Iruñea - Sin palabras, con un sonido impecable, unas localizaciones poderosísimas y un vestuario mágico. Y con dantzaris de primer nivel en estado de gracia, claro. Son los ingredientes de Dantza, un canto a poético a la tierra, a las gentes y a sus mitos y costumbres envuelto en un universo estético contemporáneo.
Cuando una ve esta película comprende lo complicado que tiene que haber sido hacerla.
-Ha sido complicado en muchos aspectos, pero a la vez muy bonito y placentero. Para mí ha sido un lujo poder hacer esta película. Ha habido muchas complicaciones, es cierto, comenzando por la búsqueda de la financiación para hacerla. Había que encontrar la forma de vender esta historia tan abstracta y no fue fácil. Hace cuatro años que hicimos la primera pieza precisamente para esto, y aun y todo nos costó que la gente entendiera el proyecto. Además, queríamos que la grabación abarcara un año entero para captar la idea de ciclo, y eso es difícil porque habitualmente no se rueda así. Y otra complicación era que los dantzaris no son profesionales, el resultado que ofrecen sí lo es, pero cada uno tiene su trabajo y suelen ensayar a partir de las ocho de la tarde y los fines de semana. Imagínate, había que juntar a dantzaris de Iruñea, de Baiona, de Eibar, de Elgoibar, de Donostia... Así que ensayábamos y rodábamos en fines de semana y festivos y en vacaciones. Por no hablar de las dificultades para bailar en algunos sitios de las que nos íbamos dando cuenta sobre la marcha.
Vaya lío.
-(Ríe) Vaya lío, sí, grande, pero a la vez ha sido una experiencia muy bonita que me ha reencontrado con la danza tradicional.
¿Fue dantzari?
-Sí, bailaba antes de empezar en el mundo del cine y lo dejé precisamente por eso, porque se me hacía incompatible cuando fui a Madrid a estudiar y a trabajar. Y haciendo la película me he reencontrado con mucha gente con la que bailaba y he podido ver la evolución que ha tenido la danza mientras he estado fuera. No era consciente del gran salto cualitativo que ha dado. Técnicamente, las cosas que hacen estos dantzaris no tienen nada que ver con la que hacíamos nosotros.
¿Cuál fue el germen de Dantza, por qué una película sobre este tema?
-Recuerdo que hace siete años estaba terminando de hacer Urteberri On, Amona y me vino Koldobika (Jauregi) a decir que teníamos que hablar. Es amigo mío y le hice unos vídeos para su exposición en el Guggenheim, pero entonces yo estaba liado. Cuando acabé nos juntamos y le pregunté a ver qué era eso tan importante y me dijo que le daba pena que la danza estuviera un poco dejada y había que solucionarlo. Y coincidió que yo siempre había querido hacer algo, pero también le dije que si yo hacía algo, no iba a ser un espectáculo porque lo mío es el cine y tenía que ser una película.
¿Cuál era el objetivo?
-Pues yo al principio, como estaba desconectado del tema, pensaba que la danza tradicional se había quedado en espacios residuales, aunque luego ya vi que no, que hay gente haciendo cosas muy potentes. La intención es que los niños vuelvan a bailar masivamente, porque a veces no sabemos explicarles a los que vienen por detrás que bailar es una cosa muy importante para el cuerpo y para la mente.
Y para conocer nuestra cultura.
-Claro. Luego, cuando ya nos juntamos con Juan Antonio Urbeltz y fui descubriendo todo su trabajo de investigación y sus interpretaciones de las simbologías y demás, vi que en las danzas hay un mundo súper interesante que ayuda a comprendernos a nosotros mismos; cómo somos, de dónde venimos, adónde vamos o, por lo menos, adónde no deberíamos ir. Y explica también la colectividad del pueblo vasco, un pueblo que no tiene grandes héroes, sino que funciona como una comunidad en la que los miembros se ayudan entre sí. Y cuanto más hablaba con Juan Antonio, más me daba cuenta también de que todo era extrapolable a cualquier sitio.
A muchas culturas.
-Eso es. Hay danzas muy parecidas a las nuestras en toda Eurasia. Y hay conceptos muy similares como, por ejemplo, la Mari de Anboto y Amaterasu en Japón. Son mundos que yo desconocía y que al descubrirlos supe que había que plasmarlos de alguna manera.
Es que los seres humanos estamos más conectados de lo que nos parece; ¿existe un cordón umbilical común, como refleja la película?
-Estamos muy conectados a nuestras raíces, que en nuestro caso son muy antiguas. Como dice Juan Antonio, somos un pueblo muy viejo.
¿Cuál ha sido el papel de Juan Antonio Urbeltz?
-Yo había bailado en Goizaldi y en Argia y cuando Koldobika y yo empezamos con el proyecto sabíamos que teníamos que tirar de Juan Antonio. Él me ha ido contando todas las simbologías, yo las he reflexionado y he creado una historia utilizándolas. Me ha dejado muy libre, él tenía muy claro que era mi película, aunque, por supuesto, en las coreografías nuevas que han surgido durante el proceso ha estado asesorándonos en todo momento. Hay algunos bailes muy jóvenes, como el del corro de las chicas, que apenas tiene veinte años, y él lo fue reconstruyendo c’on distintos elementos, como la música, creada por su mujer, Marian Arregi, que sacó parte las melodías de Azkue. Ellos llevan años y años haciendo ese trabajo de investigación y yo me he aprovechado de toda esa labor para plasmarla en una película.
Pero su plasmación no es tradicional, sino más bien artística, contemporánea.
-Hemos utilizado las simbologías que nos descubrió Juan Antonio para dar cuerpo a las danzas muchas veces en forma de vestuario. Por ejemplo, si tenemos que contar que las danzas de espadas son danzas conjuratorias contra las plagas, pues hemos mostrado la plaga. Ahí empezaba el trabajo de Koldobika para crear esa imagen, con los ojos como detrás de un burka, con la cabeza de esa manera... Hay todo un mundo de Urbeltz que habla del moro, pero del moro preislámico, que es el mal, y el mal que podía afectar a esos pueblos eran las plagas. Fíjate, por ejemplo, en el Duranguesado se dice ezpatie, que es mandauli, tábano. Todos estos conceptos se van relacionando y Koldobika ha sido dándoles forma. Todos los trajes tienen una explicación. Además, no nos parecía que este proyecto tenía que hacerse con la vestimenta tradicional, que seguro que en algún momento también se inventó de cero.
El trabajo de vestuario es impresionante.
-Sin duda. Koldobika ha trabajado muchísimo, primero analizando las simbologías que nos trasladaba Juan Antonio y luego probando diseños. Es que para contar una película sobre danza tradicional sin ningún diálogo la puesta en escena tenía que ser muy potente. Y el sonido también. El trabajo de Pascal con la música es evidente, pero, además, las atmósferas que ha creado Xanti (Salvador) han sido vitales. Éramos conscientes de que teníamos que hacer una película bella.
¿Y también tuvieron claro desde el principio que no tenía que haber ninguna palabra?
-Teníamos claro que solo iba a haber una palabra.
¿Cuál?
-Txotx.
¡Es verdad!
-(Ríe) Sí, es que no hacen falta las palabras. El cine nació sin sonido. Además, confiaba en el poder visual de la película. La danza tiene su propio lenguaje y el cine, el suyo, y estaba seguro de que combinando ambos no iba a hacer falta más.
¿Las danzas son el otro idioma del pueblo vasco aparte del euskera?
-Yo diría que son tan importantes como el euskera. Nosotros tenemos una forma de bailar muy característica, que hay que preservar. No podemos perderla. Los bailes nos cuentan cómo somos y cuidarlos es otra de las intenciones de la película. Una de las cosas que soñaba cuando estaba haciéndola es que ojalá a partir de ahora se empiecen a cuidar nuestras danzas y se vuelquen todos los chavales en bailar y entiendan lo que dicen de nosotros.
Txintxua Films informa de que es una película de ficción.
-Hay una historia, es mínima y nada convencional, pero sí que funciona como un hilo conductor y baile a baile te va dando pistas. Ves la evolución desde el origen, cómo surge una cosa, luego otra... No cuenta para nada la historia del pueblo vasco, como he leído por ahí, cuenta la historia de un pueblo imaginario, cómo evoluciona y cómo son sus relaciones.
Un pueblo que baila.
-Sí, como dice esa frase, “un pueblo que canta y que baila a ambos lados de los Pirineos”.
¿Cómo mantener estas tradiciones cuando ya no funcionamos como tribu y no estamos ligados a los ciclos de la naturaleza?
-Dantza es una manera de destacar la importancia de preservar algo muy nuestro y de poner en valor el que para que funcionen nuestras danzas no necesitamos añadirles componentes ajenos. No hace falta meterles pasos de ballet. Ha habido una tendencia en ese sentido como si existira una especie de complejo de que no podemos llevar nuestras danzas a otros sitios, cuando la realidad es que claro que podemos ir a cualquier parte con ellas porque son las nuestras. Además, existe una teoría que dice que en la primera compañía que fundó Luis XIV había un montón de dantzaris de Iparralde y de Hegoalde. Ahí están, si no, el pas de basque y el saut de basque. Más que incorporar cosas del ballet, resulta que nosotros le hemos legado algunos pasos.
No hay más que ver el nivel que los dantzaris muestran en esta película. ¿Cómo fue la selección?
-Es una pasada el nivel que tienen. Me moví siempre en el entorno de Urbeltz porque quería que fueran dantzaris que siguieran el estilo de Argia, sin amaneramientos ni gestos de ballet. Quería algo más orgánico, rudo. Esto ya me llevó a determinados grupos, caso de Duguna en Iruñea y otros. A partir de ahí, me fui fijando en algunos dantzaris para hacer piezas concretas. Eso sí, para la de Leitza abrimos mucho más el abanico porque queríamos mostrar a un pueblo bailando y que hubiera gente de 5 años, de 14, de 60, de 30 y de 20.
Las localizaciones son muy poderosas, otro personaje más.
-Hubo un trabajo previo muy potente, Koldobika y yo teníamos claro que debían aportar algo a la historia. El protagonista es el baile, eso está claro, pero antes de empiecen a bailar, el sitio tiene que valer para contar lo que queremos contar. Fue muy complicado, buscábamos que contribuyeran a esa belleza de la película.
La película no figura en ninguna categoría de los Goya, ¿es raro, no?
-Sí, pero me da que hemos estrenado un poco tarde para llegar a los Goya. Sí que la presentamos, y me da pena sobre todo por los que han hecho los efectos digitales, que estaban muy ilusionados. Félix Bergés tiene ya 8 Goyas, además de un Emmy con Juego de tronos, pero le hacía especial ilusión llevarse uno con esta película. Y vestuario, maquillaje y sonido también lo merecen. A los académicos no les ha dado tiempo a verla, o eso espero (ríe).
Guion y dirección. Telmo Esnal.
Diseño de producción. Koldobika Jauregi.
Coreógrafo. Juan Antonio Urbeltz.
250 dantzaris. De entre 8 y 82 años, de Duguna (Iruñea), Argia (Donostia), Arkaitz (Añorga), Kezka (Eibar) o Haritz (Elgoibar).
60 profesionales. Algunos muy premiados, como Javier Agirre (Goya 2018 a la dirección de fotografía por ‘Handia’); Laurent Dufreche (Goya 2018 al montaje por ‘Handia’); Ander Sistiaga (Goya 2018 a la dirección de producción por ‘Handia’); Pascal Gaigne (Goya 2018 a la música por ‘Handia’); Lola López e Itziar Arrieta en el maquillaje y peluquería (Goya por ‘El orfanato’); Alazne Ameztoy y Xanti Salvador, en el sonido; Arantxa Ezquerro, vestuario, y Marian Fernández Pascual, en la producción ejecutiva.
“Las danzas explican cómo somos; muestran cómo los vascos somos un pueblo sin héroes, comunitario”
“Estamos muy conectados a nuestras raíces, muy antiguas; como dice Urbeltz somos un pueblo muy viejo”
“Creo que hemos estrenado un poco tarde para llegar a los Goya. Me da pena porque estaban muy ilusionados”