berlín - Los enigmas de Jeff Nichols y la primavera tunecina de Hedi abrieron ayer con buen pie la competición de la Berlinale, el primero con una especie de E.T. de última generación titulado Midnight Special y la segunda con una brillante metáfora de un país en transición. “Tengo una fuerte relación con esos filmes, crecí con ellos”, admitió Nichols respecto a los paralelismos entre su película y E.T. o Encuentros en la tercera fase, así como la pasión compartida con Steven Spielberg por “mantener el misterio hasta el final”.
En el caso de Midnight Special, el gran generador de misterios es un niño de ocho años con aparentes poderes paranormales, al que su padre rescata de la secta extremista que lo adoptó por ver en él al redentor ante un inminente juicio final.
“Es una película surgida de mi propio miedo ante la fragilidad de la relación con un hijo”, explicó Nichols, de pronto algo más terrenal que su filme, para relatar la experiencia vivida como padre ante una repentino acceso de fiebre de su bebe de un año. Nichols, director de culto para los renovadores de la ciencia ficción desde MUD, pretende “continuar con el experimento narrativo” de entonces, que sus adoradores emparentan con David Lynch más que con el cine de masas de Spielberg.
A la ciencia-ficción siguió el cine realidad de Hedi, del debutante Mohamed Ben Attia, que puso al festival en uno de esos estados de buena armonía con que la Berlinale suele recibir las historias sencillas, pero bien contadas. La suya es la de un joven vendedor de autos apocado y sometido a todo tipo de designios -de su madre, de su jefe, de la novia que le asignaron- que a punto de casarse descubre que otro mundo es posible. “La búsqueda de la felicidad es un tema decisivo. En lo privado y como comunidad”, dijo el director novel sobre su filme, una coproducción franco-belga-tunecina.
La tercera película a competición del día, la canadiense Boris sans Beatrice, fue el contrapunto menos feliz de la jornada, como exponente de cine pretencioso y con un arrogante protagonista que se hace antipático desde el primer minuto de proyección. Su contrapunto en el filme, dirigido por el canadiense Denis Coté, es su esposa, rica y triunfadora como él, pero postrada por una profunda depresión y que no consigue despertar la menor empatía del espectador. - Efe