las paredes y parte de la escultura de bronce que representaba dos ángeles con sábanas geométricas que procuraban el ascenso de una nueva figura más, la de la Virgen, una obra de siete metros de altura de Joaquín García Donaire.

Esther tenía los ojos llorosos. Apretaba un pañuelo de algodón en su mano derecha con el que a cada poco se secaba la nariz. El día de antes tampoco pudo ir a despedir a su amiga Teresa al tanatorio. A media tarde fue cremada. Solamente Landa estuvo en aquel rito. Únicamente Landa escuchó el pequeño responso en una sala llena de un silencio que se posaba caprichoso en cada banco de madera de anea.

Eduardo habló aquella tarde con Esther y le explicó que no había vuelos internacionales, le dijo que no podía ir a la pequeña ciudad para acompañarle en la despedida de Teresa.

¿En coche? ¿Cómo se te ocurre pedirme eso? Son 15 horas y parando lo justo, mamá. Imposible.

Mientras Esther seguía insistiendo, Eduardo recordó la única vez que hizo aquel viaje. Una soberana paliza. Bruselas. París. Tours. Burdeos. Bayona. Irún. Donosti. Zarautz. Elgoibar. Bergara. Y la llegada a la pequeña ciudad. Acabó rendido.

Ya vale, mamá. No voy a ir. Le diré a Landa que lo mejor es que nos haga una videollamada desde la iglesia. Dijo Eduardo.

¿Pero a ti te parece que eso estará bien? Preguntó Esther.

Mamá, no seas antigua, por dios, ¿No ves que van a estar solos tanto Landa como Nagore? No creo que Arantxa vaya y además no está permitido que se hagan funerales con más de tres. Es la única solución que veo. Le explicó Eduardo a su madre con una paciencia infinita.

¿Y como se hace eso de la videollamada? Preguntó Esther intrigada.

Yo te explico.

Todo eso sucedió el sábado. Durante el pequeño funeral del domingo Jelen se colocó al fondo de la iglesia. Eduardo y Nagore estaban en el primer banco. Nagore se imaginó que esperaba dentro de un barco que estaba a punto de ser botado en un muelle para iniciar una nueva singladura, la derrota marítima final. Nagore no paraba de mirar la escultura de siete metros de Donaire. Las tres figuras. Se imaginó que ella era uno de los dos ángeles que llevaban en volandas a una tercera. Se imaginó que aquella otra, la que se dejaba llevar, era su abuela Teresa. Casi al finalizar, alguien más entró a la iglesia.

Era Unai. Entró sin hacer ruido.

Jelen no se dio cuenta hasta que miró a su derecha.Continuará