la parrilla de programación de las televisiones generalistas presentan una variada oferta de formatos que cada televisión adapta, modifica o enriquece, en busca desesperada de televidentes y dineros comerciales adyacentes que mejoren la cuenta de resultados y el cupón de los accionistas, que para algo han puesto la pasta como inversión en una empresa audiovisual. Por ello, tenemos shows/magazines de mañana, tarde y noche, donde el valor principal no está en el contenido o enfoque informativo, o más importante en los programas que traccionan de la parrilla, junto a las series tienen que estar conducidos por auténticos lumbreras del negocio televisivo. Nos estamos refiriendo a personajes de la farándula mediática como Buenafuente, Alfonso Arús o Pablo Motos, el pelirrojo presentador que ha hecho de la sencillez la manera habitual de meter a los televidentes en el bote de las encuestas de audiencia que les siguen salvando el pellejo, a él y a su poderoso equipo que durante cuatro noches es capaz de dominar el prime time, con soltura y solvencia. Sin rocalla alguna, este pequeño/gran actor de la conducción mediática contemporánea encara el trabajo de entrevistar y dinamizar su programa con respetuoso manejo de entrevistados varios pero todos ellos tocados por la fama de la actualidad y la notoriedad mediática, que en muchos casos se resuelve en un ejercicio preparado de marketing ya que los invitados venden sus productos, películas o canciones. Todo a mayor gloria de este pequeño gran hombre que ha consolidado un modo propio de manejar el formato, creando una empatía mediática excepcional. Desde el caliente masaje de la entrevista que se manifiesta cercana, llena de matices, espontánea y fresca El Hormiguero se ha convertido en un clásico tras las noticias del nocturno telediario. Pablo Motos se ha colado en las pantallas de más de tres millones de seguidores que comulgan con una fórmula fresca, ligera y entretenida.