acabamos de estrenar el undécimo mes del año y con la llegada del otoño se va conformando el escenario en el que afrontaremos la gran campaña publicitaria, gastronómica y consumista de este país de nuestros agobiantes dolores y penares, la Navidad, rechazada por unos, aceptada por otros. Con medida astucia de marketing y ventas, los especialistas del ramo nos van aproximando silenciosamente, permítanme la expresión, mediante señuelos comerciales, en los que asoma tímidamente la gran fiesta del consumo y venta de productos mil que se publicitan en estos momentos de dinerito caliente en los bolsillos y necesidad impulsada de consumir, gastar, comprar. A la espera de que el rey de las grandes superficies de venta, el todopoderoso El Corte Inglés, ilumine sus establecimientos y proclame que la Navidad ya ha llegado, van apareciendo en la pequeña pantalla spots con ambiente navideño, consumo navideño, empalague navideño. Y es que el ciclo de la vida se vuelve inexorable con el paso del tiempo, y a cada estación corresponde un ritmo, venta, comercio, y ya nos aproximamos a la gran explosión, al gran Big Bang del consumo con la tele anunciando que pronto ya será Navidad. En algunos países del mundo, la tentación de la agitación consumista se inicia casi en los meses de verano, y este adelantamiento de fechas navideñas responde a la dinámica de poner más tiempo para vender más. También por estos lares se va anticipando la carrera por hacernos felices unos días, gracias al desatado consumo. Y en esta batalla, la tele dicta tiempos, modos y productos estrella. Los anuncios televisivos y las empalagosas músicas de tradicionales villancicos, nos indican que ya se acerca la hora, que pronto será Navidad. Está claro que en esta representación de paz y alegría, mandan los poderosos mercaderes del templo.