Jornada inaugural la que el martes por la noche se vivió en un Mendizorroza que presentaba muy buena entrada y en la que, sobre todo al principio, hacía un calor importante. El personal estaba por la labor y antes de nada hay que decir que la inmensa mayoría disfrutó, aplaudió, braceó, cantó, se puso de pie y hasta hubo algún que otro baile. Es decir, el espectador soberano, el que paga, salió, salvo excepciones, con el espíritu alto. ¿La razón? Es sencillo, a los componentes de Los Angeles Crenshaw Gospel Choir hay algo que no se les puede negar: entrega y energía. Eso sí, la calidad de su propuesta es otro cantar.
No es que se esperase nada nuevo de la enésima noche del gospel en el Festival de Jazz de Vitoria. A lo largo de sus 37 ediciones se ha visto de todo. Pero sólo con vitalidad y buen ánimo no vale. El concierto tuvo sus altibajos, puesto que cuando el grupo dirigido por Iris Stevenson interpretó varios espirituales anteriores al nacimiento del género, demostró que además de actitud tiene unas cuantas actitudes. Pero fue un espejismo que se terminó perdiendo entre un sonido saturado y ruidoso, unas coreografías que por momentos convirtieron aquello más en una clase de aerobic, y unas voces que ni siquiera en los solos brillaron, por mucho que el público se empeñase en aplaudir a raudales cada vez que un intérprete abría la boca aunque sólo fuera para entonar más o menos bien una nota.
Unas dos horas, descanso incluido, duró una propuesta en la que no faltó ninguno de los temas clásicos cuando de gospel se trata para regocijo de unos espectadores tan entregados que Stevenson no paró de dar las gracias, en castellano, en todo momento. Ella estuvo a todo, a tocar el piano, a dirigir a los músicos, a controlar a sus cantantes, a bailar, a cantar... Y fuerza de espíritu no la falta, para nada. Es más, lo que muestra es un escaparate por momentos atractivo y estimulante. Pero al pasar al interior de la tienda, hay poco género.
No es que el coro en sí tenga pocas cualidades. Tampoco los músicos. Dejaron algunos detalles prometedores. Pero en un certamen de estas características se requiere algo más que saber y querer arrollar. Cuando alguien recurre de manera constante a los fuegos de artificio, no es buena señal. Cuando un coro usa más el gesto que las cuerdas vocales, tampoco.
Para rematar la jugada, Mendizorroza asistió al final del concierto a un detalle cuando menos cuestionable. Una cosa es el marketing agresivo y la necesidad de obtener beneficio y otra que sin terminar la actuación, los componentes, en este caso numerosos, de un grupo se bajen del escenario con discos en la mano al grito de "15 euros". Como si aquello fuera una iglesia y llegase el momento de los donativos, el polideportivo se reconvirtió en tienda para la venta directa. Y sí, la industria discográfica está que se cae, pero para llegar a esto...
"¿Divertido, no?", concluía una pareja de veteranos cercana. Puede ya que lo que es innegable es que el personal, y era bastante numeroso, se lo pasó bien. Muy bien, en muchos casos. Pero eso no quita para que el primer concierto en Mendizorroza fuera intrascendente.