En el mundo de las llamadas redes sociales cabe, al parecer, absolutamente todo; basta con que alguien cuelgue en ellas su reflexión, o su ocurrencia, para que instantáneamente circule urbi et orbi y, cosa mucho más grave, haya montones de personas que le conceden una credibilidad antes reservada a fuentes mucho más fiables.
Y contrastables, claro está. Abundan en dichas redes las personas cuyo trabajo consiste en promocionar determinados productos, o que los promocionan porque se sienten obligados después de haber sido convidados a un ágape por el elaborador del producto en cuestión. Actitudes muy respetables, ante las que hay que tener la precaución de tomárselas como lo que son: simple publicidad.
Por supuesto, para vender algo vale casi todo. Yo ni me molesto en leer -en prensa escrita tampoco- las supuestas maravillas que para nuestra salud tendrá consumir tal o cual mejunje, aquella o esta verdura, una u otra agua... Pero, de vez en cuando, salta a la vista alguna novedad que, primero, te sorprende y, segundo, hace que esboces una sonrisa... o directamente te partas de risa.
cambio Así, si estuviéramos en los tiempos de las viejas redacciones de agencia gritaríamos el clásico “¡que paren los teletipos!” para indicar que tal noticia tendría prioridad absoluta: un vino tinto que va bien con los pescados. Nada menos. Ya que circulamos por los confines del absurdo -¿alguien sigue creyendo que el vino blanco es para el pescado y el tinto para la carne? No, ¿verdad?- rizaremos el rizo y nos adentraremos en él, aunque solo como punto de partida. Todos sabemos que el pulpo no es un pescado, porque la condición sine qua non para lucir esa denominación es que se trate de un pez, dice el DRAE, “comestible, sacado del agua por cualquiera de los procedimientos de pesca”. El pulpo es comestible, ya lo creo que lo es, y se pesca, es decir, que se saca del agua por una serie de procedimientos. Pero no es un pez: es un cefalópodo, o sea, un molusco, o sea, un invertebrado; y los peces son vertebrados.
Pero si fuimos capaces de admitir pulpo como animal de compañía en un juego de mesa, cuesta menos darle la categoría de pescado a efectos gastronómicos. Ya digo que estamos en el reino del absurdo, tan grato a Jardiel o a Mihura.
Hace aproximadamente medio siglo, cuando yo era un jovencísimo estudiante de Selectivo de Ciencias en la universidad compostelana, los jueves se celebraba en un lugar muy céntrico -la robleda de Santa Susana, sobre la Alameda- la feria de ganado. Allí arriba, superado el cerco vacuno, se instalaban las pulpeiras, con sus mesas y bancos corridos, sus calderos de cobre, sus provisiones de pulpo, sus platos de madera, sus cuncas de loza... Uno llegaba y pedía “una de pulpo”, entonces manjar asequible a los estudiantes. La señora extraía el cefalópodo del caldero, lo cortaba a tijera en rodajas que caían sobre el plato de madera, las rociaba con un hilo de aceite, espolvoreaba sal gorda, un poco de pimentón más o menos picante, y te lo ponía delante. Con él, medio pan y esa cunca de loza, de más o menos medio litro de capacidad, llena de vino del Ribeiro... tinto. El pulpo, amigos, no es de vino blanco. Incluso el patrón de la pensión estudiantil en la que pasé algún curso, cuando había pulpo para comer, se sentía generoso y nos ponía vino. Tinto, por supuesto.
COMBINACIONES Vale: el pulpo no es, estrictamente, un pescado. Pero sí lo son las angulas, aunque se queden en proyecto. Y las angulas, como el besugo a la espalda, como muchas preparaciones del bacalao, como tantas recetas de pescado en las que ajo y guindilla tienen un papel importante, admiten a la perfección un vino tinto. ¿Un gran Rioja de, pongamos, el 2001? Pues no. Pero sí un tinto más joven, más fresco, con menos hechuras. Hoy, cierto, hay blancos que tienen más cuerpo que muchos tintos. Por eso precisamente, y porque el gusto está por encima de la norma, hay muchos tintos que se entienden la mar de bien con los pescados. Los hay ahora, y los hubo siempre. Y blancos que van de maravilla con las aves.
Por eso me dejó descolocado el titular. Me pareció de aquella época cretácica del consumo de vinos en la que, como decimos, los blancos, servidos fríos, eran para el pescado, y los tintos, servidos a temperatura ambiente -es decir, demasiado calientes-, para las carnes. Tiempos en los que le miraban a uno raro si osaba pedir una cubitera con agua y hielo para poner un tinto en condiciones de ser bebido. Tiempos en los que lo que sabíamos de vino era, reconozcámoslo, poco y disperso. Así que saber que un Ribeiro tinto es adaptable al pescado me parece cualquier cosa menos noticia, que significa novedad. Valiente novedad.