madrid. Debutó en el celuloide en la Italia de los 60 y, bajo el influjo de Antonioni y de la Nouvelle Vague, Marco Bellocchio aportó su grano de arena al nacimiento del cine moderno con Las manos en los bolsillos (1965), una película demoledora sobre las miserias de una familia burguesa. "Moriré y me recordarán por mi primera película", dice el realizador, riendo y sin asomo de resentimiento, pese a que a sus 74 años tiene más de 40 títulos en su currículum y un León de Oro de Venecia por toda su trayectoria.
Ahora es el Festival de Cine Italiano de Madrid quien rinde homenaje a este cineasta, experto en disparar contra todas las instituciones: la Iglesia -En el nombre del padre (1971)-, los políticos -Buenos días, noche (2003)-, el ejército -Marcha triunfal (1976)- y la familia. Aunque aquel impactante debut, donde el protagonista (Lou Castel) decide asesinar a su madre y a su hermano discapacitado, le siga persiguiendo, Bellocchio parece satisfecho con su evolución y su momento actual, alejado del activismo más radical. "Me costó mucho liberarme de ese legado que durante años condicionó mi imaginación, mi carrera y mi historia", admite. Si en aquellos años el cine, para él y para muchos otros, era "un arma para destruir el poder de la burguesía", e incluso "una forma de propaganda para difundir ideas revolucionarias", ahora el italiano cree, por encima de todo, en su propia libertad. "Solo siendo muy libre podrás hacer las cosas mejor", señala.
"Se puede ser provocador, radical, anárquico, antisistema y antipoder, sin necesidad de destruir o provocar el caos", algo que, en su opinión actual, sólo sirve para perpetuar el poder opresor. Como ejemplo de su evolución, el propio Bellocchio compara Las manos en los bolsillos con La sonrisa de mi madre (2002), dos filmes con un gran paralelismo en temas y personajes, y que se proyectan en el festival. "Las dos cuentan la historia de un artista que se enfrenta al poder paterno", expone, pero el segundo -un Sergio Castellito que se opone a la canonización de su madre- lo hace a través de la separación, rechaza la violencia. "Es algo instintivo en mí abordar ese enfrentamiento entre quienes tienen el poder -aquí los padres- y quienes no lo tienen, pero el método de lucha en el segundo caso no es destruir al adversario sino alejarse de él", dice.