EL PLAN
Dirección: Polo Menárguez. Guión: Polo Menárguez (Obra: Ignasi Vidal). Intérpretes: Raúl Arévalo, Chema del Barco, Antonio de la Torre. País: España. 2019. Duración: 79 minutos.
Antes de hacerse cine, El plan surgió como obra teatral. Se representaba en Madrid pues Madrid, el Madrid de currelas en paro, olor a fritanga y cañas y tapas, era el origen y escenario de sus tres protagonistas. El boca a oreja se encargó de popularizar un trabajo que no se podía ver en ningún teatro con escenario a la italiana y patio de butacas. Al contrario, para acudir a sus representaciones era necesario desplazarse a una emblemática calle del Madrid de las Letras. En una vivienda convencional, la antigua portería se había convertido en taquilla improvisada. Ese era el santo y seña, salvoconducto de entrada a una particular pensión de las pulgas.
El público esperaba en el portal. No eran representaciones multitudinarias, no podían serlo, porque el lugar de la escena era un cuarto de estar. Alrededor, en un habitáculo amueblado con enseres envejecidos por la vida, una veintena larga de personas convivían con los tres actores. Así las pipas que ellos comían salpicaban como copos de nieve los zapatos de una audiencia que amortiguaba la respiración para evitar distraer a los tres amigos que, al parecer, tenían un plan.
El plano general propio del teatro dejaba paso al plano medio e incluso al primer plano de la realización cinematográfica en vivo, de manera que no fue extraño que Polo Menárguez creyera en las enormes posibilidades de ese texto que se abisma en un problema que día a día desangra a las sociedades contemporáneas. Allí había un buen material para llevar al cine.
Menárguez convenció a dos pesos pesados, dos puras sangres del cine español como son Raúl Arévalo y Antonio de la Torre, para que acompañasen a Chema del Barco, único actor superviviente de aquel montaje inicial. Chema del Barco por su parte iba a ser quien cargase con el peso del personaje más controvertido, ese que pone los pelos de punta y sobre el que se levanta un debate sobre la idoneidad y la ética de humanizar al mal. Incluso los más odiosos criminales han tenido familia y, en muchos casos, su vida doméstica no necesariamente estuvo llena de la ignominia en la que acabaron viviendo.
Más allá de las réplicas y contrarréplicas que hablan de un país que carga con las cifras más altas de desempleo de la comunidad europea; más acá del suspense que conlleva no saber sino hasta el final en qué consiste el plan que da título a este drama, lo que atraviesa el sentido de esta pieza, lo que dejaba helada la mirada de aquellos pocos espectadores que función tras función salían con la cabeza revuelta por lo que acababan de vivir, es la legitimidad de asomarse a la cotidianidad de uno de esos monstruos ordinarios.
Lo que El plan propone, con una zona de inquietante penumbra que cada persona deberá resolver por sí misma, consiste en evitar lo contrario de lo que, por ejemplo, practica Tarantino. Ese simplismo de juzgar el mundo desde una óptica maniquea, que reconforta de manera populista a quien necesita abrazar seguridades para no pensar más de la cuenta, aquí no tiene lugar.
En ese ejercicio de traslación de la palabra hecha verbo a la acción cinematográfica, Menárguez da un recital de triquiñuelas para abrir espacios e imprimir movimiento; para tratar de romper las amarras con la esencia teatral de su texto.
Pero el texto nació desde las convenciones de un arte mucho más viejo que el cine y menos atado a la servidumbre del realismo fotográfico que aporta su esencia a la proyección audiovisual. Se permite la hipérbole y se debe a la palabra. No obstante ese esfuerzo de adaptación es elogiable y los resultados compensan parcialmente la dificultad de traducir lo que es teatro hecho cine. Y se impone lo que perdura, lo que El plan era antes en un pequeño cuarto, y lo que ahora en una sala de cine arroja contra quien lo observa. La frágil línea de sombra que cruza el horrible camino de la sangre.