La lotería, como tantas otras ideas, la concibieron los chinos allá por el siglo tres antes de Cristo. Los romanos también jugaban a la lotería. Incluso se cree que su nombre proviene de la palabra italiana lotta, que significa lucha. Al parecer, por la lucha que se estable entre la suerte del jugador y la del resto de participantes. Nerón, por ejemplo, exultante de febril populismo, mandaba distribuir gratuita y aleatoriamente hasta mil billetes diarios de lotería entre la población para buena fortuna de algunas familias. Quizá ésta sería una buena medida para volcar en el programa político de algunos que pretenden gobernarnos.

En cualquier caso, en nuestro país, la lotería nacional forma parte indisoluble de nuestra cultura desde hace siglos: el primer sorteo se llevó a cabo en diciembre de 1763 de la mano de Carlos III como un remedo de la lotería primitiva italiana. Pero en noviembre de 1811 se concibió la actual. Nos referimos a la Real Lotería Nacional de España, pensada como “un medio de aumentar los ingresos del erario público sin quebranto de los contribuyentes”. La idea era conseguir fondos para la Hacienda Pública que andaba de secano tras los gastos sufridos en la Guerra de la Independencia. Poco ha cambiado desde entonces su sistema: la lotería no deja de ser un impuesto indirecto basado en el azar que tira del “recurso sorteo”. Un recurso que todos utilizamos de vez en cuando en nuestras vidas. Y también los poderes públicos. El azar, por lo tanto, forma parte del arte de la política.

“Todo cuanto existe es fruto del azar y la necesidad”, decía el filósofo Democrito. El azar es una medida de nuestro desconocimiento. Por eso, la suerte, el azar también es un ingrediente de la ciencia y, obviamente, asimismo del arte. El término azar deriva del árabe az-zahr, que es la flor que aparecía en los dados de la época. Recordemos ciertas obras de autores de las vanguardias históricas del arte ideadas de forma consciente con ingredientes como la casualidad, el hallazgo fortuito o accidente. Bajo esa óptica podemos recordar algunas de las técnicas utilizadas por los surrealistas para pergeñar algunos trabajos, como el empleo de “la poesía del sombrero” en la que se extraían palabras de un bombín que se reestructuraban de manera aleatoria para construir una historia fortuita. Técnicas de creación en los que el juego y el azar jugaban un papel fundamental en el resultado final de las obras, como la escritura automática o el dibujo automático.

También la ciencia más avanzada presenta hoy nuestro universo como fruto de una evolución del azar y de las leyes. Stephen Hawking, por ejemplo, en su libro El Gran Diseño, plantea que el universo surgiría de las fluctuaciones cuánticas espontáneas de un vacío primordial, en contraposición con la famosa frase de Albert Einstein, “Dios no juega a los dados con el universo”.

En definitiva, el azar forma parte indisoluble del arte y de nuestras vidas. Como la lotería. Y los impuestos.