Bajan revueltas y agitadas las aguas de la política y la sociedad en tierras catalanas, y por ende las del resto de la monarquía circundante por culpa de la sentencia del supremo juicio del procés, que todo lo confunde y mezcla, y de forma especial en el terreno de los medios de comunicación por donde desfilan salvadores de la patria metidos a la tarea de defender aquello que debe ser defendido y querido por la mayoría de los azacaneados ciudadanos, paganos de la actualidad, testigos de la infamia mediática, y corchitos a la deriva del temporal político, social y hasta cultural.
La mayoría de los periodistas, colaboradores y tertulianos tiene un mecanismo defensivo de lo que entienden por patria a la que deben defender y hasta salvar, en su caso extremo, con el poder de argumentaciones repetitivas, acalorados planteamientos, y orden de caza y captura al que ponga en duda las esencias patrias.
Numerosos plumillas se sienten llamados a perseguir al infiel, de difamar y atacar a quienes se apartan de la línea oficial de pensamiento e ideología rampante, que no permite la heterodoxia perniciosa. Al grito televisivo de a por ellos, los opinadores del momento esgrimen armas y bagajes para combatir y despreciar a quienes ponen en duda la estabilidad, puridad y legalidad del presente modelo sociopolítico tachando de descerebrados, enloquecidos y quiméricos a quienes se salen de la línea oficial, en un ejercicio de modélico comportamiento democrático.
Es lógico que en una historia repleta de salvadores de la patria, aficionados torquemadas y angelicales golpistas, se reproduzca esta especie sofista que infecta los platós y desorientando al personal que asiste apesadumbrado a esta feria de los disparates sin norte, si nos atenemos a lo que dicen estos maestrillos del rumor, discurso mendaz y embustero; cansino argumentario aburrido y sin frescura.