Dirección: Ulrich Seidl. Guión: Ulrich Seidl y Veronika Franz. Intérpretes: Maria Hofstätter, Nabil Saleh, Natalya Baranova, Rene Rupnik. Nacionalidad: Austria, Alemania y Francia. 2012 Duración: 113 minutos
La fe es la segunda etapa de este tríptico pergeñado por Ulrich Seidl en torno al deseo insatisfecho de la mujer en la Europa del presente. Una fe abordada más como sustituto sexual y vía del arrebato y el éxtasis, es decir, como núcleo ardiente del psicoanálisis -recordemos que Seidl profesa y comparte su condición de vienés con el mismísimo Freud-, que como dogma religioso regido por los diez mandamientos de la herencia moiseica. Recapitulemos un instante. Estamos ante la segunda entrega de lo que nació como un filme articulado en torno a dos hermanas y a la hija de una de ellas. Después de ochenta horas de material filmado en un peculiar proceso de rodaje y montaje, lo que iba a ser un filme terminó siendo tres largometrajes con autosuficiencia narrativa, aunque engarzados por una sólida y desoladora radiografía sobre la Europa de nuestros días.
La protagonista de Fe, es hermana de la protagonista de Amor. Aquella era una mujer de mediana edad ,y con una hija con problemas de obesidad, que buscaba en Kenia, en el sexo de alquiler, el amor del que carece en Viena. En Fe, Anna María, una especialista en rayos X, que por su comportamiento evidencia ver más bien poco, proyecta en el fervor a la cruz, en su peregrinaje de puerta en puerta llevando una estatua de la Virgen, y en sus sesiones de masoquista flagelo frente al cuerpo desnudo del crucificado que sin duda le perturba, la misma angustia que atormenta a su hermana.
Estilísticamente no hay diferencia alguna con respecto a Amor. Aquí Ulrich Seidl repite su fórmula; su querencia por convocar a la ficción desde el disfraz de lo documental; su mezcla de actores profesionales con quienes no lo son, su juego de dualidades y el extrañamiento surge de la presencia en la católica Austria de gentes musulmanas, de emigrantes sin fe, de derrotados sin alma. En un paisaje abonado por y para el horror y la desolación, Ulrich Seidl filma largos planos secuencia (a veces demasiado largos) en los que, a medio camino entre la interpretación y el frenesí de dejarse llevar por la situación recreada, la pantalla se ve rasgada por un relámpago que se diría encarna la verdad. Lo que no se imposta. Como en Amor, y como veremos la semana que viene, en Esperanza, Ulrich Seidl combina la precisión y la armonía del plano fijo, equilibrado, casi en simetría; con el enredo en la oscuridad, en la zozobra, en los gemidos y el rechinar. La conclusión evidente, aunque no la única ni quizá la más poderosa, es que si Teresa, la protagonista de Amor, no encontraba en el sexo real la felicidad buscada, Anna Maria, arrastra su pulsión, como una carga llena de frustración e ira. Desde cualquier punto de vista, la respuesta a ambos fracasos es evidente: ambas se equivocan, ambas se arrastran a ciegas, mortificadas por lo que realmente les ahoga, su vida cotidiana. Ulrich Seidl para llegar hasta aquí, invoca y utiliza nombres y referentes muy cercanos en tiempo y en geografía. Si al hablar de Amor se citaba de soslayo la figura de Haneke, también es obligado convidar a este reparto de influjos el trabajo de Kieslovski y el de Lars von Trier. En algún lugar de este triángulo se sitúa un cineasta cuya obra siempre se ha encontrado bajo sospecha. El propio cineasta vienés no ha dudado en autoproclamarse un pornógrafo social, concepto resbaladizo porque en su cine resulta costoso encontrar un estímulo erótico, un estremecimiento sexual. Más bien se diría que el cine de Seidl se complace en irritar y provocar, en denunciar y renunciar. Eso sí, sin la gravedad moral de Kievslovski, sin la perversidad psicótica de Trier y sin la austeridad brechtiana de Haneke. Tan solo con la procacidad hiriente de Seild. Cuestión de fe en sí mismo.