Donostia - Puertas que se abren y se cierran, carreras por el pasillo, una reunión tras otra, llamadas teléfonicas sin fin... El Espacio 2016 era ayer un hervidero de gente que trabaja con el necesario punto de tensión que ni el director general, de natural templado, logra disimular. Berástegui se siente ante una carrera “de medio fondo, un festival de un año” que ha despertado “expectativas altas”.
Ahora lo más urgente es la inauguración, que del 20 al 24 de enero ofrecerá cerca de 70 actividades...
-El programa inaugural se ha construido de modo participativo, dando cabida a los principales agentes de la ciudad y con un objetivo: difundir la cultura para la convivencia.
Pero el acto central del sábado 23 en el puente de María Cristina es un espectáculo de Hansel Cereza, fundador de La Fura dels Baus que ha trabajado también para el Circo del Sol. ¿Por qué han buscado a un profesional de los grandes eventos en lugar de recurrir al talento local?
-Hacía falta un momento de máxima emoción que disfrutarán unos 50.000 espectadores y desde Europa se nos pide un espectáculo de media hora realizado en el espacio público y refleje conceptos muy complejos pero llegando a un amplio número de personas. Si en el contexto local tuviéramos a alguien con experiencia en esas inauguraciones, habríamos recurrido a él pero hemos elegido a Hansel Cereza por su gran solvencia en situaciones complejas.
¿Cuál es el presupuesto del acto y en qué consistirá?
-Tiene un presupuesto muy importante, unos 660.000 euros, porque es una de las actividades de mayor relieve del programa. De momento nos recomiendan no adelantar nada para mantener la tensión: nadie desvela cómo va a ser la inauguración de las olimpiadas. Lo que puedo decir es que Hansel se está ajustando mucho a nuestra identidad y a la idea de cultura para la convivencia. Conoce bien la realidad local porque participó en el espectáculo Herritmo y, de hecho, está trabajando estrechamente con colectivos de nuestro territorio. Controla las cuestiones relacionadas con el deporte rural vasco o las tradiciones locales, pero al mismo tiempo es capaz de aportar una dimensión internacional y dar visibilidad al proyecto fuera de aquí.
Alude usted a las olimpiadas... Precisamente, uno de los arquitectos de Donostia 2016, Santi Eraso, fue siempre muy crítico con este concepto de inauguración fastuosa y dijo que jamás haría algo así...
-Santi es crítico con eso y con muchas más cosas. No hay ningún problema sino todo lo contrario... (Sonríe)
Escribió en ‘Twitter’ que “hace tiempo que Donostia 2016 ha dejado de ser lo que algún día pretendió”.
-Es una opinión... No me preocupa. Al llegar aquí vi que debía buscar un equilibrio entre líneas de trabajo interesantes a las que dedicar mucho talento, tiempo y presupuesto, y entregar el programa a tiempo: ganar espectacularidad no es incompatible con hacer cosas con sentido. La inauguración quizá podría haberse hecho de otra forma, pero es la que hemos decidido los responsables actuales.
¿Han tenido en cuenta que la climatología podría ser adversa?
-Si llueve, el acto inaugural quedará más deslucido pero se podrá hacer, salvo que haya un temporal u otro factor de causa mayor. Acudiremos a todo el catálogo disponible de supersticiones, incluido lo de llevar huevos a las monjas clarisas... (Risas)
Las relaciones con las tamborradas se han reconducido y participarán en la inauguración...
-En su día expresé en la prensa, quizá antes de tiempo, una idea previa que yo tenía de la inauguración -una tamborrada internacional que el 16 o 17 de enero reuniría en la ciudad a percusionistas de todo el mundo-. Era algo que no había contrastado aún con las tamborradas, pero en realidad, nunca pensamos en hacer nada que no estuviera acordado conjuntamente. Al final hemos demostrado que hablando se pueden encontrar soluciones satisfactorias para todas las partes.
En la izada del 20 de enero sonará el himno de Europa tras la ‘Marcha de San Sebastián’ en la plaza de la Constitución... Algo que inicialmente causó también alguna fricción...
-Lo dejamos a la elección de las tamborradas y habrá momentos en que algunas compañías se pongan de acuerdo para tocar ese himno. Si alguien no quiere, no se lo vamos a imponer, faltaría más... Pero por ejemplo, el encuentro multitudinario de varias compañías de adultos y niños que tendrá lugar el día 23 es algo que ha partido de las propias tamborradas, que querían estar presentes en la inauguración como un agente más.
Hace una semana insistió en la necesidad de “volver a ilusionar a la ciudadanía”. ¿Es solo una frase hecha propia de su discurso o considera que aún hay mucha gente a la que seducir?
-Tras superar momentos complicados y de expectativas bajas, aún hay gente que no ha leído nuestro programa y que dice que no hay actividades o que el proyecto ya no es lo que era. Desde Europa nos comentan que dado que ni los ciudadanos ni quienes trabajamos en la oficina tenemos una experiencia previa, durante los meses anteriores suele darse esa fricción entre las ilusiones y la realidad. Pero cuando empiezan a vivir la capitalidad en primera persona, muchas ciudades cambian completamente su relación con el proyecto. Confiamos en que aquí suceda lo mismo y sea más fácil invitar a los desilusionados.
¿Y qué hay de los indiferentes? El desilusionado puede tener cierta visión crítica, pero al indiferente el proyecto le da igual o ni siquiera se ha enterado de que existe...
-Intentaremos seducirle con un atractivo programa de actividades que empieza en enero. No vamos a obligar a nadie a participar de nuestra oferta (sonríe), pero en doce meses habrá tantas actividades y oportunidades de sumarse que estoy seguro de que cualquier persona encontrará un momento para disfrutar.
Cuando se publicó el programa dio la impresión de que las citas de gran formato -Emusik, ‘Sueño de una noche de verano’, Kalebegiak...- estaban todas presentadas. ¿No guardan ases en la manga?
-En octubre anunciamos el programa de la línea central de nuestro proyecto, Cultura para convivir, pero también están las llamadas Conversaciones. Solo presentamos doce pero hay un montón de actividades aún sin anunciar que hemos organizado junto a otros agentes que garantizan una cantidad importante de espectáculos durante todo el año. Por ejemplo, se sabe cuál es el planteamiento de las Cartas blancas, pero no su resultado, vinculado a grandes nombres: esta semana, William Forsythe, probablemente el mejor coreógrafo del mundo, ha estado viendo cómo hacer una instalación muy atractiva con Jone San Martín. O Stop War Festibal, que aún no ha desvelado a los grandes músicos que visitarán Donostia en Semana Santa... Habrá espacio para las sorpresas durante todo el año.
Entre las 102 propuestas presentadas hay teatro, literatura, gastronomía, cine y actividades más pequeñas que, como las vinculadas a la tecnología, no parecen dirigidas a un amplio segmento de público...
-Pueden ser pequeñas en su formato pero no en su ambición. Muchas están planteadas para capacitar e involucrar a personas distantes de la tecnología. Además, desde su concepción inicial, nuestro programa no está diseñado para atraer a grandes masas de personas. El objetivo no es atraer a más visitantes a la ciudad, aunque vendrán porque habrá más comunicación y visibilidad en muchos medios.
Londres, Mons, Bruselas, Barcelona, Burdeos, Pilsen, Madrid... ¿Qué impresiones han recibido en las ciudades a las que han viajado?
-Voy a decir algo que parece una estratagema pero no lo es. Desde fuera, el proyecto se percibe como sólido, coherente y conceptualmente muy potente: a veces se aprecia más que desde dentro porque supone un cambio con respecto a lo que se suele hacer habitualmente. Europa está recomendando a otras capitales culturales europeas conocer la experiencia de Donostia 2016. Así, hemos tenido visitas de delegaciones de Aarhus, ciudad danesa que en 2017 será capital cultural, para saber cómo planteamos nuestros contenidos.
¿Siente que Donostia 2016 no es profeta en su tierra?
-No, pero a veces creo que somos muy críticos o exigentes con aquello a lo que aspiramos. Algunos habrían querido otro modelo de capitalidad pero por suerte o por desgracia, el proyecto tiene una naturaleza y hemos intentado ser lo más amplios posibles para tener espacio y que toda la sociedad se sienta representada. Eso no es sencillo porque hay que buscar un equilibrio entre lograr una programación atractiva y hacer un ejercicio de repensar las cosas. De todos modos, hemos empezado a hacer encuestas previas dentro y fuera de Donostia, y en general, la gente está expectante y favorable al proyecto. Los datos nos revelan que las expectativas son altas. Ya nadie pregunta si vamos a llegar a tiempo y vamos ganando patrocinadores -el último, Telefónica, se sumó la pasada semana, y en breve podrían entrar otros de igual o superior dimensión-... Ahora estamos en otro nivel de preocupaciones, y así estaremos hasta 2017. Estoy convencido de que cuando termine 2016 nos daremos cuenta de que el proyecto ha merecido la pena.
¿No se exagera la importancia del legado? Usted suele insistir en que 2017 es más importante que 2016...
-Es una forma de expresar que la razón de ser de nuestro proyecto no es hacer un programa de actividades en 2016, sino promover actitudes y procesos que doten de herramientas a los ciudadanos para construir una sociedad más justa, solidaria y respetuosa con los derechos humanos. Obviamente, el grueso de los 50 millones de presupuesto que tendremos hasta 2018 los invertiremos en el programa de 2016, pero si el próximo año hacemos bien nuestro trabajo, lo importante será lo que suceda a partir de 2017, que es cuando el proyecto dejará un poso en el territorio y continuará al margen de nosotros, legando una ciudad mejor y con mayor relevancia internacional al margen de los visitantes que hayan venido?