Afirma Jordi Gracia en un artículo reciente que la escritura autobiográfica de calidad es por definición perturbadora. No siempre es así, no siempre ha de serlo. Quien escribe sus memorias o decide publicar un diario suele dejar zonas de su intimidad al margen, bien porque puedan herir la sensibilidad de personas ajenas, bien porque la exposición impúdica de sus vivencias lo pueden dejar en una posición incómoda (incluso sonrojante) en el ruedo de lo público. Esto no quiere decir que uno, como lector, admire más la escritura de Ignacio Carrión que la de, por ejemplo, Andrés Trapiello. En el primer caso estamos ante el mejor diarista que han dado las letras españolas estas últimas décadas; en el segundo, ante un escritor con un dominio evidente de su oficio que consigna sin aspavientos su vida cotidiana. La cuestión se puede reducir, por lo tanto, a la siguiente disyuntiva: atreverse a decirlo todo o no. Incluso puede haber una razón meramente coyuntural: hay diaristas que optan por registrar su día a día, dejando de lado (si las hubiera) sus zonas de sombra.
Desde un punto de vista estrictamente funcional, las vidas de las personas se parecen bastante entre sí. Iñaki Uriarte es un hombre escéptico y descreído que ha llevado una vida sin sobresaltos. Él mismo se define como un rentista que disfruta de cosas sencillas como la charla con un amigo, un viaje con su mujer o una buena lectura. Su interés por la literatura, precisamente, es lo que le llevó a tomar apuntes y a reflexionar sobre los libros que leía y las cosas que sucedían a su alrededor. Así nacieron sus Diarios, que comenzó a publicar hace una década y que ahora recopila (con el añadido de un epílogo) en un volumen que abarca los tres tomos originales.
Nada nuevo hay en el apéndice de estos diarios que el lector familiarizado con la escritura del autor no haya descubierto en sus entregas anteriores. No hace falta. Iñaki Uriarte ha ido conformando, tomo a tomo, un universo homogéneo lleno de matices y un estilo particular (basado en la sencillez y la claridad) perfectamente reconocibles. Más allá de los comentarios que hace a partir de sentencias ajenas, lo mejor de su escritura está en las reflexiones personales que lo acercan a los moralistas franceses y en los fragmentos breves que dan cuenta de las pequeñeces de la vida cotidiana, que en muchos casos, esconden vivencias con las que cualquier ser humano puede empatizar, dado su carácter universal.
No hay júbilo ni aflicción en estas notas, sino la naturalidad sostenida del paseante que apunta en un cuaderno impresiones de sus viajes, recuerdos del pasado o pensamientos que le sugiere la actualidad. No hay artificio ni exhibición intelectual, sino una prosa limpia deudora de Baroja y de ciertos pasajes de Ribeyro. Aparte de goce estético, los libros de Uriarte inspiran serenidad y templanza y, lo más importante, nos invitan a reflexionar. Poco más se le puede pedir a un diario.