Vitoria. Algunos ya lo sabían desde hacía un tiempo. Una grave enfermedad aquejaba su cuerpo. Aún así, todavía se podía ver su delgada y encorvada figura caminar por algunas calles de una Gasteiz a la que llegó a finales de los 60 (aunque se instaló de forma definitiva un poco después) y en la que permanecía desde entonces, una ciudad en la que el poeta Mariano Iñigo ha fallecido a la edad de 64 años. Sus restos están de vuelta a Palencia, donde nació en pleno mes de julio de 1948. Sus versos se quedarán para siempre, igual que sus recitales, sus charlas de bar, sus recuerdos con amigos y, tampoco hay que ocultarlo, sus desencuentros y algunos enfados. Una voz radical y muy particular para una persona con una forma de ser radical y muy particular.
El escritor se va después de décadas trabajando desde Vitoria, un camino que empezó en Madrid, cuando siendo joven conectó con la vida cultural de la capital del Estado e inició su relación con la palabra. Eso sí, fue aquí donde encontró su casa, donde fue poeta, donde cobraron fuerza, sentido y cuerpo unos poemas que no pocas veces hablaban de lo marginal, de la pobreza, de los que están fuer de lo que la sociedad considera como convencional, de los malditos, aunque sin perder de vista otras temáticas como la propia poesía.
Aunque en algún caso, encontrar sus poemarios es complicado (tampoco es que realizase muchas publicaciones), Iñigo deja libros como En una fosa de anhelos azules o Amargamente vital, testimonios más que claros de su voz. Puede que suene a tópico, pero el poeta residente en Gasteiz era el primero en admitir que la única forma que tenía para sacar fuera sus demonios era la escritura. Y eso era fácil de comprobar incluso cuando recitaba ante el público sus creaciones.
Su fallecimiento fue ayer una noticia que se contó casi a susurros, casi imitando su forma de caminar por las calles de la capital alavesa. Y el traslado de sus restos a su Villarramiel de origen seguro que ha dejado a muchos sin la posibilidad de despedirse. Tal vez por eso ya se está pensando en realizar algún tipo de acto de reconocimiento e incluso algunos de aquellos con los que tuvo sus encontronazos quisieron ayer tenerle en su memoria dejando atrás momentos que no fueron nada fáciles. El poeta ya no está. Su figura pequeña descansa. Pero sus versos quedarán. De eso no hay duda.