Vitoria - En casa, dice, tiene “demasiada” obra, un impulso constante de hacer que no tiene ninguna intención de refrenar. Ni quiere, ni puede. Aún así, encuentra un momento para la conversación, para compartir recuerdos y reflexiones sobre el camino construido hasta ahora tanto en Gasteiz como en Berlín y Nueva York, entre otros lugares, y sobre la situación actual de lo que ante sus ojos se presenta.
¿En qué momento nace la necesidad de expresarse a través de la creación artística?
-No tengo un recuerdo fijo, pero desde pequeña me encontré pintando. Mi padre era amigo de Carmelo Ortiz de Elguea y Rafael Lafuente, y de los dos había algún cuadro en casa. Claro, no eran lo habitual, por así decirlo, y tengo esas imágenes grabadas en la cabeza. Así que estaba enfilada.
¿Y su padre, con amigos artistas, qué decía?
-Que de esto no se come y que me olvidase. Pero bueno, aquí estamos. Es que cuando empecé a pintar, por ejemplo, hacía lo que me daba la gana. Y hoy sigo siendo una persona que no planifica qué va a hacer con una pieza en concreto, sino que se deja llevar, las cosas van saliendo. Mi manera de pintar era muy matérica. De hecho, en la universidad, Paco (Francisco Ruiz de Infante) y yo cogíamos lo que estuviese a mano, fuese escayola u otra cosa, y lo utilizábamos. La gente nos decía: ¿pero qué hacéis? Trabajaba con aceites, neones, bolas de cristal, hice las primeras instalaciones... y también en la universidad empecé a descubrir la fotografía. La verdad es que cuando quiero hacer algo, no me paran los materiales. Si no tengo dinero para hacer una cosa, hago otra. Hay gente que es más metódica, pero yo no sé y en aquella época tampoco.
¿Recuerda alguna pieza de aquellos momentos de aprendizaje?
-Me acuerdo de un cuadro que estaba compuesto por dos fotos: una era una ola del Cantábrico; y otra era yo debajo del agua del Mediterráneo. Era una pieza que tenía que llevar a un formato mayor y menos mal que conocí a Víctor Quintas y él me enseñó. Ahí descubrí otras cosas que sumar, que luego estuve desarrollando en Arteleku. En aquella época, en la que coincidimos artistas como Jon Mikel Euba e Itziar Ocariz, empecé con esa tendencia que he tenido siempre de mirar al agua, a las luces marinas, las sensaciones...
¿Por qué el agua?
-Decía Pablo Milicua que yo era como una sirena de secano (risas). No lo sé. Es que todo está ahí. Pero no tengo una razón. Además, no te tienes que parar en tantos porqués, la cuestión es hacer.
Todo ello, en muchas ocasiones, lejos de casa.
-Estuve en Nueva York, en la escuela Visual Arts, aunque luego no me quedé. Allí la verdad es que veía cosas en las exposiciones que me atrapaban. Cuando viví en Bolonia, por ejemplo, me iba todos los fines de semana que podía a Venecia para ver y flipar, para decir: esto lo quiero hacer yo, y esto, también, y esto... pero desde mi punto de vista. Y cuando estuve en Barcelona, haciendo un máster, fíjate, fuimos de los primeros en hacer trabajos con plóters. En todo eso, que tenía ya veintitantos, vi las obras de un artista que trabaja con el vidrio. Y me llamó mucho. Pero no querían formarme, que si era un oficio, que si... En Barcelona me encontré un anuncio en un periódico sobre un curso, de ahí me marché dos meses a Francia para aprender, pero bueno, nos pasó de todo. Creo que veo en el vidrio cosas que otros no ven. Yo veía el movimiento, veía el agua en el vidrio.
De todas formas, siendo capaz de trabajar con la pintura, la escultura, la fotografía, el vídeo, el vidrio... ¿la herramienta a utilizar en cada ocasión le importa?
-No. Si tuviese dinero, ahora me gustaría poder ir a soplar vidrio y hacer cosas con él o poder producir un vídeo que quiero hacer debajo del agua. Pero cuando no tengo una cosa, hago otra. No paro nunca. Tampoco enseño. Me aparto del tema expositivo y la verdad es que no me gusta mucho el sistema del arte. Claro, eso supone que sobrevivo malviviendo. Tengo mucha obra que debería mover.
Tampoco para de colaborar con otros artistas, de implicarse en diferentes proyectos.
-Es que es muy importante ayudar a crear esas redes de encuentro, de intercambio de ideas, de realización de proyectos. Es una manera de compartir lo que sabes. Para mucha gente es un error enseñar. Hombre, hay que ser un poco selectiva, pero soy una persona muy colaborativa porque estoy rodeada de gente con la que me siento muy a gusto. No me entiendas mal, respeto ese concepto del artista solo, porque yo también necesito estar así, concentrada, cuando hago mis cosas. Pero necesito compartir con otros, aún siendo consciente de que cada uno somos de un padre y de una madre, que no hay más que ver nuestras obras para saber que somos diferentes. Pero juntar artistas, que puedan colaborar y trabajar juntos... es que eso es muy importante.
Ese interés por colaborar, en su caso, también se traduce en implicarse en procesos de gestión cultural como fue el caso del Proyecto Amarika.
-Sinceramente, creo que la labor que llevamos a cabo allí fue muy buena porque, entre otras cosas, demostramos que se pueden hacer las cosas de otra manera. Claro que hoy, aquí ya no hay sitios donde poder exponer. En muchas ciudades, en casi todos los territorios, cada cuatro años cambian los gobiernos y el que llega hace desaparecer todo lo anterior. Eso no puede ser. Además, hay otra cuestión importante en este sentido. Puede que yo sepa hacer un par de empalmes y arreglar una lámpara en mi casa, pero eso no quiere decir que sea electricista. Sin embargo, aquí parece que pintas un cuadro y ya eres artista. Fíjate, con la de años que llevo y el camino que he hecho hasta ahora, estoy convencida de que todavía no he llegado al punto al que creo que debo llegar para considerarme una artista completa. Y no es falsa modestia. Esto es una carrera a largo plazo, un aprendizaje constante. Bueno, más allá de que tengo un problema y es el ego.
¿En qué sentido?
-Yo no voy de artista, yo hago arte. Hacer obra, crear, eso es lo más.
Dice que no hay sitios donde poder mostrar. También, que no sabe parar de producir. Eso supone un problema, ¿no?
-Es que me he dedicado más a hacer que a entrar en el mercado. Debería moverme más, también aprovechando las redes e Internet. En eso me quiero poner. Si no, al final sabe que tienes obra sólo la gente que te rodea. Y, claro, así estoy, a dos velas. Puedo venderte la obra de cualquiera, pero no sé hacerlo con la mía. Ya sé que es contradictorio, pero es algo que le sucede a mucha gente. Y necesito vender porque necesito comer.
¿No tiene la sensación de que, en este último aspecto que comenta, hay un gran desconocimiento de esa parte de la vida del artista?
-Desconocimiento total. Tengo que comer todos los días, pagar el alquiler, el agua, la luz, el gas... Somos como cualquier otro.
¿Es un desconocimiento que también se da en la institución?
-El problema de una ciudad como Vitoria es que no sólo no hay mercado, es que no hay sitios donde puedas exponer y vender. Pero las instituciones no tienen que pagarnos a los artistas la vida, tienen que ayudarnos a hacer proyectos especiales que no van a revertir económicamente. Ya tuvimos el boom de los museos y a artistas que se forraron vendiéndoles a estos espacios que no tenían fondos de arte contemporáneo. Aquí, por lo menos, sí existía una colección. Entonces, la labor de la institución es la de facilitar. Por ejemplo, nunca he entendido la razón por la que aquí nunca ha existido un espacio como Arteleku, un lugar al que puedas acudir y utilizar, sin que sea gratis, maquinaria o talleres... Todo lo que supone producir una obra es un gasto que asumimos nosotros. Y alguien puede decir: bueno, pues espabila y véndelo. Sí, vale, pero es que, reitero, no hay mercado, no hay un sitio donde poder mostrar. Ante eso, tienes ciudades, como ésta, en las que te encuentras gente que compra un cuadro porque le viene bien con el color de las cortinas. O que te dice aquello de que eso lo puede hacer cualquiera. Pero eso es el resultado del desconocimiento bestial y de que nunca se ha hecho una verdadera labor educativa en este sentido.
Entre todo ese contexto, ¿tiene tiempo para detenerse, mirar al espejo y reflexionar sobre lo hecho y lo que vendrá?
-Ahora mismo soy esclava de lo que tengo y eso se traduce en el próximo mes y medio. En esa situación no estoy sólo yo.
Si ahora se encontrarse con alguien que, como usted en su momento, está dando los primeros pasos en este campo y le pidiese un consejo...
-No le puedo dar consejos a nadie. Sólo sé que no podría no hacer lo que hago. No puedo. Me pongo enferma. Así que sí le diría a esa persona que luche por sus sueños. Lo de los artistas famosos que ganan mucho dinero, creo que conozco a dos o tres. El resto...