Artziniega - Transcurridos cinco meses desde el fin del rodaje, hoy llega a la gran pantalla La pequeña Suiza, el segundo largometraje del realizador laudioarra Kepa Sojo. Una comedia que no solo destaca por su protagonismo coral -ya que por ella desfilan intérpretes como Maggie Civantos, Jon Plazaola, Ingrid García-Jonsson, Karra Elejalde, Secun de la Rosa, Enrique Villén y Ramón Barea- sino también por ser una cinta con mucha figuración.

De hecho, en esta película se han rodado secuencias con más de 200 personas. “Yo me enteré por un chat interno de actores y actrices en el que nos saltan avisos de rodajes, pero para La pequeña Suiza no pedían requisitos especiales, sino personas en general para hacer bulto y no era nada difícil que te cogieran”, explica Montse Iglesias quien reconoce que -pese a ser actriz profesional y aceptar cada vez menos figuraciones- se inscribió a esta película como figurante “porque es una buena forma de estar al día de lo que ocurre en esta profesión, encontrarte con antiguos compañeros de rodaje, tanto delante como detrás de las cámaras, y conocer gente nueva del mundillo, ya que lograr papeles en Euskadi -con un perfil 2 de euskera, como es mi caso- es muy complicado. En Madrid surgen más oportunidades, aquí no demasiadas y es una pena. Con todo, no me quejo porque he hecho desde largos, medios y cortometrajes hasta teatro, series de televisión y anuncios, pero claro no es algo que te de mucho dinero, y terminas buscando un trabajo estable que te ayude a pagar facturas pero también te limita como actriz”, matiza la que, de hecho, es celadora en Osakidetza.

Quien sí se sumó a esta experiencia como una oportunidad de conocer por dentro los entresijos del séptimo arte y no por interés profesional fue Mireia Alcalde. “Fue mi compañera durante todo el día de rodaje. Es del mismo Artziniega, el precioso pueblo alavés donde grabamos, y era su primer papel como figurante; así que nos hicimos amigas y nos ayudamos la una a la otra a superar el largo día”, recuerda. Y es que Montse y Mireia tomaron parte en la jornada de rodaje en la que todos los habitantes de una imaginaria Tellería se echaban a la plaza del pueblo, agitando ikurriñas y ataviados con ropa típica “porque teníamos que hacer la pelota a alguien importante que venía en un coche y dar la impresión de que estábamos de fiesta. Yo me llevé la ropa de casa y allí en peluquería me hicieron el moño, pero desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde que estuvimos son muchas horas y, al final, es cansado”, recuerdan.

“Nos mandaron presentarnos a las ocho de la mañana y luego no empezamos a rodar en la plaza hasta las once y hacía muchísimo frío, pero tengo que subrayar que nos trataron de lujo, venga darnos bocadillito, cafecito.., y luego para rematar nos llevaron a comer de restaurante. Lo nunca visto, de verdad, de los mejores tratos que he visto hacia el figurante”, asegura Iglesias.

Elenco cercano Tampoco ahorra en cumplidos a la hora de calificar tanto al equipo técnico como al elenco de profesionales de la interpretación con los que tuvo la oportunidad de hablar. “Yo no sé cómo Maribel Salas no se quedó sin voz en la escena del irrintzi, venga repetir y repetir unas trece veces; creíamos que se iba a ahogar, ¡pero qué va!, es buenísima, además de super divertida, nos encantó conocerla, a ella y a Susana Soleto, también a Enrique Villén?. A todo el elenco en general, incluido el director, son muy cercanos y majos, muy de andar por casa. De hecho, a Lander Otaola ya le conocía de haber coincidido en el rodaje de La máquina de pintar nubes y a Ramón Barea de otros tantos”, explica Iglesias, que no esconde sus ganas de ver el resultado. “No por mi papel porque no es relevante, pero sí por buscar en la pantalla caras conocidas, que siempre hace gracia, y por ver de qué va la cosa, que a los figurantes no nos facilitan un guión, se limitan a explicarte por encima la escena en la que tomas parte, pero tiene pinta de ser de humor”, aventura, y no se equivoca.

No en vano, La pequeña Suiza se mueve en los códigos de la comedia al igual que la ópera prima de Sojo, El síndrome de Svensson (2006), donde el humor y el absurdo se fundían en una road movie; aunque en esta ocasión, la acción narra las peripecias de los habitantes de un imaginario pueblo castellano enclavado en el centro del País Vasco (Tellería) que desea, tras 700 años de historia, pasar a ser parte del territorio vasco. Tras la negativa del gobierno de esta comunidad a que la localidad pase a su territorio, un curioso hallazgo en el santuario del pueblo originará que sus osados habitantes pidan su anexión, nada menos que a uno de los países más desarrollados del mundo: Suiza.

Con todo, como buena comedia de enredo, también tiene su dosis de devaneos amorosos. Dos historias románticas que jalonan el filme y un inteligente recurso para quitar hierro a los controvertidos temas de actualidad sobre los que versa la película, tales como la cuestión de identidad, las reivindicaciones nacionalistas, el contraste de culturas, el mestizaje, la búsqueda de referentes identitarios, la utilización de la historia y los tópicos sobre los diferentes pueblos. Todo ello sirve para generar un simpático dislate lleno de comicidad que relativiza en gran manera las ideas totémicas que muchos pueblos crean respecto al acervo cultural.

Además, para rodarla tampoco ha hecho falta irse muy lejos. Exactamente, “a escasos cuatro kilómetros del pueblo al que debo mi apellido”, apunta Sojo que, asimismo, explica que “queríamos unas localizaciones con unas características muy concretas para dar vida a Tellería, y Artziniega las reunía todas. Asimismo, varios rincones del Valle de Ayala, la propia capital alavesa, el Santuario de Santa María del Yermo del entorno de Santa Lucía en Llodio, sin olvidar a Orozko y Abadiño en Bizkaia, encajaban a la perfección para recrear los escenarios que buscábamos, incluidos enclaves suizos. La colaboración de los Ayuntamientos ha sido absoluta, y les estamos enormemente agradecidos”, sentencia el director.