Dirección: Pablo Larraín Guión: Pedro Peirano Intérpretes: Gael García Bernal, Luis Gnecco, Néstor Cantillana, Alfredo Castro, Antonia Zegers y Alejandro Goic Nacionalidad: Chile, USA y México. 2012 Duración: 110 minutos

una tercera parte del metraje de No contempla la inclusión de imágenes extraídas de diferentes archivos históricos. Por ellas han pasado veinticinco años. Sin embargo resulta difícil separar y diferenciar estas huellas documentales de las secuencias de ficción (re)creadas por Pablo Larraín para ilustrar cómo se desarrolló el plebiscito de Chile de 1988. Recordemos, fue un referéndum al que el dictador Pinochet se plegó acosado por la presión internacional. Para evitar el chirrido que hubiera surgido de mezclar esas imágenes del pasado con las que ahora pueden obtenerse, Larraín decidió rodar todo en U-matic, un formato magnético que contamina el plano con un ruido visual ahora percibido como obsoleto. Sin embargo, al atravesar todo su filme con esa pátina de cine de otro tiempo, esta decisión se revela como un acierto que confiere autenticidad y mantiene erguido este filme atípico, agridulce y sin duda notable por lo poliédrico de su contenido. Si se evoca la trayectoria cinematográfica de su director y su propia biografía habrá que asumir que Larraín se mueve en una zona oscura, un punto cero empeñado en abismarse por el agujero del pasado trágico del Chile de los últimos 30 años. Nacido en el seno de una familia conservadora de buena hacienda y altos cargos, -su padre fue senador, su madre, ministra-, Larraín tenía 12 años cuando aconteció lo que ahora relata su filme. Pero para comprender un poco mejor el recorrido establecido por Larraín podríamos recordar que su primer filme, Fuga (2006), filme que desconozco pero del que se dice que es una inclasificable deriva psicológica teñida de culpa y sangre, fue muy mal recibido en Chile. Al parecer la sombra política de sus progenitores, contribuyó a reforzar las críticas contra su película. Sus dos siguientes largometrajes, Tony Manero (2008) y Post mortem (2010) se remangaron para destapar los horrores del fascismo pinochetista. Son dos mazazos donde lo perverso se mancha de angustia y desazón. Lo mismo que No, donde, con un aire de reconstrucción veraz, Larraín, a partir de un relato de Antonio Skármeta, abre la trastienda de una batalla incruenta aunque no ajena a la violencia, entre quienes postulaban el y quienes, a priori, sin ninguna posibilidad de triunfo predicaron el No.

Larraín adopta una estrategia sencilla. Viene a decir: los profesionales de la comunicación que defendieron una u otra propuesta eran compañeros de trabajo. Una metonimia de que, pese a las diferencias, todos los que participaron en ese pulso estaban unidos por el mismo origen. Pronto, percibimos que Larraín dirige su vehículo no tanto hacia el ruedo político sino más bien hacia un combate entre lo nuevo y lo viejo.

En esa ascensión cronológicamente lineal que asume Larraín, lo mejor pertenece al terreno de lo real. En el nivel de los mensajes propagandísticos, las canciones, los bailes, las demandas,... el filme seduce. Pero si Larraín triunfa en su deseo de sumergir al espectador en esa espiral de entusiasmo, esperanza, miedo y dolor; incurre en una falta leve al colocar al lado del personaje de García Bernal, el de su propia mujer, la actriz Antonia Zegers, cuyo personaje y actitud interrumpe el ritmo e introduce una digresión que nada aporta. Cuando ella no está, su filme se hace grande porque consigue ilustrar un proceso político muy singular, evita la tentación al maniqueísmo y sabe regar su relato con minas de melancolía y escalofrío. Y en el fondo, se percibe que bajo los usos del documental, Larraín mira al cine clásico. Como en Los siete samuráis, su No viene a confirmar que las batallas las pierden siempre los mismos: los que de verdad han combatido.