Zarautz - “Maquiavelo decía que, tras pasar todo el día fuera, cuando llegaba a casa vestía sus mejores ropas para acercarse cada noche a los grandes autores clásicos de la literatura”. Esas mismas palabras resonaban hace unos días en boca del escritor Anjel Lertxundi (Orio, 1948), en un homenaje en el que tanto él como Antton Valverde recordaron al fallecido Xabier Lete. “Le dije al público que de esa misma manera había que acercarse a la obra de Xabier”, confiesa. Y lo cierto es que algo similar podría ocurrir con el legado que el oriotarra afincado en Zarautz ha gestado en una trayectoria cercana al medio siglo. Zu, la última de sus novelas, ha sido traducida al castellano hace escasas semanas. Un auténtico canto a la vida en el que la crudeza de un cáncer y las ganas de vivir convergen en una lucha contra el reloj.

Según sus palabras, ‘Tú’ esboza un retrato del “otoño de la vida”. ¿Cómo diría que es esa estación?

-Es una etapa más del año, absolutamente necesaria para que después vengan otros tiempos y generaciones. Cuando se menciona el otoño de la vida, se aprecia una cierta nostalgia porque ya se fue la juventud, vienen cosas difíciles... pero yo no creo en nada de eso. Hay que disfrutar a tope de todas las etapas. Siempre digo que la vida es una oportunidad estupenda para, precisamente, poder entender lo que es la vida.

La narración comienza el día en que a su mujer, a la que llama Tú en la novela, le es diagnosticado un cáncer de páncreas. Es una historia tocada de lleno por el dolor y la enfermedad, pero también tiene mucho de esperanza y de ganas de vivir. ¿Se podría decir que, por encima de todo, es un canto a la vida?

-Afortunado es quien durante su vida no ha pasado por ninguna enfermedad, pero normalmente todos estamos destinados a tener alguna que otra y es otra parte más de esta vida, aunque no sea la más agradable. Para nosotros esta es una ocasión de vivir en plenitud esa parte y mantener la dignidad ante la vida. Es decir, que la adversidad no te quite de ninguna forma las ganas de salir adelante.

Comenzó a plasmar sus sentimientos y reflexiones en las notas que escribía a diario tras conocer el diagnóstico. ¿Cómo fueron tomando forma de novela?

-La génesis es un poco extraña porque en aquel momento, como bien dice, lo único que yo hacía era tomar apuntes. Mi objetivo no era explicar qué era lo que nos estaba sucediendo, sino que simplemente observaba. Comencé a organizar el material y mi mujer me dijo: tú ahora estás con alguna novela, ¿no? Y esa fue la frase de la que salió la posibilidad de un libro, porque a mí en esas circunstancias ni se me había pasado por la cabeza. Entre los dos acordamos que si conseguía algo que pudiera valer, habría una posibilidad de publicarlo. Lo único que me pidió fue que el libro fuera publicado en vida, porque si la reivindicación que se hace en la narración de un modus vivendi digno terminaba con la muerte de alguno de los dos, no tendría sentido. Zu es una especie de lucha contra el reloj, se trata de decir que continuamos vivos y que reivindicamos vivir dignamente.

Por tanto, ¿verla en las librerías es una victoria?

-Lo es, es una de esas pequeñas victorias que se tienen ante la muerte. Como también lo son la operación que hace un médico, las obras artísticas, la solidaridad ante un terremoto o contra la guerra...

Desgraciadamente, trata un tema, el del cáncer, que toca de cerca a muchas familias. ¿Cree que ‘Zu’ ha propiciado el acercamiento de algunos lectores menos habituales?

-No hay una familia que no tenga a alguien cercano enfermo. Con lo cual, es normal que un sector de lectores no habituales, y menos en el caso de la literatura en euskera, se hayan animado a leerlo debido al tema que se trata y al boca a boca. He tenido buen feedback y la gente nos ha escrito para darnos las gracias. Con un tema así exteriorizas aspectos que son muy íntimos y esa sobreexposición te produce cierto vértigo, pero todos los miedos que teníamos han desaparecido y el efecto es muy gratificante.

¿Recuerda alguna anécdota que le haya conmovido especialmente?

-La anécdota que más me tocó, aunque solamente fueron unos segundos, me sucedió en la Azoka de Durango. Un hombre de unos cincuenta años se aproximó y me pidió que le firmara un libro. Fue muy escueto y cuando ya se retiraba titubeó, como si fuera a comentarme algo, y me dijo en euskera: Ni ere Zu naiz (Yo también soy Tú). En ese momento se perdió entre la gente y no volví a verle, pero nunca podré agradecérselo bastante porque vi que acerté con el título.

El nombre que le da a la protagonista, Zu, es uno de los aspectos más destacados de la novela.

-Y también fue una de las primeras cosas en las que pensé. No podía utilizar el nombre propio de la persona enferma e inventarme uno suponía individualizar, y yo no quería hacerlo, a pesar de que estaba contando nuestra experiencia. Me salió bastante natural llamarle Zu, y en cuanto lo hice me di cuenta de que era algo que sorprendía. La utilización de un pronombre personal como nombre propio suponía que había que alterar la forma del verbo y ese juego literario me pareció bonito.

En el caso concreto de ‘Zu’ desnuda una difícil etapa de su vida, pero los elementos autobiográficos son comunes en muchas de sus obras. ¿Le gusta mirar a la literatura desde la cercanía a su vida?

-Es cierto, y eso que hay algunos de mis trabajos en los que me he alejado muchísimo, pero incluso en ellos hay cuestiones muy personales, algunas de ellas anecdóticas y otras más conscientes. Un escritor se nutre de sus propias experiencias y recurre a lo más próximo en muchas de las cosas que cuenta, aunque las disfrace. Después de tantos años, me doy cuenta de que hablamos de lo que nos rodea para reflejarlo o para alejarnos de aquello que no nos gusta.

‘La montaña mágica’ de Thomas Mann, ‘La peste’ de Albert Camus, los libros de Susan Sontag... las menciones a clásicos son abundantes en la novela. Hay mucha literatura dentro de su literatura, ¿no cree?

-Decía Mary Shelley, cuando escribió Frankenstein, que nada surge de la nada y que siempre va precedido de algo. Es como una piedra que se va moviendo por el río; va cambiando mientras rueda, pero siempre es la misma piedra. Todos hemos creado y creamos a partir de algo, pero no es solo cosa de los escritores.

En sus libros, tan importante es el qué como el cómo. ¿La experimentación con las formas al crear una historia es lo que la hace especial?

-La vida es un puzzle, una pérdida de la totalidad y la recomposición de las piezas que la forman. Se trata de recuperar los trozos, de pensar cómo hemos llegado hasta aquí, y eso es lo que la literatura pretende. En y en otras obras mías la fragmentariedad está muy presente porque da más juego al lector para que añada trozos de su propia experiencia a la narración.¿La experiencia que aportan los años hace que vaya perdiendo, en cierta manera, la frescura?

-Con la edad se vuelve uno más prudente. Me gusta apostar por cosas nuevas y procuro que un libro sea muy diferente del anterior, pero en la propia escritura se está mucho más seguro con aquello que has conseguido y se cree que ahondar en esa vía conduce a logros mayores. Ahora escribo con menos frescura y más seguridad, pero es algo natural en todos los procesos de la vida.