bilbao - Cuesta resumir en dos párrafos la vida y milagros de Philippe Gaulier (París, 1943), un maestro de la interpretación y de la dirección que lleva años sumido en labores pedagógicas. Fue alumno durante dos años de la escuela Internacional de Teatro Jacques Lecoq, y después de trabajar como profesor en ese mismo centro, en 1980 fundó su propia escuela de teatro, a la que cada año acuden alumnos de todas las partes del mundo. Gaulier ha regresado a Bilbao, repitiendo la visita de 2013, y, además de impartir una serie de cursos, se ha acercado hasta Zorrotzaurre para ver Konpota en Pabellón 6, obra basada en uno de sus textos y que ha sido traducida al euskera por primera vez.

Especialista en bufón y clown, Gaulier centra sus esfuerzos en transmitir la belleza del teatro, el placer de interpretar, el juego que implica, pero sobre todo trata de contagiar humanidad a sus alumnos.

Han sido cinco clases que ha impartido en Bilbao. ¿Qué trata de transmitir en estas ‘master class’?

-Sobre todo he tratado de enseñar lo que es ser clown. Por supuesto, en tan pocos días no tengo tiempo de descubrir el clown de cada estudiante, pero tengo tiempo para enseñar lo que es clown y lo que no lo es.

¿Y qué es un ‘clown’ exactamente?

-Por lo general, es un idiota al que le pagan por hacer reír al público. Cuando digo que es un idiota es que no sabe nada. Creo en un gurú del clown, en Marcel Marceau, y él decía que para hacer reír tienes que recibir una patada en el culo, pero el clown se pasa largo rato preparando esa patada: limpia sus zapatos, hace estiramientos y ejercicios, etc... Es decir, muchas veces lo importante es la preparación del propio número. Y, finalmente, le da la patada, pero sucede que el público no se ríe, y el clown no entiende porqué. Y vuelve a repetir el número para ver si la gente lo entiende. Y así sucesivamente... El clown siempre tiene algún equívoco con el público.

¿Tiene algo que ver con el absurdo?

-No tengo mucha idea del absurdo. Si el público no se ríe cuando quieres, no es absurdo. No tiene por qué ser absurdo....

Curiosamente, usted lleva 43 años ligado a la pedagogía teatral, pero no le gusta que le llamen maestro...

-No, porque soy un idiota como los demás y me siento feliz como idiota.

¿Viviríamos más tranquilos si nos reconociéramos un poco idiotas?

-No lo sé, hay gente a la que no le gusta ser idiota, pero a mí sí.

¿Es usted más ‘clown’ que bufón o tiene un poco de los dos?

-Yo fui clown durante diez años y conozco bien ese trabajo; nunca he sido un bufón, pero he escrito obras para un bufón.

¿Y usted cree que el ‘clown’ nace con ese don?

-Igual naces con esta cosa idiota que te ayuda a ser clown, no lo sé. Si tú cuentas un chiste y es un fracaso, se hace el silencio; después del silencio tienes que venirte arriba y no quedarte con cara de tonto. Puedes invertir la situación si luchas por salvarla. Ahí puedes crear algo bonito. Creo que hay gente que nace con ese don.

¿Qué método utiliza en sus talleres? He oído que son muy pragmáticos.

-Estoy seguro de que es el placer de jugar el que trae hasta mí a los estudiantes. Pero a algunos les entra el pánico y no son capaces de mostrar sus dotes. Yo trato de enseñarles a disfrutar sobre el escenario. Es un método muy pragmático, sí. Si no disfrutas en escena, no eres nada, no transmites nada.

Supongo que en sus talleres también tendrá muchos actores que no son payasos. ¿Qué puede aportarles usted?

-Mi escuela, en sí, es una escuela de actuación, no de clown. Y ahí todos estudian actuación, clown, bufón...

¿Pero cree que la técnica ‘clown’ puede ayudar, por ejemplo, a un actor especializado en dramas?

-No lo sé, quizá no mucho. Yo mismo quería ser actor de tragedia, pero haciendo tragedia griega era ridículo, todos se reían de mí. Seis meses después, paré. Pero después, cuando estaba haciendo clown, me acordaba de ese trance, y toda esa experiencia me ayudó a darle humanidad al clown. Todo lo que hacemos, lo que aprendemos, le da humanidad al personaje clown. Un actor trágico que hace clown puede aprender la humanidad de ese idiota. “No es para mí, pero es bello”, dirá, porque descubrir lo humano a través del teatro siempre es maravilloso.

Hace poco le escuché decir que un payaso, un ‘clown’, no improvisa nada. Me sorprendió escuchar esto, porque pensaba que la naturalidad podría servirle a un actor...

-... puedes improvisar clown, pero no cuando estás actuando. Cuando haces un espectáculo ha de ser todo exacto, medido. Cuando ensayas sí, puedes improvisar, pero en el espectáculo no. Siempre tienes delante a un público, y no es natural tener a mil personas mirándote. Mira, incluso en una fiesta, cuando invitas a casa a cierta gente, no eres natural del todo. Entonces, menos aún cuando actúas. Siempre estamos actuando un poco, en todas partes, menos en Actors Studio, que son todos unos idiotas.

¿Y qué le ha hecho a usted Stanislavski?

-Un tipo que dice que tienes que ser el personaje, que tienes que sentirte como él, y no deja espacio para disfrutar del placer de simular que eres ese personaje... Cuando tenemos y sentimos el placer de simular un personaje, tenemos esa libertad, disfrutamos más con ese personaje. Podemos mirar a Hamlet y decirle: tranquilo, ahora voy a hacer esto por ti... Eso es lo maravilloso de actuar.

Puede ser más libre, pero, ¿más convincente?

-Somos mucho más convincentes así. Cuando hablas con un mentiroso, tu imaginación se abre e imaginas muchas cosas. Cuando hablas con gente sincera, todo se bloquea en la imaginación, y en la cabeza decimos que te jodan. El teatro, como maravillosa mentira, es importante. Meyerhold fue más inteligente que Stanislavski y decía también lo que acabo de subrayar.

Vivimos tiempos de zozobra, con parte de la sociedad desnortada. ¿La ‘risoterapia’ puede ayudarnos a sanar, a vivir mejor?

-El humor, la risa, es fundamental para nosotros. Si no te ríes, eres un fascista. Si no te ríes de ti mismo, eres un fascista. Y si eres fascista, eres horrible, porque no eres flexible, no eres tolerante.

Ahora se dedica a la pedagogía, pero usted también fue alumno, allá por el 68. ¿Recuerda sus primeras clases con Lecoq?

-En mayo del 68 intenté hacer la revolución en París, y en octubre de ese mismo año estaba aprendiendo interpretación en las clases de Lecoq. Tenía 27 años, ya era actor, pero quería conocer nuevas perspectivas teatrales. Aún no era clown. Cada vez que empezaba a hacer algún ejercicio, él me decía: Gaulier, siéntate. No me dejaba ni levantarme de mi asiento. Un día nos dijo que fuéramos al zoo e imitáramos a animales. Yo estuve dos días tratando de aprehender los movimientos y gestos de un oso. Iba temprano, claro, para que no me viera la gente. El lunes hice el oso ante Lecoq y él no me dijo nada; a todos les dijo algo menos a mí. Yo estaba enfadado. Después de una hora y al verme enfadado, Lecoq me espetó: ah, Gaulier, he olvidado decirte que me ha encantado tu conejo.

¿Ahí fue cuando decidió ser ‘clown’?

-No, al segundo año. Pero nunca quise ser profesor; siempre he pensado que los profesores son como la policía. Cuando eres joven piensas así.

¿Y ahora que es profesor, qué piensa sobre los profesores?

-Intento no ser miembro de la policía...