Pamplona - Peter Greenaway entusiasmó ayer en la Berlinale con Eisenstein in Guanajuato, un filme que retrata al maestro ruso como un histriónico bebé grande, que se abre a la plenitud homosexual en México y deja inacabada una película cuando llevaba rodados 400 kilómetros de celuloide. “Mi filme describe la transformación de Einsenstein. En su vida y en su filmografía hubo un antes y un después de México”, explicó el cineasta, respecto a la algo tardía, pero rotunda, “salida del armario” del director de El acorazado Potemkin (1925).
Vivir abiertamente la homosexualidad en tiempos de Stalin “no era lo más recomendable”, ironizó Greenaway, quien fue recibido con aplausos entusiastas por una coproducción británico mexicana profusa en escenas al límite del sexo explícito. “Sabía poco o casi nada de Eisenstein como persona. Peter me mostró su lado humano, su personalidad algo infantil”, indicó el protagonista, Elmer Bäck, cuya creación del personaje remite al Amadeus de Milos Forman. El Einsenstein, excéntrico, decadente y virgen que llega a México, en 1931, es un ser que le habla a su pene y goza exhibiéndolo. Había alcanzado la gloria cinematográfica, había sido aclamado en Hollywood y era recibido en México por unos caricaturescos Frida Kahlo y Diego Rivera, entre camorristas a lo Pancho Villa, tábanos, desarreglos intestinales al cuarto tequila y todo tipo de clichés. Ya antes de romper ese tabú, se movía más como un niño mimado zarista que como un héroe del comunismo.
El vigoroso filme fue un contrapunto en una jornada que había arrancado con un exponente de buen cine rumano, Aferim, que poco espacio dejó para las alegrías. Rodado en blanco negro, con una estética deliberadamente arcaica, la película de Radu Jude plasma con toda crudeza el racismo en el ambiente rural de su país, en 1835, en que los gitanos eran vendidos en plazas públicas como esclavos y tratados como animales. Completó la jornada a concurso la primera representante del cine chino, Yi bu zhi yao, de Jiang Wen.