Sé que nunca tendré el Nobel, pero también es cierto que gano más dinero que otros escritores”, dijo exultante en una ocasión Ken Follett, escritor al que nuestra ciudad le erigió una estatua por utilizar el valioso material proporcionado gratuitamente por la Fundación Santa María para escribir su best seller Un mundo sin fin. Sobre la escultura, la crítica de arte Rosa Olivares declaraba en un diario local: “dedicar una escultura a un escritor de best seller mediocre, un cuentista sin ningún interés, que no es premio Nobel y que lo único que hace bien es vender muchos libros me parece de muy mal gusto. Y es un insulto a la ciudad que esté situada enfrente de una catedral que vosotros consideráis una joya de la arquitectura”. Más allá de la estatua en cuestión, quedaba claro que nuestra ciudad quería agradecer al popular novelista el haber puesto sus ojos en nuestra ciudad, en su catedral, y, sobre todo, en la valiosa documentación sobre la restauración de ésta. Aunque, si lo pensamos bien, no había nada que agradecerle. Es más: él estaba en deuda con la ciudad por haber recibido una documentación que convirtió en un producto que le aportó sus millones de euros. Algunos dirán lo de siempre: que Follet “puso a nuestra ciudad en el mapa”. La respuesta a ese tópico la encontramos en el larguísimo artículo de la Wikipedia dedicado a la novela: el autor no menciona a nuestra ciudad, ni la catedral, ni a la valiosa documentación recibida, ni una sola vez.
A Víctor Hugo, uno de los más importantes escritores franceses, en cambio, nadie le ha homenajeado en nuestra ciudad. Y eso que en su novela Notre Dame de Paris, publicada en 1831, cita a Gasteiz: “nuestros lectores que han tenido la dicha de ver una ciudad gótica entera, completa, homogénea, como quedan todavía algunas, Nuremberg en Baviera, Vitoria en España (?)”. Y también en su libro versificado Mon enfance. Nouvelles odes escribe: “España me mostraba sus conventos, sus fortalezas; / Burgos, su catedral con góticas agujas; / Irún, sus techos de madera; Vitoria, sus torres”.
A Pío Baroja, el gran escritor vasco de la llamada generación del 98, tampoco le hemos brindado homenaje alguno. Y eso que una buena parte de su novela El cura de Monleón trascurre en sus calles. En ella describe los rincones de Gasteiz. Y así, por ejemplo, escribe: “La Florida se mostraba como un jardín muy bello y muy apacible, con sus grandes árboles, con sus estanques y sus cisnes. Y también tenían sus encantos el paseo de la Senda, el Prado y el Camino del Mineral. (?) le gustaba recorrer las calles del pueblo antiguo, del Campillo; miraba los palacios y las viejas casonas de la calle de la Cuchillería, de la Pintorería, de la Correría, de la plaza del Mentirón y la del Machete.”
No se trata de levantar dos nuevas estatuas en nuestra ciudad, una a Hugo y otra a Baroja, sino de reconocer que tanto uno como otro merecen más atención por parte de nuestra ciudad que el homenajeado Follet.