Última doble sesión de la trigésimo octava edición del Festival de Jazz de Gasteiz la que el sábado por la noche tuvo lugar en un Mendizorroza con el taquillaje agotado y un sabor a Cuba que lo inundó todo de principio a fin. Le tocó abrir a Chucho Valdés junto a The Afro-Cuban Messengers para después dar paso a la Orquesta Buena Vista Social Club.

Eso sí, como es costumbre en el certamen el día de la despedida, los seis componentes de The New Orleans Swamp Donkeys fueron los primeros en pisar las tablas del viejo pabellón para tocar un par de temas tras haber estado toda la semana tocando por la ciudad dentro de la sección Jazz en la Calle. Cumplido el trámite, el hijo de Bebo, a quien dedicó un tema, y sus acompañantes tomaron posiciones.

En una actuación de hora y 20 minutos que fue de menos a más, el pianista de 72 años volvió a demostrar maestría e inteligencia a la hora de respetar sus raíces musicales, llevarlas a su terreno y convertirlas en actuales, incluso aunque lo hiciese con una banda que en la capital alavesa tuvo un comportamiento muy desigual, por momentos intensa y estimulante, pero también en otros vacía y ausente.

La suerte que tienen los músicos que le acompañan es que Valdés nunca falla y siempre parece estar dos o tres metros sobre el suelo que pisa el resto de los mortales. No faltó ni el fin de fiesta con Mayra Caridad Valdés poniendo su voz al servicio de la causa.

Tras el perceptivo descanso, fue la Orquesta Buena Vista Social Club la que tomó el relevó, aunque Chucho no se marchó lejos. El ir y venir de intérpretes, los vídeos recordando a los que fueron y ya no están más allá de que sus sonidos sigan vivos, los bailes, las palmas, los temas cantados con el público, el recorrido por esa amplia y rica paleta musical que conforma la raíz cultural cubana... todo se puso al servicio de una fiesta llena de nostalgia, ritmo y experiencia. Y sí, puede que la edad pase su factura. Guajiro Mirbala, por ejemplo, cuando no tocaba se sentaba detrás de las tablas sin ir a los vestuarios como sus compañeros. Pero que les quiten lo bailao.

Eliades Ochoa, Barbarito Torres y Papi Oviedo no se quedaron con nada dentro, todo bien conducido por Aguaje Ramos y sostenido por la encomiable labor de Rolando Luna al piano. Pero si hubo un nombre propio fue el de Omara Portuondo. Sus 83 años pesan, para qué negarlo. Pero justo porque tiene tanto recorrido pudo en pocos temas dar una lección de cómo se domina un escenario demostrando que su voz guarda todavía instantes de grandeza.