No obstante, esta semana, el mundo del arte se ha convulsionado y parece apropiado plantearse dicha cuestión. Tres hechos han puesto de manifiesto que la justicia y también la presión social pueden acotar la creación. No son otros que la retirada de la exposición Presos Políticos, de Santiago Sierra, de ARCOmadrid; la condena del rapero Valtònic por algunas de sus letras y el secuestro de la obra periodística Fariña, de Nacho Carretero. Este diario ha reunido testimonios de distintos expertos para ver hasta dónde puede llegar el arte y si la censura es, en algún caso, lícita.
Todos los entrevistados afirman con rotundidad que lo ocurrido esta semana, especialmente lo relacionado con ARCOmadrid, no tenía que haber pasado jamás. “Escandaloso”, “bochornoso”, “lamentable”, “increíble”, “una barbaridad” son solo algunos de los adjetivos que utilizan para resumir lo acontecido.
La artista contemporánea y responsable de la galería ARTgia de Gasteiz, Irantzu Lekue, explica que en ARCO jamás se había retirado una obra y considera que nos encontramos ante un claro caso de “censura” -en la que incluye la padecida por Valtònic y por Fariña-, al tiempo que indica que todos los años hay “obras polémicas” que no han sido retiradas.
Sin ir más lejos, el propio Santiago Sierra presentó el año pasado un conjunto llamado El bebedero que se componía de un audiovisual, una fotografía y una escultura que reproducían esvásticas y que buscaba “una reflexión sobre el cambio de los símbolos a lo largo de la historia”. “Lo paradójico es que en la feria de arte por antonomasia no se proteja lo que, se supone, le da sentido: el arte contemporáneo’”, afirma Lekue.
Opina igual la directora cultural de Tabakalera, Ane Rodríguez, quien añade que lo ocurrido solo responde a la situación política actual. En este sentido, establece un marco comparado en el que se sorprende con que en prensa o en televisión se viertan opiniones de uno y otro lado y estas no sean censuradas, pero sí las obras artísticas que también sirven para “abrir debate”. “¿Por qué retirar una obra de arte en una feria que quiere poner el foco en determinado tema que está hoy en día en todas las tertulias? ¿Por qué no se puede sacar este tema a través del arte contemporáneo, que es un lugar de pensamiento libre?”, se cuestiona la responsable del Centro de Cultura Contemporánea de Donostia.
Todos los consultados coinciden en una idea: se está produciendo un grave “retroceso” en las garantías democráticas del país. “Los casos de censura comienzan a ser una plaga”, afirma el director de Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo Artium de la capital alavesa, Daniel Castillejo.
El crítico de cine del GRUPO NOTICIAS y director de Bilbaoarte, Juan Zapater, también coincide con dicho parecer. “Es un signo del tiempo que estamos viviendo: lo que en los años 80 se asumía desde un espacio de libertad en este momento sería imposible. Hay un retroceso muy preocupante”, asegura para después agregar que es “un síntoma de la situación del arte, la cultura y el sistema de libertades en este país. Del miedo y el individualismo que hay”.
los límites Castillejo opina que el arte en ningún momento debe tener límites. Su afirmación radica en la idea de que las obras no responden a una realidad, sino que son figuraciones de la misma. Para Castillejo las manifestaciones artísticas se han usado históricamente para “denunciar” los problemas del mundo. “No creo que el arte pueda ser censurado, porque no estamos hablando de una realidad, sino de una representación”, afirma y añade que “una representación en absoluto debe molestar a nadie” y que el problema es que nos encontramos en una sociedad “en la que se confunde la realidad con la representación”. Para Lekue el “arte es un vehículo para la expresión y por ello no debe tener ningún límite”. “En ocasiones puede resultar hiriente, o molesto, o puede suscitar diferentes reacciones. Pero en eso consiste, se trata de una crítica, una reivindicación sobre un asunto”, indica.
A juicio de Rodríguez los límites del arte se encontrarían en cuestiones “morales”, “que tienen que ver con cuestiones de integridad física” y en los derechos humanos. “Pero vuelvo a decirlo, el arte es un vehículo de opinión, como puede ser la noticia o una tertulia”, opina.
Con un planteamiento similar, el crítico de arte y exprofesor de Historia del Arte de la Universidad de Deusto, Edorta Kortadi, expone que la línea que separa libertad y ofensa es muy difusa. A su juicio, esta debería estar marcada por los derechos humanos. “El problema es, ¿quién pone los límites?”, se pregunta Kortadi, quien se muestra partidario de la libertad creativa y es contrario al castigo penitenciario o pecuniario por dichas creaciones.
El experto, no obstante, hace una reflexión sobre la “libertad de expresión para todo” y quiere matizar que cualquier libertad siempre es “condicionada” y la “absoluta no existe nunca”. En este sentido, afirma que junto con la libertad de expresión debe aparecer al mismo nivel “el respeto”, aunque también reconoce que es un concepto “genérico y abstracto”. “El respeto al vecino, al ciudadano, a otras maneras de pensar, en el ámbito político, religioso, social alguien las tiene que poner también encima de la mesa”, afirma.
El director de la galería Vetusart de Donostia, Gregorio Cibrián, aun siendo partidario de la libertad artística -“el arte es una forma de expresión y cualquier intento de cortarle las alas no me parece correcto, si el artista o la galería lo han hecho desde el respeto y la prefesionalidad”-, considera que deben existir “ciertos límites”. En su consideración, como en el caso de Kortadi, se encuentra el “respeto” y no ve con buenos ojos aquellas manifestaciones que vayan en contra de los derechos humanos. “Apoyar algo así no sería moralmente correcto. Es importe que haya libertad pero también tiene que haber objetividad y criterio, y alguien debe aplicarlo”, afirma.
la censura Castillejo también afirma que como director de Artium jamás censuraría una obra, exceptuando en el caso de aquellas “que pueden parecer arte, pero que no lo son” y que fuesen a producir algún tipo de acto violento o sangriento en seres vivos en los que provocasen un “daño real”.
Al margen de estas, que si hay quien se vaya a sentir ofendido, lo mejor es que no vaya ver la obra. “Sensibilidades hay muchas y siempre alguien, de mayorías o de minorías, se va a sentir molesto”, comenta el director de Artium.
En este punto, Lekue expone que la censura puede llevar a una espiral sin fin. “Si censuras porque puedes ofender a unos, otros pueden sentirse molestos por ello. Al final acabas censurando todo. Es muy difícil que guste a todo el mundo”, asegura, y añade que ella no censuraría ninguna obra en su galería. Sí concreta, por otra parte, que lo que no haría sería exponer una obra con la que no se siente identificada.
En este sentido, Kortadi considera que quien interpreta la obra de arte debe ser suficientemente adulto y maduro para aceptarla. “Pedir ese grado de mayoría de edad o de adultez a la persona que recibe el mensaje es difícil, pero deberíamos estar educados en la libertad, como dice Erich Fromm”, apunta para después decir que los casos de esta semana apuntan a que no vivimos en una “sociedad ni democrática, ni madura, ni educada”.
Cibrián, por su parte, alude al deber de los organizadores de las exposiciones. “Creo que retirarla no sería apropiado, habría que exponerla en el sitio correcto y advertir al público de lo que va a ver. Es también responsabilidad de los organizadores apuntar correctamente”, afirma el director de Vetusart.
el efecto bumerán “Censurar una obra genera mucho más ruido en torno a ella”, afirma con rotundidad Ane Rodríguez. Y así ha sido: en los casos de la obra Presos Políticos y en el de Fariña ha ocurrido un efecto bumerán, aquello que se ha querido tapar ha salido reforzado -a esta cuestión se la conoce como Efecto Barbara Streisand-.
El director de Artium añade otra realidad: todos estos casos lo que hacen es propiciar una serie de “fisuras” sociales y generan un efecto llamada en el que los artistas más contestatarios buscarán “meter el dedo en la llaga y crear conflictos de este tipo, que no deberían por qué crearse si estuviésemos vacunados contra la confusión” entre la representación y la realidad.
Kortadi, también director del Museo Diocesano de Donostia, añade que no se debe olvidar el arte se enmarca dentro del sistema neoliberal.
A renglón seguido, dice sorprenderle cómo Sierra ha hecho una obra “contestataria” que ha podido vender. “Vender su obra por 85.000 euros no es muy antisistema”, ironiza. “La sociedad capitalista en la que vivimos es capaz de asimilar todo eso y más, aunque esa obra tenga un carácter revolucionario y contestatario, el valor de uso se convierte en un valor de cambio, económico”, sentencia.