el cineasta madrileño, pero “cántabro de corazón”, Daniel Sánchez Arévalo presentó ayer en el Zinemaldia, fuera de concurso de la Sección Oficial, Diecisiete, una feel good movie en la que el director y guionista vuelve a contar una historia familiar, más en la línea de Primos (2011) o La gran familia española que cerca de la ironía y el cinismo de AzulOscuroCasiNegro (2006) y Gordos (2009). Sánchez Arévalo dejó ayer a crítica y público decidir cuál es el devenir de su cine, del que afirmó no ser consciente. Pese a haber “madurado”, el realizador explicó que su intención era la de “revivir sensaciones” que tuvo durante el rodaje de su ópera prima y, a la vez, romper con todo lo anterior, prescindiendo de una historia “abigarrada” y barroca en lo que a coralidad se refiere, para elaborar algo más “sencillo” y “desnudo”. “Hablaba con otro colega director y le decía que Diecisiete es muy diferente a mis anteriores películas. Tras leer el guion, me respondió que la historia era mía y toda mía”, apuntó el cineasta en la rueda de prensa posterior al pase mañanero del Kursaal, en la que explicó que lo que intenta hacer con cada proyecto es el de “perfeccionar el arte que mezcla la comedia y el drama”.

Como notable diferencia, además, esta producción de Netflix ha prescindido de sus habituales Antonio de la Torre, Quim Gutiérrez y Raúl Arévalo, para apostar por talento joven y, más bien, desconocido: Biel Montoro y Nacho Sánchez. El primero interpreta a Héctor, un joven bienintencionado y, a la vez, con problemas de empatía e incapaz de reconocer la ironía -¿alguna patología dentro del espectro autista?-, que no tiene ningún problema en infringir la ley si es para el beneficio de su abuela Cuca (Lola Cordón), una anciana impedida después de un ictus.

“¿Entiendes la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal?”, le pregunta la jueza (Mamen Duch) antes de enviarlo a un correccional de menores, un fin -o principio, dado que es el hecho que motiva el comienzo del largometraje- al que se ve abocado tras haber sido denunciado por su hermano mayor Ismael (Nacho Sánchez). Allí, participa en una terapia de reinserción con perros y se encariña de uno de ellos, Oveja, en el que se ve reflejado: no le gusta jugar con el resto de canes y prefiere aislarse -ayer pudo verse al canino posando en el photocall del Kursaal como uno más-.

La adopción de Oveja por parte de una familia hace que Héctor decida escapar del correccional en su busca en vísperas de cumplir 18 años; si infringe la ley será juzgado como un adulto. Es en ese momento en el que la cinta se convierte en una road movie por la geografía cántabra en la que Ismael se convierte en el contrapunto -en la mayoría de los casos- de la razón, mientras que la anciana Cuca se transforma en el elemento que mantiene al espectador en vilo, sumándose al deseo de los dos hermanos. “Espera a que volvamos para morirte”, le ruegan una y otra vez, una catchphrase que, pese a su carga dramática, sirve de alivio cómico.

El equilibrio Alabando al dios de la comedia Billy Wilder, pero lejos, en este caso, de conseguir un resultado parecido, Sánchez Arévalo, que durante los últimos años ha estado inmerso en la escritura de su primera novela, La isla de Alice -“fue un refugio maravilloso para mí durante más de dos años”-, consideró que, como cineasta, proyecto a proyecto, lo “único” a lo que aspira es a “ser mejor en el oficio de contar historias”, “en perfeccionar el arte de mezclar la comedia y el drama”. “La obra cumbre en conseguirlo es El apartamento, de Wilder”, opinó, para después poner en valor el trabajo de otro cineasta, Alexander Payne, presidente del jurado de la Seción Oficial del Zinemaldia en 2018 y “un semidiós” para el cineasta.

Al igual que lo que el estadounidense hizo en Entre copas (2004), Los descendientes (2011) o Nebraska (2013), Sánchez Arévalo ha intentado jugar con los géneros, aunque reconoció, al igual que la pareja de intérpretes protagonista, que el rodaje de esta historia se desarrolló desde el prisma del drama. Así lo sentían Montoro y Sánchez, que para preparar sus papeles trabajaron dos meses partiendo de improvisaciones con las que construyeron un sentimiento de hermandad que trascendía la producción. “Una de las claves fue que en ningún momento sentíamos que estábamos haciendo una comedia”, aclaró Sánchez, el actor más joven en ganar un premio Max de las Artes Escénicas.

Salas y Netflix En pleno debate sobre la presencia que deberían tener las plataformas en los festivales de cine, Diecisiete supone la segunda vez para Netflix en la Sección Oficial del Zinemaldia. Si bien en esta ocasión se ha proyectado fuera de concurso, la VOD pugnó por la Concha de Oro en 2018 con el largometraje coreano La brigada del lobo.

La cinta de Sánchez Arévalo vivirá su estreno en salass el viernes que viene, y estará disponible en la plataforma desde el próximo 18. Preguntado por lo pegado de ambos estrenos, el cineasta lamentó que la gente “ya no vaya al cine” y aseguró que su “fantasía es que el cine y Netflix puedan convivir”. “Lo que me dijo Netflix es que lo único que querían era preservar mi mirada y respetar el proceso creativo”, explicó, agradecido a la plataforma.

Hoy. Príncipe 7 (16.00 y 23.00 horas).