Zarautz - Muchos escritores y artistas de su generación fueron autodidactas, sumergidos en un ambiente cultural en el que existía un gran compromiso con la cultura y el euskera. ¿Se mantiene hoy esa responsabilidad?
-El mayor compromiso de un escritor debe ser con su propia voz y con su obra, para no defraudar a su lector. Luego existen otro tipo de compromisos éticos, políticos... pero la construcción de un estilo literario es lo fundamental. Por mucho que cada obra sea diferente, el lector debe leerla y ser capaz de identificarte.
¿Le resulta complicado a uno mismo encontrar ese ADN literario que lo identifique?
-En el proceso de búsqueda de esa propia voz, excepto en casos extraordinarios, los primeros pasos del escritor son titubeos. Un autor joven es como una esponja que va depurando aquello que recoge de aquí y allá. Cuando me preguntan por qué no escribo en castellano pienso que si ahora me decidiera hacerlo sería un loco, porque durante cuarenta años he trabajado como lengua literaria la propia. Necesitaría mucho bagaje porque para escribir una novela hace falta bastante más que el conocimiento de una lengua.
Dicen que en la biblioteca de un escritor se encuentra su universo. ¿Qué hay en la suya?
-La biblioteca es el mapa que dibuja la aventura intelectual de un escritor y en la mía el material es muy heterogéneo. Hay libros en francés, italiano, euskera, castellano y latín; hay estudios sobre literatura infantil y escritos sobre la oralidad; hay poesía, ensayo, ficción... Y hay muchos libros subrayados. Julio Cortázar decía que quien subraya, se subraya a sí mismo, así que en ellos y en las notas de los márgenes también estoy yo.
Menciona su interés por la poesía, un género que no ha abordado en euskera. ¿A qué se debe?
-Siempre he hablado de una intuición que tengo sobre lo que puede haber detrás. Escribí poesía fundamentalmente en la época juvenil y en castellano. En la poesía en euskera me cuesta encontrar esa voz y el resultado me parece lejano, artificioso. Y si algo tiene que tener fibra sincera es la poesía.
Retomará su columna de opinión en DNA, una labor que ha desempeñado en diversos medios de comunicación. ¿Alguna vez ha aflorado el miedo al folio en blanco?
-Las ideas no se acaban, toman nueva forma. Si no sabes sobre qué escribir, empiezas a indagar sobre lo que has leído recientemente y al final, con mayor o menor fortuna, siempre sale algo. Una columna es la habilidad de unir elementos muy dispares y hacerlos converger en unos mil caracteres. A veces dices: qué duro es esto. Pero mantenerme alerta todos los días es un ejercicio maravilloso que yo necesito.
Hace medio siglo nacía Ez Dok Amairu, un hito que marcaría la cultura vasca. ¿Cómo la ve cincuenta años después?
-Euskara batua, ikastolas, prensa vasca y televisión, las campañas de alfabetización, Ez Dok Amairu, las nuevas editoriales... todos son hitos impresionantes pero venían a cubrir un vacío absoluto, un desierto cultural total. Por tanto, era fácil pensar en grandes proyectos. Creer que ahora vamos a poder hacer lo mismo no es posible porque esos huecos ya están cubiertos. La reflexión viene en otros parámetros; hay que pensar en términos de la realidad actual, lejos de la tentación de mirar al pasado con nostalgia. Hay experiencias que recuerdan a aquellos tiempos como el Loraldia de Bilbao, que tiene mucha fuerza y es un modelo paradigmático por su carácter más particular. Son modelos de aquella época pero centrados en una ciudad con unas características muy peculiares en lo que respecta a relación entre sus dos lenguas.