La fauna televisiva se nutre de animales mediáticos con colores y características propias e intransferibles. Meter en el mismo saco a Mejide, Trump y Campos y sus niñas parece tarea complicada, pero la pequeña pantalla las une de manera incontestable; todos son ejemplares de una fauna que nos hace compañía en el día a día de los trescientos minutos que dedicamos a este pequeño electrodoméstico que llamamos tele y que dicta nuestras necesidades corporales y espirituales.

En el acompañar diario de cadenas, programas y espacios, los presentadores/as de carne u hueso se adueñan de nuestro corazón, nutren nuestra imaginación trastornada por la crisis y nos llenan de ilusiones y deseos casi imposibles de cumplir, porque el lujo fashion que se exhibe es para ellos/as.

Risto Meijide ha vuelto con su sofá mediático mejorado en el glamour y variedad narrativa, incluyendo nuevos elementos y aportaciones que complementan el diálogo en ocasiones de besugos entre Risto y Cifuentes, Risto y la monja solidaria, Risto y Nacho Vidal, etc. Es una fórmula ya conocida que el áspero presentador mantiene con variada fortuna y de momento seguirá en antena, hasta que un mal número le pegue un hachazo homicida y le saque del negocio.

Las Campos han vuelto a facturar a cuenta de contar intimidades de hermanas y en especial de Terelu, animal más televisivo que su santa madre a la que quiere/odia en un ejercicio entretenido y superficial. Una familia tocada por la varita mágica de la fortuna y suculentos contratos de Mediaset.

Y el americano D.T. es otro ejemplo de fauna pintoresca y televisiva; un ser mediático nacido en un programa de telerrealidad y que sigue actuando como si fuera personaje del circo audiovisual. Las estrambóticas maneras de firmar órdenes y documentos es digna de la mejor película de los Hermanos Marx. Lo jodido del caso es que lo suyo es de verdad, no escena de guion televisivo.