la espectacular majadería protagonizada por la insuperable Esperanza Aguirre, histrión de la política madrileña pero poderosa miembro del partido de la gaviota mesetera, ha sacado a colación un asunto de teoría comunicativa que disloca el desarrollo de los medios y sus efectos sociales y de vez en cuando provoca polémica y debate. Es claro el fenómeno social de que todo hecho noticioso colocado en los medios o Internet puede adquirir dimensiones, características y consecuencias desproporcionadas, porque como ya dijera el socialista Leguina, no todos somos iguales ante los medios, boutade como un templo que el gerifalte madrileño acuñó sin que se le moviera ni un pelo de su acenizada cabellera, creyendo que había descubierto el segundo principio de la termodinámica.
El principio democrático de justicia dice que todos somos iguales ante la ley y los tribunales. Cuando un ciudadano decide meterse en el ámbito público y colocarse bajo los efectos del foco mediático, debe saber que abre una situación cuyos efectos finales nadie parece controlar en eso que llamamos actualidad y ahí no todos los personajes de la acción social son de igual interés mediático ya que todos no somos iguales en responsabilidad social, protagonismo e interés informativo.
Faltaría más que todos los personajes públicos fueran iguales ante los medios, que deben fiscalizar y denunciar comportamientos inadecuados, corruptos y fuera de ley de quienes han decidido entrar en la arena pública y por ello someterse al control social. No se puede equiparar el ámbito legal con el mediático. La queja de que los medios tratan de forma diferente a unos que a otros, suena a lamento de otros tiempos que no volverán. El merengue CR y el chorizo Bárcenas no pueden tener el mismo tratamiento informativo. Elemental, de cajón de madera. Privilegios, en la lejana edad media.