estella - Cagancho, el rey indiscutible de la cuadra del rejoneador estellés Pablo Hermoso de Mendoza, salió el jueves a los potreros de la finca de Zaraputz para disfrutar de su paseo diario en libertad. Pero el destino se truncó y una especie de ictus le provocó un desmayo que lo dejó tendido en el suelo. Varios minutos después, Cagancho, al que se le había administrado un tranquilizante, consiguió levantarse con ayuda y llegar hasta su box. Allí llegó con las fuerzas justas y sin visión, quizá a causa de algún coágulo provocado por el ictus.
Entrada la madrugada, el sufrimiento del noble animal cesó, y se fue en silencio, galopando de costado hacia el olimpo equino. Así termina la historia de un hombre y su caballo, una aventura que comenzó con un flechazo y acabó con muchos corazones rotos.
Corría el año 1990 cuando un joven rejoneador navarro llegó a las cuadras de Brito Páes, un criador portugués de lusitanos, en busca de una buena montura con la que iniciar su andadura en el duro mundo del rejoneo. Y la encontró en Cagancho, un caballo lusitano de cuatro años y capa negra azabache. De crines y cola espesas, con las patas blancas y una estrella de cordón corrido en la frente.
A pesar de que su doma era básica y sus movimientos algo bruscos y asalvajados, el joven rejoneador decidió sacarlo de la cuadra y montarlo. Y fue ahí cuando surgió la magia, cuando hombre y caballo conectaron y se convirtieron en uno solo. Aquel día, sin saberlo, surgió uno de los binomios más importantes del toreo a caballo.
Pero los inicios no fueron fáciles. Cagancho llegó a la cuadra de Hermoso de Mendoza con las patas llenas de llagas que al andar sangraban profusamente. Además, por delante quedaban muchas horas de trabajo intenso para pulir los movimientos del caballo y suavizar sus aplomos. Un trabajo de titanes que muchos hubiesen dado por imposible. No obstante, Pablo Hermoso de Mendoza creía en él, ya que vio en Cagancho algo que solo los grandes jinetes pueden ver, el alma del caballo.
En la temporada de 1991 el caballo debutó, en el último tercio de la lidia, cuando se supone que el cansancio del toro permite que el caballo sea menos veloz. Sin embargo, Cagancho no se encontraba a gusto de cara a los toros, y lo dejó muy claro una desafortunada tarde en Egea de los Caballeros, Zaragoza. Pensando que se había equivocado, el rejoneador estellés lo retiró de los ruedos. Pero le dio una segunda oportunidad a finales de temporada, cuando lo sacó para poner unas banderillas largas.
Para sorpresa del jinete, el caballo reaccionó de la mejor manera, empezando una transformación que culminó en una difícil tarde de 1992 en el coso pamplonés. Fue ahí cuando los buenos aficionados al mundo del toreo comenzaron a hablar de Cagancho. Pero la verdadera eclosión del caballo fue en una corrida de 1994 en Zaragoza, cuando el mundo se hizo eco de sus virtudes y comenzó a conocerlo por su nombre.
A partir de ese momento el binomio comenzó una carrera imparable hacia el éxito, que dejó momentos tan memorables como aquella mañana del 25 de abril de 1999 en Sevilla. Cuando el centauro de Estella consiguió el rabo y abrió las puertas de todas las plazas del mundo. A finales de 2002, en la monumental de México, Hermoso de Mendoza lo enfrentó al último toro, le quitó la silla y lo jubiló.