Tradición y modernidad se suman en muchas de las propuestas artísticas que se conjugan en Arantzazu. El Santuario que cobija a la Patrona de Gipuzkoa y que aparece colgado como un nido de águilas en un paisaje repleto de encanto y embrujo, no deja indiferente a nadie. Montañeros, turistas y peregrinos caen rendidos a sus pies. El 30 de agosto se cumplieron 60 años de la inauguración de esta joya arquitectónica que constituye un testimonio único de la labor desarrollada por un plantel de artistas sin precedentes que avanzó lo que sería la vanguardia artística, rompiendo los moldes arquitectónicos de la época.
Era el 9 de septiembre de 1950 cuando se colocó la primera piedra de la nueva Basílica que, entre otras cosas, vino a suplir las carencias de la anterior iglesia que se había quedado pequeña para dar cabida a los peregrinos. El acto coincidió con la festividad de Nuestra Señora de Arantzazu y se celebró unos meses después de que se convocara el concurso para remodelar el edificio, una iniciativa en la que jugó un papel clave Pablo Lete, que había sido elegido Provincial de los Franciscanos.
De los catorce proyectos que tomaron parte en el certamen fue el de los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga -el sábado fueron homenajeados en la jornada conmemorativa del 60º aniversario- el que obtuvo la puntuación más alta. Sin embargo, no tardaron en desatarse las primeras polémicas porque el nuevo Santuario suponía cierta ruptura con los esquemas de la arquitectura tradicional. La sociedad guipuzcoana de entonces se hizo eco de la tormenta desatada, que también irrumpió en los medios de comunicación de los que echaron mano los profesionales más críticos que concursaron con Oíza y Laorga.
Finalmente, desde la elección del anteproyecto y la colocación de la primera piedra hasta el arranque de las obras pasaron bastantes meses. Los trabajos despegaron en abril de 1951, pero por el camino tuvieron que hacer frente a contratiempos como la repentina muerte de Pablo Lete en un accidente de avión y el hecho de que los arquitectos ganadores continuaran su recorrido profesional en estudios separados. Así que con unos cuantos meses de retraso sobre los plazos previstos, la nueva Basílica fue abierta al público el 30 de agosto de 1955.
Seis décadas después de su inauguración, Arantzazu ha dejado de ser la piedra de la discordia. Los talentosos artistas que trabajaron en su edificación, desde la gran personalidad de Jorge Oteiza (fue un acicate completo que influyó en toda la obra), hasta Eduardo Chillida, Lucio Muñoz, Xavier Álvarez de Eulate, Francisco J. Sáenz de Oíza, Luis Laorga o Néstor Basterretxea, lograron que Arantzazu se convirtiese en el símbolo de modernidad y vanguardia de todo un pueblo.
“mirar más allá” “Desde la normalidad con la que ahora se ve la obra, hay que destacar, asimismo, la valentía que supuso por parte de los frailes el ir asumiendo las novedades que proponían todos estos jóvenes artistas. Su apertura, teniendo en cuenta posiblemente que la iglesia vasca estaba ya viviendo un cambio motivado por una insatisfacción con respecto al modelo anterior. Tengo la sensación de que hubo como un anticipo de lo que luego fue el Concilio”, sostiene el franciscano de Arantzazu, Iñaki Beristain.
Tras la tempestad viene la calma. Y, ahora, 60 años más tarde, resulta difícil cuestionar una construcción “ya asumida por todo el mundo”. “Para el visitante creo que supone una enorme extrañeza el encontrarse esta iglesia en la punta, después de subir nueve kilómetros desde Oñati entre barrancos y desfiladeros”, comenta Beristain, que llegó a Arantzazu hace 48 años, al tiempo que cree que el peregrino que acude al Santuario mariano “a celebrar su fe, lo ve muy suyo”. “Suelo decir que es una iglesia grande y, a la vez, pequeña y acogedora. Los arquitectos en algún momento llegaron a llamarla la ermita del monte”, recuerda este franciscano de Errezil.
De lo que no cabe duda es de que la aventura iniciada en 1950 ha convertido Arantzazu en un referente no solo espiritual, sino también del arte, que traspasa fronteras. Escuelas de arquitectura lo incluyen en sus temarios, sin olvidar a los diversos profesionales del gremio que aterrizan en la Basílica. Es el caso de los dos arquitectos peruanos que recientemente han aprovechado su escapada por Europa para visitar este impresionante lugar enclavado en las faldas del monte Aloña. Uno de ellos llegó a decir que “el viaje había merecido la pena por ver Arantzazu”; un enclave que expertos en patrimonio han definido como “el cúlmen del deseo de los artistas y los arquitectos de mediados del siglo XX de integrar las artes”.
No obstante, pocas son la intervenciones que no suscitaron controversias en la ejecución del Santuario. Los proyectos artísticos para decorar la fachada, la cripta y el ábside provocaron los mayores terremotos de la agitada construcción. Oteiza tuvo que esperar hasta 1969, cuando falleció Font i Andreu, obispo de San Sebastián que había prohibido la obra, para colocar su magnífico grupo de 14 apóstoles. Es igualmente reseñable el caso de Pascual de Lara, el pintor al que se le encomendó el ábside, que tras hacer muchos bocetos y no contar con el beneplácito del episcopado, murió en 1958 sin materializar un nuevo proyecto ya perfilado. El sustituto fue Lucio Muñoz, que en 1962 terminó su retablo semicircular con el famoso grabado sobre madera. Para decorar el interior, en 1952 los arquitectos apostaron por Oteiza y los pintores Lara y Néstor Basterretxea (debido a los problemas con la diócesis, este último concluyó su trabajo en la cripta en 1984). En junio de 1955 estos proyectos se paralizaron y la ornamentación se culminó después de la puesta de largo de la Basílica.
EN buen estado A pesar de estar expuesto a las inclemencias meteorológicas, el Santuario “está en perfecto estado de conservación”, asegura Beristain. A la obra originaria, de la cual los franciscanos guardan planos y otros están en manos de los familiares de los autores, se le han introducido algunos cambios en las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado. Fruto de estas actuaciones son la reordenación y reforma del presbiterio (se redujo el tamaño del altar y se acercó a los fieles), o la creación a principios de los noventa de la Capilla de la Reconciliación.
Con fecha más reciente, hace una década aproximadamente, se intervino en el friso de los apóstoles de Oteiza que presentaba fisuras provocadas por su exposición al agua y al hielo, así como en la escultura de la Piedad. El coste de mantenimiento de la iglesia, que asume la comunidad franciscana, “no es alto”, según indica Beristain, que, por contra, detalla que “mucho más alto es el del convento” donde actualmente residen una treintena de frailes. “Desde el punto de vista de la construcción, la empresa que en su día trabajó en las obras debía hacer las cosas para siempre”, apunta el franciscano.
En otro orden de cosas, tampoco se puede olvidar la constitución en 2008 de la Fundación Arantzazu Gaur para impulsar, dinamizar, gestionar y coordinar el proceso de promoción y renovación de Arantzazu con una visión global y de futuro.
Sea como fuere, la obra arquitectónica de Arantzazu no pasa desapercibida ante los ojos de nadie. En su exterior siguen intactas las torres cubiertas por piedras talladas en punta de diamante y dentro del templo la luz natural ilumina el extraordinario mural que pintó tras el altar el genial Lucio Muñoz. En su historia más reciente, la Fundación Internacional de Arquitectos Docomomo Ibérico ha calificado el edificio como “paradigmático de la arquitectura moderna del siglo XX” y uno de los “36 edificios modernos del Estado que hay que proteger y divulgar”. Las puertas del templo, las que hay que atravesar para gozar de su belleza interior que llevan la firma de Chillida, se abren todos los días de 8.00 a 20.00 horas.