la llegada de Alberto Chicote a la parrilla de La Sexta ha supuesto un revulsivo en los objetivos de audiencia de la cadena, logrando las mejores cifras de audiencia del año en curso. Copiando las características de un modelo que funciona en EEUU e Inglaterra, la productora del reality cocinero ha depositado toda la carne del éxito en el hacer singular de un personaje que lleva camino de convertirse en figura televisiva de la temporada. Este colosal tipo, por envergadura corporal y dinámica comunicativa se ha erigido en eje de un espacio que busca mejora en los modos de producir, enmendar la marcha del negocio y alentar nuevas formas de trabajar en los fogones, santa santorum que profana, invade, revoluciona y pone vuelta abajo en un plis-plas con inteligencia emocional en ocasiones rayana con la agresión, descalificación y exabrupto. Cada semana se presenta en un establecimiento para llevar a cabo un plan de mejora de los modos de llevar el negocio y se pone en contacto con el personal de cocina, sala y administración del negociete que por lo que sea no acaba de marchar como debiera y Chicote pregunta, observa, analiza y pone patas arriba pucheros, sartenes y demás impedimenta cocineril con un modo peculiar de entender la comunicación profesional y empática que ocasiona situaciones de estrés, violencia contenida y alteraciones de la paz cocinera. El show del fiscal gastronómico transcurre a velocidad de vértigo y construye una narración creíble que le convierte en producto de consumo de primer orden. Pesadilla en la cocina es un formato entretenido, ágil y dinámico en el que los involuntarios personajes se ven sometidos a situaciones de cambio y aceleración en las prácticas de su profesión que resultan puras secuencias de televisión inmediata y moderna.