vitoria. ¿Por qué decidió poner su mirada en la violencia?

En primer lugar quería hacer un ejercicio donde la forma y el fondo pudieran tratar de convivir. Quería encontrar una historia de largo aliento que me permitiera en la expansión experimentar con la forma. Y cuando decido eso, decido contar algo de la historia de México. Y lo que más me interesa de ella, ya no solo como escritor sino también como politólogo, es la violencia. Así como está de moda aquí hablar de la crisis, en México está de moda hablar del narcotráfico. O no sé si de moda, pero es natural que la literatura de un país gire la mirada hacia aquello que más impacta a la sociedad en un momento preciso, y en este momento lo que más impacta en México es el narcotráfico. Pero al mismo tiempo, se habla de ello como si la violencia apareciera por generación espontánea, como si apareciera de repente. Y yo quería hacer una novela que planteara lo opuesto, porque lo creo: que el narcotráfico es resultado de un ciclo de violencia que lleva más de cien años y que se puede rastrear a lo largo del siglo XX.

Y va al universo rural de México.

Sí, porque es de donde surgen las violencias en México siempre. Desde la conquista, no hablo de antes porque era un mundo distinto, la violencia social se ha gestado siempre en el campo o por la gente que viene del campo a la ciudad. Quería ir al territorio natural de esta violencia. Y me interesaba hablar del campo porque es el gran olvidado del siglo XX mexicano.Es un mundo al que la modernidad le ha dado la espalda y al que le lleva solamente lo peor de sí, es decir, la televisión y el refresco.Ni la medicina, ni la educación...

La violencia tiene su origen en el campo, pero no quiere decir que la responsabilidad de esa violencia esté en ese territorio, ¿esta novela es un acto de justicia en este sentido?

Pues sí, más que un acto de justicia se trata de hacer ver que esa violencia, o más bien conflicto, normalmente lo juzgamos con los ojos de la gente de ciudad. Y los ojos de la gente de ciudad están sobre la base de un código ético y moral que no se comparte con el campo. En el campo se vive, se crece, se reproduce y se muere en un código ético distinto. Quizá lo que nosotros vemos como violencia a primera impresión no es violencia, es otra cosa. Lo que para nosotros puede ser una explosión de ira, igual es en realidad una respuesta a una desigualdad que se fue cultivando durante muchísimo tiempo.

Hay una frase muy ilustrativa en la novela:“Ni siquiera sabe qué es maíz y qué es petardo...” ¿La violencia en esa vida rural es tan natural como el comer?

Tal cual, son personajes que nacen, viven, se reproducen y mueren en la violencia. La violencia para ellos es una condición dada y es algo a lo que tienen que vencer. Pero forma parte de la vida cotidiana, entonces no solamente es oponerse, sino también aceptarla. Esta frase que mencionas tiene que ver con la idea de que los seres humanos somos seres en conflicto. No me gustan las tesis de si somos buenos o malos por naturaleza, de si somos el lobo del hombre o el cordero del hombre... De lo que sí estoy convencido es de que con la razón, que es lo que nos diferencia del animal, llega también el conflicto. Somos seres conflictivos por naturaleza.

La figura del narrador tiene mucho peso en ‘El cielo árido’.

Sí, quería hacer una declaración de principios ante la erosión que hay en la literatura contemporánea de la figura del narrador. Yo creo que el narrador es la piedra de toque de la literatura. Finalmente a escribir aprendemos todos, e historias que contar hay en todos los lugares. La clave de una historia es siempre cómo se cuenta, y en este sentido quién la cuenta. La literatura, y fundamentalmente la novela, parte de quién la cuenta. Y no debe ser el escritor, debe ser siempre el narrador. Esa figura era por eso esencial: quería un narrador poderoso, potente, diferenciado de los personajes y del autor, que confrontara al lector, que quisiera meterse constantemente en la historia pero que la historia no se lo permitiera. Un narrador de carne y hueso.

¿Entiende la literatura sin el compromiso social, ya sea con su tiempo o con otros tiempos que tienen eco en el momento presente?

Esta discusión me cuesta mucho trabajo. Es la pregunta que planea siempre sobre la literatura. Yo creo que el compromiso político y social tiene que ser obligatorio para todos, y no para los escritores nada más. Primero, entiendo la escritura como un oficio, y creo que como en el resto de los oficios hay que tener un compromiso político y social. Sin duda, desde la sociedad hay que exigírselo más a quienes trabajan con el intelecto y con las palabras, pero el compromiso tendrán que tenerlo todos, el periodista, el entomólogo, el carnicero... asumir que somos parte de un cuerpo social implica velar por el bienestar de ese cuerpo social, como velamos por nuestra salud.

Hay que exigirles más a los que trabajan con el intelecto y las palabras, pero en esta sociedad no se les da en esa medida más voz que a otros...

No, claro, a los políticos no les gusta que hable la gente que trabaja con el intelecto, porque normalmente tenemos ideas distintas (ríe), y los grandes micrófonos son ellos.

¿En México pasa igual?

Mucho peor: los medios de comunicación están cerrados, la libertad de expresión no existe...Tampoco aquí.Porque a mí me da mucha risa cuando España se plantea como el adalid de la libertad de expresión y juzga a Venezuela diciendo que allá no hay libertad de expresión, pero en Venezuela se puede hablar mal de Hugo Chávez, ya después te pueden gritar, pero aquí no se puede hablar mal del rey. Entonces, ¿de qué libertad de expresión hablamos si no se puede hablar mal del rey? Es extraño, España se lo tiene que plantear. Hay una contradicción de origen.

La novela, en parte precisamente por la forma en que está narrada, es un desafío para el lector, implica un esfuerzo de su parte.Y lo curioso es que esto nos sorprenda. ¿Tan mal acostumbrados estamos a las narraciones lineales, fáciles y cómodas?

Sí, sobre todo mal acostumbrados al poco compromiso. Esto tiene que ver con lo que Vargas Llosa cree que acaba de descubrir y es algo de lo que se habla hace veinte años, que es el divorcio entre el espectáculo y la cultura. La preeminencia del espectáculo sobre la cultura ha hecho que los ciudadanos consumidores de espectáculo y de cultura seamos perezosos: vemos casi como un descanso el cine, la lectura, no como un compromiso de cultivarnos. Y en ese sentido, sí, el cine y la literatura contemporáneos han hecho, complaciendo al lector, que este se esfuerce menos. Pero yo creo en la frase de Petrarca que dice: “no quiero que el lector se esfuerce menos en leer lo que escribí que lo que me esforcé yo en el escribir”. En ese sentido, la literatura tiene que ser un encuentro de esfuerzos entre el lector y el escritor.